domingo, 16 de diciembre de 2007

Olivier Messiaen - Quatuor pour la fin des temps

Después vi otro ángel vigoroso, que bajaba del cielo envuelto en una nube; sobre la cabeza tenía el arco iris; su rostro era como el sol, y sus piernas como columnas de fuego. Tenía en la mano un librito abierto. Puso el pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, y gritó con voz potente, como el rugido del león… El ángel que había visto en pie sobre el mar y sobre la tierra alzó la mano derecha hacia el cielo y juró por aquel que vive por los siglos de los siglos -el que creó el cielo y lo que hay en él, la tierra y todo lo que contiene, el mar y todo lo que hay en él-: "Ya no habrá más tiempo pues en el día de la trompeta del séptimo ángel, se consumará el misterio de Dios".

Apocalipsis, 10:2

Olivier Messiaen (1908-1992) se ha convertido en uno de mis compositores favoritos tras escuchar tan sólo una de sus obras (pero qué obra): el Quatuor por la fin des temps (Cuarteto para el fin de los tiempos); una pieza de música de cámara alumbrada en Stalag VIII A, campo de concentración en el que estuvo recluido tras ser capturado en Verdún, en mayo de 1940, durante la caída de Francia en manos de los alemanes. Fue en el otoño de ese mismo año cuando comenzó a escribir esta joya, considerada una de las obras mayores del siglo XX; consideración a la que, vaya, no me opongo.

Este cuarteto tiene una formación no demasiado frecuente, forzada por la situación en los campos, donde Messiaen tan sólo tenía acceso a determinados instrumentos: clarinete, piano, violín y violonchelo. La obra surge de un infierno, y castigado por el hambre y el frío, el compositor sueña con colores –experimentaba fenómenos de sinestesia- y con el canto de los pájaros, a los que siempre consideró los mejores músicos. Mirlos y ruiseñores elevados sobre la inmundicia, llevando sus melodías aéreas siempre hacia lo alto. En el tercer movimiento, para clarinete solo -L’abîme des oiseaux- sus cantos se elevan sobre el abismo, que es el tiempo, fuente de dolor y desdicha., y por ello Messiaen busca eliminarlo de la percepción del oyente. A ello ayudan sus ritmos siempre cambiantes, suspendidos en el quebranto de lo imposible.

La poderosa fe católica de Messiaen marca toda su música, siempre cercana a verdades teológicas relacionadas con la gloria divina, los “aspectos maravillosos de la fe” (Ascensión, Transfiguración, Natividad). Incluso determina el número de partes en el caso del Quatuor: a decir del propio compositor, “siete es el número perfecto, la creación en seis días santificada por el divino sábado; el 7 de este reposo se prolonga en la eternidad y deviene en el 8 de la luz infalible, de la paz inalterable”.

Yo, con mis muy limitados conocimientos musicales, y también de la propia obra de Messiaen, no soy capaz de explicar esta obra al detalle ni lo pretendo en absoluto. Esto tan sólo me sirve para ir dejando mi rastro en este Hades virtual, poblado de sombras y fantasmas. Pero, teorías musicales aparte, sí que me admira particularmente esa sensación de transparencia, de suspensión sobre el tiempo, la extensa gama cromática que se extiende ante la imaginación y el espíritu –siempre alerta- como en los brillos refulgentes de las vidrieras góticas. Aunque es mucho más accesible que obras como la Nativité du Seigneur o la Turangalîla Symphonie (donde introdujo un instrumento electrónico, el famoso Ondes Martenot), probablemente requiera más de una escucha por nuestra parte.

Messiaen miraba hacia tradiciones como la India y Japón en busca de nuevas soluciones armónicas, y fue también maestro de varias generaciones: entre sus alumnos se encuentran músicos tan destacados como Pierre Boulez, Iannis Xenakis o el recientemente fallecido Karlheinz Stockhausen, autor de Kontakte (1958-60) o la muy interesante Gesang der Jünglinge (1955-56) de importancia enorme también en el curioso fenómeno del krautrock, sobre el que por cierto todavía tengo intención de introducir algún post más. Pongamos un bonito vídeo en su honor:



Pero el hecho más sorprendente de todos: cincuenta minutos con Messiaen no son realmente cincuenta minutos… En el quinto movimiento, Louange à l’éternité de Jésus, el lentísimo fraseo del violonchelo -la Palabra- estira el tiempo sobre un lecho de acordes cristalinos al piano. ¿Cincuenta minutos? Nadie podría decir cuánto dura realmente una obra de Messiaen.


domingo, 2 de diciembre de 2007

Los sueños de Busby Berkeley

I haven’t seen you in ages
But it’s not as bleak as it seems
We still dance on whirling stages
In my Busby Berkeley dreams

Stephen Merritt

Nunca he sido capaz de apreciar los musicales. Jamás he conseguido, supongo, alcanzar esa disposición mental que se requiere para disfrutarlos. Parte de culpa, me temo, la tiene un documental que un profesor nos pasó hace años en el instituto, titulado That’s Dancing. No sé cuánto duraba exactamente, pero sí recuerdo que se me hizo eterna; era un rollazo, un encadenamiento sin demasiado sentido de números musicales fuera de contexto, con Fred Astaire, Ginger Rogers, Cyd Charisse y todos esos clásicos. Todo era baile, baile, baile, claqué y más claqué. Y lo odié desde entonces.

Sin embargo, debo decir que siento debilidad por las coreografías de ese puto genio llamado Busby Berkeley. Baste esta muestra (bastante kitsch) para disfrutar de su extraordinario talento y de su vanguardista visión (ríase usted del Ballet Mécanique de Léger):The Polka Dot Polka, de la película The Gang’s All Here.(1943)


Acid-kitsch. Yeah!

Y de propina, incluyo este bonito vídeo que alguien ha hecho de la canción que da título a este post: Busby Berkeley Dreams, de The Magnetic Fields, contenida en su glorioso 69 Love Songs.


sábado, 1 de diciembre de 2007

Jünger, los mitos y el mar

Me encuentro inmerso en la lectura de “Mitos griegos”, un libro de Friedrich Georg Jünger, el hermano de Ernst, que fue editado en España el año pasado por la editorial Herder. Surcando sus páginas alcancé un pasaje realmente especial, por su extraordinaria fuerza evocadora (al menos por lo que a su humilde servidor respecta). Es precisamente eso lo que hace de ese libro algo interesante; los mitos no se presentan como reliquias del pasado, como equivalencias despojadas de poder fascinador y ambiguo (Apolo=sol, Marte=guerra) y petrificadas por el proceso alegórico. No; los mitos aquí son algo vivo, real, palpitante, pletórico de belleza y terror a partes iguales.

El pasaje está dentro del fragmento que hace referencia a dos titanes, Océano y Tetis. Océano está vinculado, como otros titanes, con los fenómenos elementales. Se relaciona con las aguas, con la corriente universal que envuelve la tierra, con un rumor fluido y pacífico –Océano es el único que no interviene en la lucha entre Crono y Urano- pero también persistente. Siempre es igual a sí mismo y, también como los otros titanes, es presa de un “eterno retorno” (hay un inconfundible eco nietzscheano en la prosa de Jünger). Tetis es su esposa, madre de las oceánides y divinidades del agua.

Pero es cuando habla de Poseidón cuando aparece este pasaje, abismado en la contemplación de las formas marinas:


circunvoluciones y curvaturas. Determinadas criaturas marinas poseen una estructura estrictamente simétrica a partir de la cual configuran formas estrelladas y radiales, imágenes en las que también el agua interactúa con su fuerza moldeadora, radial y estrellada. Otras, como las medusas, son transparentes, su cuerpo entero está bañado en luz y avivado por exquisitos tornasoles. A todo lo nacido en el agua le es propio un esmalte, un color y un brillo que sólo el agua puede conferir. Es iridiscente, fluorescente, opalino y fosforescente. La luz que penetra a través del agua se deposita sobre un fondo sólido que refleja las delicadas refracciones y los destellos de la luz. Este tipo de brillo se observa en el nácar y aún más en la perla misma. Al mar no le faltan joyas, es más, todas las alhajas están en relación con el agua, poseen también una naturaleza acuática que les confiere un poder lumínico. En él los colores son más bien fríos“El reino de Poseidón está mejor ordenado que el de Océano. Es más suntuoso y armonioso. La corriente universal que fluye poderosamente lo encierra con un cinturón, lo encierra como centro a partir del cual la entera naturaleza marítima adquiere su forma (…) Todo lo que procede del mar muestra un parentesco, tiene algo en común que no oculta su origen. Los delfines, las nereidas, los tritones, todos emergen del medio húmedo y su complexión muestra el poder del elemento del que proceden. Las escamas, las aletas, las colas de pez únicamente se forman en el agua y, por el modo en que se mueven, están en correspondencia con la resistencia de las corrientes. Algo parecido muestran las conchas y las caracolas en sus formas planas, en sus y aún así resplandecientes, y se reflejan los unos en los otros. Prevalecen el verde y el azul, oscuros y claros a través de todos los matices. Al agitarse, las aguas se tornan negras y arrojan una espuma color de plata. También allí donde asoma el rojo, o el amarillo en estado puro, el agua participa de su formación.

Al que contempla estas formas admirables y a primera vista, a menudo, tan extrañas, le recuerdan ante todo los juegos de las nereidas. Son los juegos que ellas juegan en las aguas cristalinas, en sus cuevas verdes. Al nadador, al bañista le vienen a la mente estos juegos y lo serenan. La fertilidad del mar oculta un tesoro de serenidad; por mucho que se extraiga de él, siempre permanecerá inagotable. Quien descienda a las profundidades, sentirá el cariño con el que el mar se apodera del cuerpo y lo penetra, sentirá los abrazos que reparte. De la caracola en forma de espiral hasta el cuerpo blanco y níveo de Leucótea, de la que se enamoró el tosco Polifemo cuando la miraba jugar con la espuma de la orilla, todo sigue en él la misma ley. También Afrodita Afrogeneia emergió del mar; su belleza y su encanto son un obsequio del mar.

Del ámbito de Poseidón, del reino de Poseidón depende todo esto. Todo lo que se halla bajo la tutela del tridente tiene algo en común y muestra un parentesco inconfundible, Fluye, se mueve, es luminoso, transparente, cede a la presión y ejerce presión. Se eleva y se hunde rítmicamente, y en su formación revela el ritmo que lo impregna.”

¡Cuántas imágenes ha conjurado este texto en mi imaginación! Recuerdo aquel verano en la Costa Brava, hace ya muchos años, en el que me dediqué casi exclusivamente a recoger erizos de mar entre las rocas; era como una obsesión. Trataba de encontrar algo reconocible entre ese bosquecillo de púas, hasta que finalmente pasaba el dedo por él... y las púas respondían con un parsimonioso movimiento, todas hacia un mismo punto. Probablemente estuve haciendo eso durante horas y horas; alrededor había también estrellas y caballitos de mar, organismos que en su singularidad no pueden más que asombrar a los niños.

Por supuesto, recuerdo también el brillo de los corales y las procesiones de destellos plateados, y recuerdo también su nuca, cuando nadamos juntos aquella noche, hace ahora algo más de un año… el agua acariciaba nuestros cuerpos pero también infundía un terror primordial; era, de nuevo, una danza de sexo y muerte. Hubo otras muchas noches antes en que fuimos mecidos por ese rumor… todas iguales y diferentes a un tiempo.

Ah, me vienen tantas imágenes a la cabeza...