domingo, 31 de agosto de 2008

Aubrey Beardsley


Me he tirado buena parte de la tarde mirando imágenes, en esta página, de uno de mis artistas preferidos: Aubrey Beardsley. Aubrey Vincent Beardsley nació en Brighton (Inglaterra) en 1872 y murió en Menton, en la Costa Azul francesa, en 1898, a causa de una tuberculosis, con tan sólo 25 años. Fue un artista sorprendentemente precoz (tocó el piano, después destacó en las artes plásticas y finalmente en la literatura). También fue un dandy, como Des Esseintes, un ser refinado hasta la morbidez y con una vertiente provocadora que nunca le abandonó -ni siquiera tuvo tiempo de ello- y que provocó roces con buena parte de la estricta sociedad victoriana. Esa morbidez se encuentra reflejada en las líneas pulidas y onduladas de blanco y negro con las que compuso sus dibujos a tinta, algunos de ellos de fuerte carga erótica.

Esos dibujos, como los de Toulouse-Lautrec, me asombran por su insultante perfección; puesto que soy muy aficionado al dibujo, soy por ello quizá aún más consciente de la extraordinaria pericia de Beardsley. Las líneas son precisas, capaces de sugerir una forma por sí solas, sin necesidad de claroscuros, ni líneas cruzadas unas con otras, ni nada de nada. Como él mismo dijo en 1891:
yo debería decir algo sobre el tema de la línea y el dibujo lineal. ¡Qué poco conocen, incluso los más grandes pintores, la importancia del contorno lineal! Fue su sensibilidad para conseguir la armonía de sus líneas la que prestó a los antiguos maestros su gran ventaja sobre los modernos, que parecen creer que sólo debe prestarse atención a la armonía de los colores.

Está claro que con "los modernos" está señalando ante todo a la órbita impresionista. Mientras Monet saca su caballete al exterior, Beardsley sienta a un esqueleto a su lado, se encierra entre tapizados negros y trabaja siempre con velas, incluso a plena luz del día. Vive en una noche artificial, en un paraíso de refinamiento, elegancia y obscenidad. La influencia del arte japonés no es difícil de advertir en él; en su habitación colgaban algunas de las estampas eróticas de Utamaro, que hacen gala de una delicadeza a la par. Como Whistler y otros muchos artistas de la época, que las recibieron como un soplo de aire fresco, Beardsley encontró una inagotable fuente de inspiración en las estampas japonesas. La decoración de la Peacock Room, realizada por el primero entre 1876 y 1877, muestra de nuevo esa línea depurada y ondulada, la composición asimétrica, la renuncia al claroscuro. Esas colas de pavos reales se repiten en su Peacock Skirt, una exquisita ilustración para la Salomé de Oscar Wilde:

Su obra erótica fue muy célebre; hoy podemos encontrar a un dibujante japonés (vamos de Japón a Europa y viceversa) que nos recuerda en parte, como Mr. Tiffauges señaló en una ocasión, la obra de Beardsley: Suehiro Maruo (en este fantástico blog pueden verse muchas cosas suyas). La distancia que los separa, tanto temporal como espacial, ha de notarse de algún modo; Maruo es mucho más sangriento, violento y excesivo que Beardsley. Sin embargo, en la obra de ambos late una inquietud similar, una sensación de misterio inminente compartida. También influyó, citando artistas más cercanos a su tiempo, en Thomas Theodor Heine (portadista de la famosa revista alemana Simplicissimus) en Otto Eckmann o incluso en el primer Paul Klee. El proceso de Wilde marca el fin del este esteticismo hedonista y narcisista del modernismo londinense, lo que le fuerza a retirarse a la Costa Azul (je, menuda fatalidad, retirarse a la Costa Azul...)

Todavía tiene tiempo de colaborar en la revista "The Savoy" antes de su largamente anunciado fallecimiento.


Como introducción breve recomiendo (la cita está sacada de ahí, pero desconozco como se incluyen pies de página): Schmutzler, Robert: El Modernismo. Alianza, Madrid, 1996. Págs. 106-112.

jueves, 21 de agosto de 2008

JK 5022

Este lunes pasado volví de Alemania con un avión de la serie MD-80 de la compañía Spanair, en un vuelo de código compartido con Lufthansa.

Ayer, como ya todos sabemos, se estrelló un MD-82 de Spanair, código compartido con Lufthansa, causando más de 150 muertos y veintitantos heridos.

Desde que me he enterado de la noticia me domina una sensación extraña, espoleada por las coincidencias, claro. Podía haberme tocado a mí, o a cualquier amigo o familiar que cogiera un avión, y en el fondo no importa el puto modelo que sea. Me resulta imposible en este caso no ponerme en el lugar de todas esas personas y me aterroriza lo caprichoso del destino.

No voy a llegar al extremo sensiblero y subnormal de ciertos medios: "Todos íbamos en ese avión". ¡Y una mierda! Para empezar, caballero, si hubiera ido usted en ese avión, no podría estar ahora soltando todo ese detritus por su asquerosa bocaza. Qué ganas de golpear en el occipital a todos esos mamones.

Pero en fin, para variar, vergonzoso el trato de la tragedia por parte de los medios, todos en general. Algunos más que otros, pero en el fondo, todos una puta basura deleznable. Deleznable el pasillito con micrófonos a gente que llora desconsolada, deleznable también el goteo de informaciones contradictorias, deleznable el gusto por sensacionalismos infundados, deleznable la cháchara nauseabunda de gentuza hambrienta de carnaza que dar a los zombies.

Qué falta de respeto, qué falta de ética profesional, qué falta de todo.

Que os den por el culo, hijos de puta.

sábado, 9 de agosto de 2008

Translate server error.

Ya había visto bastantes ejemplos de lo que en el mundo anglosajón llaman Engrish (ese inglés defectuoso que se da mucho en los países asiáticos). Es perfectamente comprensible que se den ese tipo de errores, tratándose de gente que habla lenguas completa y absolutamente distintas. Pero es que me hace mucha gracia. Esta quizá sea la más mítica, un meme internetero de años atrás:
Hay una página dedicada a recopilar este tipo de cosas, titulada precisamente Engrish.com. Algunos ejemplos extraídos de allí:


Pero me he topado con uno (en Boing Boing) que es apoteósico. En serio, me he estado descojonando un buen rato, es que es brutal. Atención al cartelito de este restaurante en China:

Vamos, vamos, no hay tiempo que perder que vienen las Olimpiadas... chúpame el traductor automático. Ay que me troncho, joder.

jueves, 7 de agosto de 2008

Neuromancer

El cyberpunk debe ser uno de los subgéneros más sobados de la ciencia ficción de las últimas décadas. Puesto que sus historias -y sobre todo la parafernalia que las rodea- se prestan bastante al espectáculo visual, hemos visto adaptadas al cine muchas de ellas. y desde las pantallas han grabado en nuestras retinas fascinantes imágenes de megalópolis opresivas, cyborgs y luces de neón (Blade Runner, Johnny Mnemonic -*cof*-, Matrix, eXistenZ, Robocop, Tetsuo, Terminator, Desafío total, Tron). En realidad muchas de ellas no son realmente cyberpunk stricto sensu, pero sí que toman algunos de sus temas e imaginería. No hará falta que diga que la calidad de esas películas es bastante variable y buena parte apesta bastante o ha envejecido a toda leche (véase, por ejemplo, El cortador de césped y su Realidad Virtual tan de los 90). También en los videojuegos ha sido muy, muy recurrente la estética cyberpunk (Metal Gear, System Shock, Deus Ex, Syndicate, Rez...)



Para mi gusto, la formulación más contundente a nivel visual, se encuentra en el anime japonés. Gusten más o menos, nadie puede negar la potencia visual de colosos de la animación como Akira o Ghost in the Shell, o de otras más recientes, como Paprika. Cada vez que veo estas películas sufro algo parecido al síndrome de Stendhal. Supongo que eso tiene que ver bastante con mi fascinación con el Japón actual, particularmente, y Asia en un sentido general. Lo cierto es que, a pesar de ese gusto por la estética cyberpunk (algo más que por las historias en sí), nunca había leído la que, por unanimidad, es considerada la novela totémica del género, ésta sí puramente cyberpunk: Neuromante, de William Gibson. Pero estos días he aprovechado para hacerlo, y por duplicado, ya que la primera vez me dejó un poco aturdido. Vamos, que no la acabé de pillar del todo.

"El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisión sintonizada en un canal muerto"

Con esa célebre frase comienza la historia. Case, nuestro antihéroe, es una especie de hacker que comete el error de robar a sus jefes en Amsterdam. Tras ser descubierto, le inyectan una micotoxina que le impide utilizar sus habilidades, por lo que pasa sus días quemado en la jungla de neones de Chiba, en Japón, lugar de clínicas negras, videogalerías y perversiones bizarras (Gibson parece gustar bastante de lo japonés, introduciendo zaibatsu, ninjas y shuriken un poquito con calzador). Así pasa sus días, como un perdedor, aislado entre octógonos sintéticos y la barra del Chatsubo, hasta que se encuentra con Molly, una mercenaria modificada de reflejos modificados, lentes especulares y cuchillas retráctiles en los dedos. Bajo las órdenes de un tal Armitage, busca a Case para llevar a cabo una misión que ni ella misma tiene demasiado clara. Armitage promete a Case que si acepta su ofrecimiento, reparará su sistema nervioso para que pueda volver a conectarse a la matriz. Case no desaprovecha la oportunidad de volver a utilizar sus habilidades, pero en el momento de la operación, le son colocados en la sangre unos saquitos de micotoxina que van disolviéndose poco a poco, y que, como bien se encargan de advertirle, sólo le serán retirados si la misión se lleva a cabo con éxito. Además, su cuerpo es modificado para que no pueda metabolizar ningún tipo de droga (en realidad, sólo algunas).

La cosa se va embrollando de manera considerable; el argumento es sumamente complejo pero no voy a destriparlo aquí. A lo largo de estas casi 320 páginas aparecerá la familia Tessier-Ashpool, los plutócratas dueños de Freeside; el ciberespacio, que en la novela adopta la forma de una retícula con colorines y formas geométricas (no se puede ocultar que es una novela de 1984, desde luego), se descubrirá también qué es lo que se esconde detrás de Armitage y, de paso, por qué la novela se titula "Neuromante".

La verdad es que en algunas partes, el libro se hace un pelín ilegible; quien no sea muy aficionado a la imaginería futurista y no guste de encontrarse con jerga pseudotecnológica no podrá soportarlo. En cualquier caso, Gibson se acerca al mundo de la tecnología por intuición mucho más que por conocimiento directo, lo que a mi modo de ver lo hace mucho más interesante y le confiere una fuerza visionaria que, desde un punto de vista puramente geek, probablemente no existiría.

Grandes corporaciones, ingeniería genética, inteligencia artificial... y por supuesto, ya lo hemos dicho, el ciberespacio, apelativo que proviene de un cuento de Gibson anterior a esta novela (Burning Chrome). Es muy conocida también, además de la ya mentada frase inicial, esta semblanza de ese mundo virtual, pronunciada por la voz de un programa para niños:

"El ciberespacio. Una alucinación consensual experimentada diariamente por billones de legítimos operadores, en todas las naciones, por niños a quienes se enseña altos conceptos matemáticos... Una representación gráfica de la información abstraída de los bancos de todos los ordenadores del sistema humano. Una complejidad inimaginable. Líneas de luz clasificadas en el no-espacio de la mente, conglomerados y constelaciones de información. Como las luces de una ciudad que se aleja..."

De un tiempo a esta parte, se está hablando de una adaptación al cine de la novela. Hayden Christensen será Case, y el director será Joseph Kahn, cuyas credenciales son cosas como Torque. Truñaco casi seguro, si no se produce un milagro.

Para terminar, una visión del ciberespacio en la adaptación al videojuego de la novela; recuerdo que este juego venía instalado en el primer PC que tuve, allá por 1993, y ya entonces era viejuno (el juego es de 1988). Lo borré enseguida porque no entendía nada de nada. Ahora tiene un cierto encanto, con ese sonido cutre del speaker. No estaría mal una versión actualizada...


domingo, 3 de agosto de 2008

I wonder, wonder why the Wonderfalls...

Wonderfalls. Una entre tantas series injustamente defenestradas por un grupo de directivos ineptos y que pasará inevitablemente a engrosar la categoría de "serie de culto". La descubrí porque el tema musical está compuesto por mi adorado Andy Partridge, el cerebro de XTC (por si alguien no lo conoce, diré simplemente que se trata de uno de los mejores compositores jamás salidos de Inglaterra; en otro momento caerá algún post sobre él y su saga musical).

La serie, dirigida por Todd Holland (de la estimable Malcolm in the Middle), fue estrenada por la Fox el año 2004, para ser cancelada en su cuarta emisión. A pesar del entusiasmo de la crítica y de muchos de los televidentes, no le dieron ni una sola oportunidad. Afortunadamente llegaron a producirse 13 episodios, que gracias a la presión de los fans fueron posteriormente editados en un pack de DVD, sólo disponible en Estados Unidos y Canadá (he llegado a pensar en comprarlos, el precio está en torno a los 30 $... pero creo que me conformaré con las descargas).

He visto 7 episodios de esos 13; suficiente para desarrollar una cierta fijación con el personaje protagonista: Jaye Tyler. La tal Jaye tiene 24 años y es licenciada en filosofía por la prestigiosa universidad de Brown. A pesar de su esmerada educación, decide echarlo todo por la borda: se pone a trabajar en una tienda de souvenirs turísticos en las cataratas del Niágara y se mete a vivir en una caravana, tratando de escapar, dentro de lo posible, de la sobreprotección de sus adinerados y permanentemente preocupados padres. Es un personaje con el que encuentro no pocos puntos en común, eso es cierto (salvo en lo de los padres adinerados), pero es que además la actriz que lo encarna (Caroline Dhavernas) lo borda. Consigue crear un personaje que quizá no sea la primera vez que veamos, pero es que ¿acaso no existen cientos, miles de personas como ella, con ese toque cínico, desencantado y autosuficiente? ¿Acaso, lector, no es usted así? Lo milagroso, por lo menos para mí, es que consigue dar vida al personaje sin que resulte repelente; cosa que, por desgracia, no consiguió la jovencita Ellen Page en Juno.

Básicamente, todo lo que ocurre en la serie gira en torno a ella y sus actos. Actos, en la mayoría de los casos, desencadenados por las inexplicables órdenes de figuras más o menos zoomórficas: un león de cera defectuoso que un cliente saca de la máquina expendedora de la tienda, el mono de plástico de su psiquiatra, el pez de madera que decora el bar que suele frecuentar... cualquier bicho de pega se dirige a ella obligándole a realizar cosas contra su voluntad, que sin embargo suelen tener al final consecuencias positivas (después de muchos desaguisados).

"I surrender to destiny" son las últimas palabras de la Doncella de la Niebla, cuya historia Jaye cuenta con una mueca de aburrimiento una y otra vez. Palabras que están estampadas en muchos de los souvenirs y que acaban por convertirse en el lema de su vida una vez comienza la vorágine animalesca. Aunque el pretexto de la serie pueda parecer un poco tontaina, crea situaciones divertidas y nos acerca poco a poco a lo importante, que es esta chica de los ojos azules.

Hay personajes con más potencial (el hermano de Jaye, un doctor en Teología que vive con sus padres por voluntad propia) y los hay con menos (su estereotipada amiga afroamericana), hay capítulos excelentes y algún otro más flojito, pero lo cierto es que la serie raya a un excelente nivel. Los diálogos están muy bien escritos, son divertidos e inteligentes (muchísimo mejor en VO con subtítulos en español, que es como los he encontrado yo en la mula). Todo ello es mucho más de lo que puede decirse de cualquier otra serie que yo haya visto de las producidas por la Fox (no, los Simpson no cuentan). Pero bueno, ellos sabrán lo que hacen.

En fin, que me está gustando esta serie; no digo que sea la mejor de la historia pero sí que es una de las mejores que he visto en los últimos años (aunque he de decir que no soy muy de series tampoco). Creo que es bastante recomendable, y tampoco cuesta mucho bajarse 13 episodios de nada; de hecho pueden llevarse una agradable sorpresa. He aquí el vídeoclip con el maravilloso tema musical del Duque de la Estratosfera, el genial Andy Partridge: