miércoles, 12 de septiembre de 2007

¿Ánde vas, criatura?

Camino por la acera, junto a una fachada de una de esas casas de un solo piso, de las que pueden verse en mi barrio, a fin de cuentas un pueblo que terminó siendo absorbido por el crecimiento de la ciudad. Está muy deteriorada, llena de desconchones, y desde dentro pueden oírse unas voces que discuten.

En cuanto me acerco, la casa ha cambiado totalmente: tiene ahora dos pisos, está pintada de blanco inmaculado y presenta un aspecto mucho más próspero, algo parecido a las famosas casas de los indianos que hay en Asturias o Cantabria. Tengo de ella una perspectiva de conjunto, y como si fuera James Stewart en “La ventana indiscreta”, veo a una mujer bajando desde el segundo piso, a través de las ventanas. Parece poseída, en un estado de locura transitoria. Siguen oyéndose gritos, y empiezo a temer que pueda salir algo de esa casa para hacerme daño.

Me voy alejando rápidamente, y desde donde estoy ahora puedo ver un jardín pegado a la casa, lleno de balaustradas y cubierto de hiedra y arbustos. La mujer, vestida de blanco, se desploma en el centro del jardín, justo al lado de una fuente. Titubeo; no sé si acercarme para ver lo que realmente ha ocurrido, no sé si ha muerto o sólo está fingiendo. En ese momento, puedo discernir dos figuras vestidas de negro, idénticas entre sí, que se giran hacia mí con mirada inquisidora y me preguntan:

¿Dónde vas?


Este sueño se me ha repetido varias veces en los últimos cinco o seis meses. No pretendo analizarlo (aunque la mujer que aparece, bien es cierto, se corresponde muy bien con el ánima junguiana), tan sólo dejar constancia aquí, en este diario electrónico hinchado de pereza y absurda vanidad, supongo. Como la mayoría; sobre todo por lo de la vanidad.

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