sábado, 30 de diciembre de 2006

Dalí entrevistado por Joaquín Soler Serrano

Nunca me han gustado los cuadros de Dalí; siempre he pensado que palidecían puestos junto a su desbordante y genial personalidad. Pero el descubrimiento de esta entrevista ha hecho que me interese mucho más por él. No tardará en caer “La vida secreta de Salvador Dalí”.

La entrevista es puro amor excéntrico. Son ocho partes, todas están, por supuesto, en Youtube(¡Bendito sea Youtube mientras dure!)

viernes, 29 de diciembre de 2006

La espiral del amor

Siempre lo digo henchido de orgullo: me encantan los tebeos. Con ellos aprendí a leer, a dibujar cosas en tres dimensiones, y, lo que es más, con ellos aprendí a disfrutar de la lectura (cosa que en la escuela trataron de evitar a toda costa). Y es que, amigos míos, la lectura no puede ser una obligación de ninguna de las maneras, como pretenden los Ministerios de Cultura. Puedo admitir que haya textos que requieran que el lector ponga un poquito de su parte. Los hay, y de hecho muchas veces el esfuerzo invertido da sus frutos. Pero no comprendo demasiado bien a aquellos que se empeñan en escalar el Ulises de Joyce –por poner un ejemplo- sucumbiendo de aburrimiento, como si al llegar al final de sus páginas fueran a convertirse en un ser nuevo y mejor.

Pero, a ver: uno vive buena parte de su adolescencia engañado, pensando que cuando meta la polla en un coño va a producirse en él una experiencia trascendental que cambiará su vida para siempre. No es así; timidez, nervios, ansias… la primera vez suele ser bastante poquita cosa. Entonces, ¿cómo va a cambiarte la vida una lectura a lo misionero, sin mirar a los ojos, sin besitos, cachetes ni guarrindonguerías varias? Fóllate ese libro, joder, fóllalo por todas las partes, haz que se te peguen las hojas, arráncaselas si hace falta. Para mí, si la lectura no se realiza como devoción, carece del menor sentido. Como dice Daniel Pennac: "la libertad de escribir no podría acomodarse a la obligación de leer”

Bueno, pues el último tebeo que he leído es Uzumaki, editado por Planeta deAgostini. El precio no está mal, teniendo en cuenta lo caros que suelen ser los malditos (4’95 euros el volumen, un total de seis), aunque la calidad de la reproducción es bastante normalita. Bueno, pues esta locura es una razón más para ahondar en mi niponofilia. ¿Qué tiene de especial? No sé, pero lo que sí tiene, para empezar, es una premisa de lo más simple y divertida: un pueblo se halla dominado por las espirales y sus misteriosas manifestaciones. Eso le basta al autor, un odontólogo retirado que responde al nombre de Junji Ito, para desatar sus fantasías repletas de deformaciones inverosímiles, humor negro y estupendas colegialas. Deformaciones: +5 puntos. Colegialas: +1000 puntos. ¿Hace falta que siga?

¡+5000 puntos!

Ah, la historia tiene un inconfundible influjo lovecraftiano: +2000 puntos. Siempre he sido bastante fan de Lovecraft y de sus terrores innombrables y de dimensiones remotas. Mi afición por su obra, que derivó hacia otras lecturas así como raras, no viene precisamente por un “Plan de Fomento de la Lectura”, sino, curiosamente, de los siempre denostados videojuegos. Aunque ahora es un género que ha decaído bastante, allá por los años 90 las aventuras gráficas gozaban de un gran seguimiento, y no sólo las gloriosas maravillas de Lucasarts. Recuerdo tres que tenían una notable influencia del legado del escritor de Providence:


Alone in the Dark

Alone in the Dark

Antecedente directo del famoso Resident Evil y de todos los survival horror, muy antiguo ya y con unos polígonos que ahora dan un poco de risa. Había un libro en una estantería que no podía leerse, bajo amenaza de game over. El libro era De Vermiis Mysteriis, de un tal Ludvig Prinn. Un amigo y yo, como dos pardillos, lo buscamos por todas las bibliotecas, por supuesto en vano. No era más que un ficticio libro maldito, al estilo del Necronomicón del árabe loco Abdul-Alhazred, que aparece en las obras de Lovie.

Shadow of the Comet

Shadow of the Comet

A este apenas llegué a jugar, pero tenía bastante buena pinta.


Daughter of Serpents

Daughter of Serpents

Un juego muy raro, y bastante corto, pero la historieta era interesante, con Djinnis, confabulaciones estelares, misteriosos pergaminos y la Alejandría de los años 20 como escenario. Tenía un “algo” que ha hecho que perdure en mi memoria, a pesar de sus defectos.

Deben haber muchísimos más juegos inspirados en Crafty, pero estos son los únicos que he jugado. El Shadow of the Comet nunca llegué a completarlo, los otros dos sí. Quizás algún día, aunque no lo creo.

Bueno, tengo hambre y voy a ir a por algo a la nevera, así que resumo: Lee novelas, ensayos, tebeos, juega a videojuegos, fóllatelos, haz lo que quieras, pero por favor, no leas el Código Da Vinci. Es una puta frígida con el coño seco como una mojama. Se abre, sí, claro, se te abre bien fácil, pero no te dará ni pizca de amor. Sin embargo, Howard Love - craft, él, mi viejo amigo, nunca te defraudará, porque lleva el amor en su nombre, y sabe siempre cómo dártelo porque tiene el craft.

Y todos buscamos amor en este mundo, ¿o no?

jueves, 28 de diciembre de 2006

Sade y sus cosas

Leo La philosophie dans le boudoir (La filosofía en el tocador) del Marqués de Sade. Es un drama pedagógico subvertido, donde una jovencita de piel blanca y fresca es "encauzada" por parte de unos libertinos. Sumamente interesante por su exploración valiente y controvertida del lado oscuro de la fuerza. Sigue siendo muy fuerte, sigue siendo incómodo, pese a que se supone que vivimos en una época de liberación sexual (que en realidad quiere decir, y eso mucho mejor lo expone Houellebecq, que el sexo ha entrado en la dinámica del mercado)

Exponer a cualquier individuo que se considere a sí mismo "liberal", en cuanto a sexo se refiere, las tesis de este libro –no defenderlas ni recomendarlas, simplemente exponerlas- es casi siempre comprobar lo estúpido que es el término “liberal”. Detesto profundamente ese término y todo lo que oculta o pretende ocultar, esto es, ante todo: conformismo, comodonismo, papanatismo, incluso mojigatismo, amén de otras muchas cosas en las que prefiero no entrar ahora.

Esta obra no es ni más ni menos que un producto de la Ilustración, de la explosión racionalista de Diderot, Rousseau, Voltaire y compañía. Aquí se trata de liberar a la razón de muros y cortapisas, que sea la luz que alumbre el camino al desarrollo de nuestros más bajos instintos reprimidos bajo la mesa camilla judeocristiana (contra la que Sade se ensaña de manera particularmente insistente) Así, este teatrillo de perversiones, violencia, parafilias e inmoralidad, resulta de poner la razón en primer plano, pero para romper su himen inmediatamente después; no por nada se produjo su reivindicación por parte de los surrealistas.

Cuando tenía 12 o 13 años y mis hormonas estaban empezando a salirse de madre, me encontré un día con Justine entre mis manos. Naturalmente, mi curiosidad me impulsó a leerlo. Estaba plagado, como todos sus libros, de escenas pornográficas; las imágenes que allí se describían me inflamaron y tuve una erección inmediata. Por aquel entonces, a las chicas de mi clase comenzaban a crecerles los pechos y yo me sentía totalmente dominado por el deseo, que se crecía con la imposibilidad de obtener su objeto… era consciente de que nunca los vería desnudos ni los tendría entre mis manos; todavía quedaban unos cuantos años para que hacerlo fuera normal. Esta tensión acabó produciendo en mí un ansia descomunal de poseerlas. Por la noche se me aparecían imágenes increíblemente obscenas, de erotismo delirante y violento. Quizá si hubiera tenido una educación religiosa la culpa me habría abrumado. Por suerte, no fue el caso y en un quítame allá esas pajas todo quedaba solucionado. Como dice el protagonista de una de los novelas de Houellebecq -no importa cuál porque en todas es el mismo- “cuando los hombres escupimos el chorrito nos quedamos muy tranquilos”.

El momento del orgasmo es imposible de racionalizar. Es un instante de muerte, la mente se vacía por completo, el homo sapiens queda convertido en un objeto presa de estertores animales. ¿Qué no es uno capaz de hacer entonces? Si ese breve bocado de muerte se alargara indefinidamente, ¿qué es lo que ocurriría? En este momento, me viene a la cabeza la imagen de una humanidad poseída por un orgasmo continuado, copulando y asesinándose mutuamente para alimentar su lujuria; un Apocalipsis sádico. Nada podría asegurarnos su imposibilidad.

Pero pese a ese período de fantasías violentas y al aburrimiento que me produce el sexo convencional, nunca me ha gustado hacer daño, o por lo menos sin la aprobación del otro. Las fantasías que aparecen en los libros de Sade pueden ser sugestivas pero nunca las pondría en práctica, porque violan el espacio ajeno. Desentenderse del dolor que el otro sufre para aumentar el propio placer se parece demasiado al ejercicio del poder. Esto que digo queda perfectamente representado en la que es, por lo que a mí respecta, la experiencia cinematográfica más traumática que jamás se haya parido: por supuesto, me refiero a Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini. Ninguna película muestra el horror de forma tan cruda y directa. Olvídense de cosas como Flower of Flesh and Blood, Holocausto Caníbal o Braindead. Esta alegoría fílmica de la brutalidad del poder, si es que son capaces de verla entera, permanecerá en sus mentes mucho más vivamente que esas alegres e inofensivas gorefests.
En cualquier caso, haga lo que haga cada uno con su vida, ahí están las obras de Sade, para quien quiera abrir por unos momentos la puerta que lleva hacia ese monstruo que la cultura occidental, cobarde e hipócrita, rara vez se ha atrevido a mirar cara a cara. ¡Yo te saludo, Divino Marqués!

jueves, 21 de diciembre de 2006

Kenji Mizoguchi

¿Quiere usted que hable de mi arte? Es imposible. Un director de cine no tiene nada que decir que merezca la pena ser dicho. (…) Digamos que un hombre como yo siempre está alentado por el clima de la belleza”

Vuelvo a ver Cuentos de la luna pálida (1953), la película más popular de Kenji Mizoguchi.

La he visto varias veces, cosa que no hago con muchas películas; en realidad, ni siquiera me gusta el cine. He de decir antes que nada que soy un niponófilo sin remedio; mi fascinación por ese país y sus habitantes siempre ha sido intensa. Me interesa tanto el Japón antiguo como el moderno. Nunca he estado allí, pero desde luego me encantaría permanecer unos meses cada año para reposar de esta ciudad, tan provinciana, ruidosa y vulgar. Además, no poder hacer sushi con arroz La Fallera es un palo.

Ah, (suspiro) Japón y sus gentes...me gustan sus modales exquisitos, su comida, su idioma, y también sus mujeres. Aunque me he dado cuenta de que muchas tienen los dientes hechos un Cristo, lo sutil, elegante y femenino de sus gestos y mohínes son suficientes para provocarme una excitación sublime, o en su defecto, una trempera sagrada. Podría cantar en esos momentos algo como lo que cantaba el Zurdo:

"Mi dulce geisha / es sumamente amable / tiene dos luces oblicuas / que sonríen cuando mira / le gusta el pescado crudo / y sabe artes marciales / y su conducta amorosa es muy imaginativa”

Mizoguchi es uno de los directores clásicos del Japón, no tan conocido como Ozu o Kurosawa (se ha perdido la mayoría de su obra) pero basta con ver una o dos películas para ver que es un peso pesado, un artesano genial.

Sus películas son lentas, sí. “Un plano, una escena”, viene a ser su divisa. Pero no se trata de una masturbación gratuita y autocomplaciente, sino que es parte integrante de su estilo inimitable. Es observación paciente, detenida, de los gestos. Elegante como una geisha. Cosas como ésta indicaba el tirano Mizoguchi a su abnegado guionista, Yoshikata Yoda:

“Debes poner el olor del cuerpo humano en imágenes. Describe para mí lo implacable, lo egoísta, lo sensual, lo cruel. No hay nada sino gente repugnante en este mundo.”

Uno puede imaginarse a Yoda cagándose en su puta madre, pero más se cagarían aún los que debían mover una pieza del decorado de varias toneladas unos pocos centímetros, todo ello para lograr el equilibrio deseado por el despótico director. Sencillamente, buscaba la perfección, y no podemos reprochárselo.

Ozu todavía es más zen, pero no acabé de ver ninguna de sus películas. Mizoguchi es Ukiyo-e 24 veces por segundo. Hiroshige, Hokusai, teatro , Shibui. Maestría visual, sin artificios ni efectismos. Simplemente eso, maestría, estilo, dominio, elegancia.¿Te aburres y te dan ganas de levantarte a por galletas? Peor para ti. ¡Imbécil!

Sus películas están hechas bajo las claves del melodrama: lucha de opuestos, determinismo fatal, etc. Normalmente se inspira en obras literarias; Cuentos de la luna pálida está basada en tres cuentos de Akinari Ueda, escritor del s.XVIII. También en otro cuento del gran Guy de Maupassant, Décoré, sobre un burguesote gabacho que quiere la Legión de Honor a toda costa, pero cegado por su codicia no se da cuenta de que su mujer se la pega. En la película, tenemos al personaje de Tobei, algo parecido a un tonto del pueblo que está loco por ser un samurai.

Es una Odisea con moraleja de sabor budista: es preciso despegarse de las ilusiones vanas. Genjuro, el protagonista, se deja llevar por la codicia. Cuando todo parece ir bien, aparece la princesa, una Circe misteriosa, encantadora de hombres, femme fatale. Es la perfección materializada, debe seguirla, no puede apartar los ojos de ella. Pero, ¿es acaso la perfección posible?

El momento en que la Princesa Wakasa aparece entre los vivos, a la luz del día, como una alucinación, es probablemente uno de los momentos más impresionantes que recuerdo en una película. También la entrada en el palacio, y el retozar en el jardín, que se siente como un verdadero Edén. Hay aquí una mezcla de relato fantástico y realidad, bastante rara en Mizoguchi, que prefiere normalmente un enfoque más a ras de suelo (por ejemplo, en la Vida de Oharu, en algunos aspectos superior a ésta). Pero como dice el kokin-shu (una recopilación de poemas Waka del siglo X):

“La realidad,

en el fondo de la noche,

no es más material que el sueño luminoso.”

lunes, 18 de diciembre de 2006

Venus in Furs

Lo cierto es que todavía pienso en ella a veces. No hace tanto tiempo, pero es que parece que fue el otro día. Todavía guardo los mensajes en el móvil. Todo ha terminado de forma radical. No sé si me quería, no sé si la quería, pero ya no tiene mucho sentido preguntárselo. Tengo mis dudas.

Casi toda relación sentimental entraña a su vez una lucha de poder. Hay algo de egoísmo y también de sadomasoquismo. El juego con el látigo, las esposas y los tacones de aguja trasladados al campo de la guerra psicológica. “Te amo y quiero castrarte”, dice uno, “Quiero dominarte, quiero golpearte con mi sexo hasta que pierdas el sentido”, dice el otro. Un juego cruel y destructivo.

La palabra amor es un triste one-way sign colocado encima de un desierto moldeado y barrido por los azares del destino. Me parece a mí que la modernidad no ha sido capaz de darle un nuevo sentido, y por ello se ha quedado en el siglo XIX. Pero no es esto lo que me interesa ahora.

Lo que me interesa es la confrontación continua que existía en nuestra relación, una extrapolación de las diferencias entre el Nuevo y el Viejo Mundo. Ella había aceptado la brutalidad, la inmoralidad esencial y desculpabilizada de América. Mantenía la singularidad de su origen, la frialdad del Báltico, en una casa unifamiliar con perro y jardín. Yo parecía ejecutar el papel del europeo a la perfección; percutido por la maldición de la conciencia, escéptico y descreído. Es el resultado de siglos de historia. Ella, sin embargo, permanecía siempre firme, con su fe inquebrantable en la realización de los sueños, porque a diferencia de los europeos, lastrados por una serie interminable de reveses, los ve realizados de manera salvaje en las megalópolis verticales, en el paisaje inmenso y technicolor, en los campus-ciudad y en las autopistas en las que los hombres circulan sin objeto y parecen convertirse en una especie de gas. Se podría decir que todo eso es falso y superficial, pura fachada, pero no conseguirás nada reprochándoselo a un americano; les importa un bledo. Y lo comprendo perfectamente.

Pero la verdad es que esa arrogancia y esa superficialidad que poseía ella y también sus amigas, aunque en el fondo exentas de malicia, me ponían siempre de los nervios. Cuando miraba a través de las ventanillas, rebajaba las montañas a colinas y las ciudades a pueblos. Todo era pequeñito, pero tenía “carácter”. “Me gusta porque tiene carácter”. Tenía que morderme el puño. La única forma en que podía desahogarme era atarle las manos y empujar bien fuerte hacia dentro. Hundirle la cabeza en la almohada y agarrarla del pelo. Pero todo eso se volvía contra mí, porque ella disfrutaba todavía más que yo. Sólo hacía que reírse y gritar. ¡Ella era la que dominaba, en realidad! Lo único que hacía era alimentar su lujuria. Después se vestía y se ponía muy seria, como si nada hubiera ocurrido, y volvía a hacer el papel de mujer puritana. Lo que yo decía, pura fachada.

Y a pesar de esa superficialidad y esa arrogancia -que no tiene que ver necesariamente con la estupidez- una cosa es cierta; los americanos admiran de forma sincera la cultura europea. Probablemente más que la mayoría de nosotros, pero de algún modo lo hacen como el que mira a través de un escaparate. Nosotros llevamos ese camino, sin duda. Hace ya tiempo que hemos adoptado su modo de vida y hace tiempo también que estamos hartos ya del peso de la cultura… Todo es como un adorno, un museo petrificado, un destino del turismo global. Europa es un cadáver que huele muy bien.

Ahora que se ha terminado el juego, he perdido esa perspectiva. Siento cierta nostalgia de ese optimismo ingenuo y brutal. Era algo tan extraño y tan incomprensible para mí… También añoro la lujuria transformando su rostro, sus gritos al borde del éxtasis. Ahora me encomiendo a Onán y camino por las avenidas de la ciudad sin que nadie me recuerde que en realidad son callejones.

God Bless America.

jueves, 14 de diciembre de 2006

Architecture in Helsinki - Do the Whirlwind

Todo el santo día con la cancioncita en la cabeza… "¡Bájate el de Architecture in Helsinki!" Me recomendaba un compañero. "Es muy indie y tal, pero guay". Desde luego con ese nombre no hace falta que me lo jures. A mí me da igual que sea indie, sobre todo porque nadie sabe qué es eso. Y bueno, la verdad es que el disco está bien, pero es que está hecho como a trocitos: Una melodía (normalmente pegadiza) por aquí, un desarrollo orquestal rarito por allá, luego un poco de Belle and Sebastian, ahora un punteíto de guitarra, una chica cantando a lo B’52, en fin… demasiadas ideas a la vez para mi gusto. Pero, ¿qué más da?

Porque este soniquete, ya les digo, todo el día dale que te pego. Puede que en cuatro días no me acuerde ya, pero me importa un bledo. Las canciones pop no tienen por qué durar tanto, pueden ser un puro usar y tirar (y de hecho lo son en un altísimo porcentaje). Si una canción pop sirve para que alguien la cante en la ducha, ya es algo.

Además es que el video mola bastante, está hecho como con sprites de juegos 2d; alguno parece casi directamente sacado del Metal Slug.

¿Ubi sunt?

Cada visita a casa de mi abuela es una vuelta atrás en el tiempo. Algo así como la magdalena de Proust, pero normalmente con pucheros y platos de caliente de por medio. Mi abuela no puede concebir que la gente no coma de caliente todos los días, y no digamos en invierno. Siempre que viene a comer a casa en Navidad rechaza airadamente todo atisbo de sofisticación en la comida, y termina sorbiendo fideos con una cuchara en un plato desbordante de caldo. Mientras, todos los demás comen (comemos) gambas y hablan de política. Yo odio los platos de caliente. Cuando iba al colegio comía siempre en casa de mi abuela, y cada vez que me sentaba a la mesa y volvía a tener delante el plato humeante con los fideos, torcía el morro. ¡Qué manía con eso de comer de caliente! ¡Y el pan! “Si no comes pan, es como si no hubieras comido”. “El pan es sagrado. Si se te cae al suelo, hay que besarlo”. Eso sí, si se caen dos docenas de gambas, no pasa nada. Cosas del hambre pasada.

Es un mundo de tapetes de hule, figuritas de porcelana, y muebles-mamotreto –sí, igualitos que los del Ikea-, provistos de vidrieras con decoraciones de flores. A través de ellas puede verse una barroquísima disposición de San Pancracios, retratos, servilleteros, más santos, e incluso un pato de cristal de Murano que le trajeron mis padres hace muchos años y que desentona bastante en el conjunto. Puro vintage, pero español. Me cuesta pensar que ese mundo desaparecerá algún día.

Un rato de conversación con ella y uno podría pensar que se encuentra en pleno siglo XVII. Palabras que podrían salir de la boca de Miguel de Mañara, un extraño personaje de la Sevilla de la época -cuya leyenda se confunde con la de Don Juan Tenorio- que pasó de follador empedernido, como El Pescaílla, a arrepentirse de sus pecados babilónicos, para acabar así fundando el Hospital de la Caridad de Sevilla. En él permaneció hasta su muerte, lavando pústulas y cuidando leprosos. Si pasan por allí, les recomiendo la visita; pero no hagan como yo, en pleno verano y a las cuatro de la tarde. Lean lo que decía este señor (si quieren):

La alegría de la huerta; o los"Guinea Pig" del Siglo de Oro


"Mira una bóveda: entra en ella con la consideración, y ponte a mirar a tus padres o a tu mujer (si la has perdido) o los amigos que conocías: mira qué silencio. No se oye ruido; sólo el roer de las carcomas y gusanos tan solamente se percibe. Y el estruendo de pajes y lacayos ¿dónde están? Acá se queda todo: repara las alhajas del palacio de los muertos, algunas telarañas son. ¿Y la mitra y la corona? También acá la dejaron. Repara hermano mío que esto sin duda ha de pasar, y toda tu compostura ha de ser deshecha en huesos áridos, horribles y espantosos; tanto que la persona que hoy juzgas más te quiere, sea tu mujer, tu hijo, o tu marido, al instante que espires, se ha de asombrar de verte, y a quien hacías compañía, has de servir de asombro".

Bueno, el caso es que estaba viendo con ella las noticias, y he visto la cosa esta de la brigada Diógenes, formada por unos operarios del Ayuntamiento de Madrid, y que toma su nombre del dichoso síndrome. Por lo visto, en un año han sacado hasta 100.000 kilos de basura. 100.000 kilos de residuos acompañando la soledad de los ancianos en la gran metrópoli, sea en Salamanca o en Lavapiés. Mi abuela ha comentado “Pues sí que son guarros”. Y no me he atrevido a explicarle que el motivo de esa conducta patológica es el mismo que a ella le mantiene en el abatimiento: la soledad. Aunque vayamos a visitarla cada día, y yo la siga adorando como merece, en sus ojos se puede ver la tristeza de la persona que se siente apartada, excluida, marginada.

Y es que los viejos parece que cada vez son más un estorbo. Una época como la nuestra, absolutamente obsesionada con la edad y la juventud eterna, no puede ver a los viejos sino como una fastidiosa muestra de la ruina que espera a nuestro cuerpo. Como decía Abraham J. Simpson a su familia: “¿Por qué huís de mí? ¿Acaso mi arrugado rostro os recuerda el horrible espectro de la muerte?” Aunque muchas veces nos inspiren ternura, eso también es una verdad como un templo.

Por las noches, uno puede imaginar miles de ubi sunt surgiendo de bocas aún vivas, resonando huecos entre aparadores, vitrinas, retratos, San Pancracios y tapetes de hule. Y quizá en el fondo, un reloj de pared marcando el ritmo, monótono, motorik, fundiéndose con una letanía arrastrada por las ruinas del tiempo.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Ohayou gozaimasu


Amor a primera vista. Sólo de pensar en que el señor Nobuyoshi Araki haya intercambiado fluidos con ella... Nah, no creo. A ella sí le llevaría el desayuno; y también la pervertiría un poco. Y Gabriel Matzneff también lo haría. Pero esta es mía; ójala ocupara mis sueños a partir de ahora.

Después de recibir decepciones y más decepciones en mis relaciones con el sexo sensible e inteligente (y por tanto mucho más capaz de ser retorcido y perverso) prefiero refugiarme en mis sueños con adorables japonesitas casi prepúberes.

domingo, 10 de diciembre de 2006

Sueños y melones

Esta mañana me he levantado con el mayor de los alivios. De nuevo, la idea de la muerte rondándome la cabeza, o mejor dicho, los sueños. No creo que haya tema más importante, pero preferiría ocupar mis masturbaciones oníricas en otras cosas. Sin embargo, ahí está, de nuevo visitándome.

He tenido un sueño espantoso en el que vagaba por ahí con la cabeza cortada (el espacio en el que me movía no estaba demasiado definido). No sangraba, pero podía verme el corte, limpio como el que se conseguiría con un cuchillo bien afilado en un melón suficientemente maduro. Tenía que sujetarme la cabeza porque se deslizaba a través de la superficie cortada, perfectamente lisa, brillante y algo inclinada. Pensaba que debía morir, como es lógico, pero el momento no llegaba. “Quizás me salve”, pensaba. “A lo mejor no ha sido tan grave. Además, ¡ni siquiera sangro! No, seguro que no ha sido nada. Pero, ¿cómo voy a volver a ponerla en su sitio? Bueno, esperaré y veré que ocurre”

De repente, estoy en el balcón de casa de mi abuela. Noto como el riego en el cerebro va disminuyendo. “Voy a morir”, digo. “Al fin llegó el momento”. Caigo al suelo y escucho a los vecinos y sus voces grotescas, burlándose, los curiosos miran arriba desde la calle, y yo noto como todo se desvanece; fundido en negro. Por un momento pienso que es un final realmente asqueroso. “¡Qué situación tan inapropiada para morir! Y que tenga que oír estas voces antes de irme…” Estaría bien poder elegir una canción antes de estirar la pata, pero nunca se sabe si va a darse esa posibilidad. Aunque bien pensado, es estúpido escuchar canciones antes de morir. Me resigno.

En ese momento, trato de hacer acopio de todo mi coraje. Pero no resulta. Noto una angustia tremenda en el pecho… No quiero morir.

Y entonces, la visión de las paredes de mi cuarto me dan una tremenda alegría. Hay bastante luz, es la una. Me siento como si hubiera superado una gran prueba. Estoy muy contento de seguir con vida. Y además es sábado.

viernes, 8 de diciembre de 2006

Gabriel Ferrater

POSSEÏT

Sóc més lluny que estimar-te. Quan els cucs
faran un sopar fred amb el meu cos
trobaran un regust de tu. I ets tu
que indecentment t'has estimat per mi
fins al revolt: saciada de tu,
ara t'excites, te me'n vas darrera
d'un altre cos, i em refuses la pau.
No sóc sinó la mà amb que tu palpeges.

POSEÍDO


Estoy más lejos que amarte. Cuando los gusanos
hagan una cena fría con mi cuerpo
encontraran un regusto de ti. Y eres tú
que indecentemente te has amado por mí
hasta la náusea: saciada de ti,
ahora te excitas, te me vas detrás
de otro cuerpo, y me rehúsas la paz.
No soy sino la mano con que tú palpas.

jueves, 7 de diciembre de 2006

El puente más largo del mundo

Me encuentro escuchando Viderunt omnes, un canto polifónico del siglo XII, compuesto por uno de los primeros músicos occidentales con nombre conocido. Unos papeles encontrados con posterioridad se refieren a él como Pérotin, y así se ha quedado el hombre, pero ya es algo. Por lo menos es un poquito más que el olvido, en el que por contra han caído la inmensísima mayoría de sus contemporáneos.


Catedral de Nôtre-Dame, donde Pérotin debió desarrollar su obra

Es una música repetitiva, insistente, como un trance, quizá algo extraña a oídos actuales, pero interesante también por esa misma razón. No puedo más que pensar que lo que llega a mis oídos, transformado por parte de David Munrow y el Early Music Consort, y después convertido en práctico y aséptico fichero informático, no es más que un eco lejano, una resurrección tremendamente precaria de la obra de unos humildes artesanos de tiempos remotos. Las notas de un canto gregoriano, con las duraciones alargadas, sirven como base. Sobre ellas, músicos como Pérotin añadieron progresivamente otras líneas melódicas para embellecer las plegarias de rigor con su habilidad musical y de paso hacer avanzar la música occidental hacia la polifonía. Así que la próxima vez que nos descarguemos un politono para el Nokia ya sabemos a quién se lo debemos todo.

En nuestro mundo “hipermoderno” -así es al menos como lo llama Lipovetsky- abominamos de la “trascendencia” como de la peste, aunque no es de extrañar, eso ya no es lo nuestro. Basta visitar cualquier exposición de “arte moderno” para comprobar que casi todo lo que se produce hoy en la esfera de las artes está destinado a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Todo está marcado por la cualidad de lo efímero, todo desaparecerá en cuanto giremos la espalda y de ello sólo quedará el catálogo -como dice Félix de Azúa- o un artículo en alguna revista o periódico. Y poco más. Es más, es que ni siquiera sabemos en qué puede consistir ahora el arte, para qué sirve, a dónde debe dirigirse… no sabemos nada. Esto es estimulante y desasosegante a la vez. El arte actual viene a parecerse a mi vida en este preciso momento, donde no dejo de preguntarme qué es lo que debo hacer y para qué sirvo yo.

Todos podemos reconocer los asombrosos avances de la ciencia y la tecnología, que son las cosas que realmente están cambiando nuestras vidas (no entro a juzgar si para bien o para mal; simplemente las cambian, y eso no hay quien lo discuta). Sin embargo, el arte… Yo hace tiempo que encuentro más estímulos en cosas como los videojuegos, las películas de Pixar o los mangas que en las exposiciones de arte moderno, qué quieren que les diga. La última exposición que me hizo realmente reflexionar fue una que se celebró en el IVAM (ni me acuerdo de quién era el autor), donde había que mojarse y ensuciarse los pantalones antes de salir del recinto. Primero te mojan y luego a la calle. ¡Vaya! Es como mi vida misma.

Con el tema de la moda, pues tres cuartos de lo mismo. En este caso siempre me acuerdo de una frase de Oscar Wilde: "La moda es algo tan horroroso, que nos vemos obligados a cambiarla cada año". Yo mismo estoy completamente démodé; he conseguido que me llamen muchas cosas, pero nunca "moderno". Y eso que lo intento.

Sin embargo, a pesar de las enormes diferencias, me sigue fascinando el hecho de que puede existir una comunicación, por débil que sea, con gente que se despidió de este mundo hace ya ocho centurias, y cuya motivación para componer consistía -oh- en honrar a Dios. La idea tiene su atractivo, porque reconocerán ustedes que Dios no es un mal invento, y eso lo puedo ver hasta yo, que me tengo ganado el infierno desde hace tiempo. La idea de Dios ha dado, como bien saben, un suelo bien fuerte para el arte durante muchos años y en la época medieval, todavía logró incluso ocultar por completo la figura del autor, hiperbolizada en años posteriores hasta el ridículo. ¿Quién hubiera querido entonces un autógrafo o un pelo del bigote de Pérotin? Nadie. Es refrescante pensar en un mundo en el que el ego desbordado o el amor por el dinero no constituye el fundamento de las obras de arte. Cualquier persona que escriba un blog lo entenderá en seguida. No, no lo digo por el dinero, claro.

La cosa es que la primera vez que escuché esta curiosa pieza captó mi atención. Quizá sea por estar ya harto de ver una y otra vez los mismos programas en los conciertos que se organizan en esos grandes y caros edificios que construyen, cómo no, para hacer a todo el mundo más culto y feliz (Beethoven, Mozart, Brahms, Tchaikovsky). Aunque poco me importa lo que ponga esa gente, no podría pagar la entrada de todas maneras.

Pero fue al descubrir la obra de Steve Reich cuando quedé sorprendido al descubrir un puente construido a través de ocho siglos. Steve Reich es un compositor minimalista neoyorquino, que hace poco cumplió ya 70 añazos. Independientemente de si el minimalismo ha quedado exhausto o no, su propuesta es interesante y su influencia se ha hecho notar tanto en bandas sonoras (la de American Beauty, por ejemplo) o en los remixes que ha hecho gente de la escena electrónica, como un tal DJ Spooky. Ese trance inducido por la repetición, las notas expandiéndose… resulta familiar. Y es que resulta que Steve Reich es un admirador de Pérotin. En una entrevista, dice de él lo siguiente:

"He marked the end of the ancient art and the opening of the door of complex music. He left Gregorian chants to create the first four-part music, using four voices, and his music introduced measured rhythms. You can tap your foot to Perotin. You can’t tap your foot to Gregorian chants."

Y en otra:

"I feel that the orchestra is no more important and is just another variation on promusica antiqua. It’s very important that early music, like Perotin, be heard. For me it’s just as important that Perotin be heard as it is that Mozart be heard. As a matter of fact, I personally would much rather hear Perotin than Mozart. But whether you like it or not, these guys are both very, very important composers in their age. They were the top of their historical period. Why should we hear more Brahms than Josquin? Because there’s an organization that plays it that’s absorbing so much money. But if you were to just weigh it on the musical scales, you’d say "Well, it depends on your stylistic preference, but this is great music and that’s great music."


Así que ahí está, un puente establecido sobre ocho siglos de historia. No está mal. Esas cosas me emocionan; así de tonto es uno.

Ya, ya sé que todos prefieren el puente de la Inmaculada. Yo también, en el fondo. Me voy a tomar unas copichuelas.

martes, 5 de diciembre de 2006

Otro inútil comienzo

"La edad moderna estaba obsesionada por la producción y la revolución, la edad postmoderna lo está por la información y la expresión. (...) Cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen por decir, cuanto más se solicita la subjetividad, más anónimo y vacío es el efecto. Paradoja reforzada aún más por el hecho de que nadie en el fondo está interesado por esa profusión de expresión, con una excepción importante: el emisor o el propio creador. Eso es precisamente el narcisismo, la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos, la reabsorción lúdica del sentido, la comunicación sin objetivo ni público, el emisor convertido en el principal receptor (...) expresarse para nada, para sí mismo, pero con un registrado amplificado por un medium"


Gilles Lipovetsky, La era del vacío. Anagrama, 1986.


¡Hola! Tengo un blog. No me gustan las alcachofas, pero el chocolate, sí. Tartas de chocolate, bombones, tabletas gigantes. Todo el chocolate es guay. Algunas veces compro chocolate. Otras no.

Y nada, eso.