Es noche de sábado en una discoteca del centro de la ciudad. Es éste un local más bien malogrado, puesto que quiso ser la crème de la crème, lo más exclusivo de nuestra amplia oferta nocturna, pero por desgracia se quedó a mitad de camino en su ascenso hacia la élite. Vaya, es un verdadero quiero-y-no-puedo, como por ejemplo podría ser también un Hyundai Coupé. Aún así, no está tan mal, porque al menos ponen algún tema moloncete.
Durante la tarde, en casa de un amigo, nos hemos puesto hasta arriba de cerveza, con lo que casi han desaparecido mis inhibiciones naturales. El tiempo pasa de una forma extraña, no sé si se me está haciendo larga la noche o todo lo contrario. Miro y remiro de forma absolutamente descarada a mi alrededor: pijas, pijas y más pijas. Pijas Lamborghini, pijas Hyundai Coupé, pijas Smart, pijas Twingo; pero pijas al fin y al cabo. Mi cerebro parece desintegrado. Estoy fuera de mí, no soy yo quien se está moviendo, no soy yo quien está bebiendo, no soy yo quien está hablando. ¿Me arrepentiré mañana de las barbaridades que digo? Qué más da, qué más da, qué más da.
¿Dónde está mi timidez natural? ¿Dónde mi vergüenza? Veo a una chica solita, apoyada en una columna, contoneándose discretamente. Tiene cara de no haber roto un plato en su vida: justamente mi tipo. No es espectacular, pero sí es atractiva, y más si la comparo con la que está al lado, que se parece a Jabba the Hut, y no exagero. Me quedo mirándola un rato, mientras ella escudriña todos los rincones. Bah, supongo que estará buscando a su maromo… las chicas no suelen dejarse caer por estos lugares sin compañía… Míralo, ahí está el jodido cabrón que le da a cuatro patas mientras ella pone cara de sorpresa. Y por detrás viene una chica con otro chico. ¡Parejitas!
No puedo dejar de mirarla, cada vez me gusta más. Me gusta cómo se mueve, sus gestos, su cuerpo es agradable y armonioso, como su carita de niña buena. Me doy cuenta, después de un buen rato “investigando”, de que son amigos, no parecen estar liados. Pero ¿y si me equivoco? queda algo de temor a la cagada, ahogado sin duda por la cerveza, aunque persiste. De repente, vuelven a dejarla sola. La chica parece no saber muy bien qué hacer… y yo tampoco, pero ya es demasiado tarde: me he quedado completamente colgado. Abre los ojos, parece que los tiene algo resecos por culpa de las lentillas, como me ocurre a mí… no sé muy bien qué coño pasa, nos miramos, sonreímos, le pregunto acerca de las putas lentes… y, cuando normalmente tendría que haberse largado con sus amigos y mandarme a cascármela con un calculado gesto, seguimos hablando, pasados ya los lastimosos lugares comunes. No me vuelve loca esta discoteca, dice. A mí tampoco, blablabla, nos ponemos a hablar de películas porque me dice que le gusta más ir al cine, hablamos también de la vida, qué se yo.
Bah, ¿para qué dar más detalles? La cuestión es que conseguí su teléfono, quedamos en su casa y copulamos alegremente, lo que ha cambiado bastante mi humor general. Llevaba muchísimo tiempo de sequía y era insoportable.
Podría decir, de alguna manera, que me siento vacío, pero, francamente, es que estaba ya demasiado lleno.
Y no, no estamos enamorados. ¿Para qué? ¿Para sufrir? El amor es una gilipollez.
L’amour physique est sans issue.