sábado, 28 de abril de 2007

Momus - Nervous Heartbeat

Estoy enganchadísimo a esta canción de Momus; el otro día casi lloro con ella y todo. Un momento de esos tontos.

Además, siento simpatía por este pirata del pop, niponófilo obsesivo e inteligente analista. Lo de niponófilo suma muchos puntos en mi escala de valores, no hace falta que lo diga. Ah, su blog también está interesante.

Como digo, la canción me parece preciosa, y no tengo más que añadir. Bueno sí, que en el disco (Ocky Milk) sobran bastantes temas. Y este será azucarado, pero me gusta, cojones ya.

Crying, shiku shiku
Reluctantly, shibu shibu
Repeatedly, tabi tabi
Just in time, giri giri
Hara hara, nervous heartbeat
Kira kira, glittering sparkle
Chika chika, the flickering light of the stars
Doki doki, the hammering beat of my heart

I'm messed up, mecha mecha
But you laugh, gera gera
In the lightning, goro goro
And your eyes, pika pika
Kisu kisu by the river
Gusha gusha, that flows so slow
Zaa zaa, in the sound of the pouring rain
Chiku chiku, when will I see you again?

domingo, 22 de abril de 2007

Yo...soy...Cho Seung-hui

"El acto surrealista más puro consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y disparar al azar"

André Breton, Segundo Manifiesto Surrealista, 1930.

Una mezcla de repulsión y fascinación me sacuden el organismo estos días, con la noticia de la matanza de Virginia Tech; me he quedado hipnotizado al ver las fotos de este überpajero coreano con un martillo (esa en concreto, como ya se ha visto en los medios, recuerda a una escena de la delirante Oldboy) o con la pipa en la sien, apuntando a la cámara, etcétera.

El motivo por el que Cho Seung-hui decidió coger la Glock y liarse a tiros con todo lo que se moviera es espinoso y complicado. Así que, mucho me temo, no se va a profundizar en el meollo del caso; no se hizo cuando ocurrió lo de Columbine y no se hará ahora. Por tanto, aunque sea lamentable, no creo que sea muy arriesgado decir que volverá a repetirse, aunque también es cierto que la violencia se da a escala global y que vivimos en una especie de barbarie generalizada. ¿Tan extraño es que ocurra esto?

Cuando iba al instituto, Cho era blanco de burlas por su nacionalidad, por su inglés defectuoso y por su extraña manera de hablar. En Asia él y su familia sufrían penalidades económicas, así que se trasladaron a Estados Unidos para intentar mejorar su situación. Probablemente ya se habría formado en su Corea del Sur natal gran parte del pajerismo terminal que le caracterizaba. Pero tener que ver todos los días los Mercedes con llantas de 19 pulgadas por el campus, las sonrisas perfectas de los atletas, y todas las chicas torciendo el morro ante su presencia, acabó por crear una amarga y letal pelotita de celos, odio y resentimiento.

Después de todo eso no he podido evitar pensar en cuántas veces he deseado machacar a los cabronazos que me jodían la existencia en el colegio. Nunca he recibido palizas ni ningún daño físico importante, a diferencia de otros, pero fue bastante coñazo tener que soportar durante varios años, día sí día también, el acoso de esos subnormales. Recuerdo esa angustia en el estómago constante, mirar por todos los lados en el camino de vuelta a casa, o esconderme por los rincones del edificio para que no me vieran. Y a pesar de que después toda esta tensión se relajó (odiaba todavía más el instituto, pero tenía que sobreponerme o dejarme hundir del todo), la verdad es que algo de toda esa basura acaba quedando. Se quedan neurosis, inseguridades… bah.

Supongo que, en parte por lo asiático, me ha venido a la cabeza el personaje de Tetsuo Shima, el mutante de Akira. Esta es una de las películas que mayor impresión me ha causado, pese a que la reconozco bastante fallida (el manga es mejor narrativamente hablando; por lo menos se puede seguir). Pero nunca, nunca olvidaré la primera vez que la vi; tendría siete u ocho años y no sabía qué es lo que me iba a encontrar. No entendí absolutamente nada del argumento, pero esas imágenes hiperviolentas e hipercinéticas se me quedaron grabadas para siempre. La volví a ver cosa de once o doce años después y volví a quedar fascinado. La animación, mucho más fluida que la media japonesa, seguía siendo increíble (y lo sigue siendo ahora) a pesar de los avances técnicos desde que se realizó. La banda sonora, a cargo del colectivo Geinoh Yamashirogumi, es gloriosa y potencia la sugestión de la imagen hasta extremos épicos.

Cho se da un aire a Tetsuo, que es el pringado del grupo de motoristas, el canijo del que todos se ríen. Hasta que viene todo el rollo de los poderes psíquicos y destruye todo lo que encuentra a su paso: tanques, edificios, toda la ciudad de Neo-Tokio. Tetsuo es infinitamente más cool que Cho, de eso no cabe la menor duda. Además, por si fuera poco, se transforma en un monstruo-bebé de órganos extraños y cables que crece y crece hasta ser absorbido por una energía superior (Akira) en un demencial final apocalíptico. No, no hay ni punto de comparación. Cho es un producto patético, pero real, de una sociedad profundamente enferma e hipócrita (que nos empeñamos en copiar en todos sus peores aspectos); y Tetsuo es producto de la imaginación del gran Katsuhiro Otomo.

Me quedo con Tetsuo, pero de lejos. ¡Kaneeeedaaa!

sábado, 14 de abril de 2007

Corriendo tras la pista negra

“¡Es la última vez que compro esta revista!”. Esas son las palabras que suelo pronunciar cada vez que me enfado con algunas críticas-retruécano, con los hypes made-in-NME (o similares) y las cuatrocientas entrevistas promocionales sobre grupos de microhouse, Out-rock y contraOPAs que trufan cada número de Rockdelux. Pero nada, siempre la vuelvo a comprar al mes siguiente, o dentro de seis, no importa. Pero siempre. Quizá sea que el fondo le rindo eterna gratitud por aquel número 150 de marzo de 1998 (rondaba yo la quincena) en el que aparecía una selección de las mejores canciones del s.XX. Recuerdo que la primera de la lista era el What’s Going On de Marvin Gaye, y por ahí aparecían también Love will tear us apart, All tomorrow’s parties, o cosas como Qualsevol nit pot sortir el sol de Jaume Sisa o el Para ti de Paraíso. Como todas las listas, discutible, pero lo cierto es que esa en concreto me descubrió bastantes cosas.

Bueno, pues en el número de este mes viene una revisión de ese fantástico grupo llamado Dexys Midnight Runners, firmada por Kiko Amat. De momento, entre visita y visita al WC, es lo único que he podido leerme entero. Tengo por ahí los tres elepés en vinilo (recuerdo que los compré en Beltza Records), y los tres son estupendos, pero concretamente el primero, Searching for the Young Soul Rebels,(1980) es maravilloso; un disco valiente, desafiante, contagioso, punk en espíritu, pero nada que ver musicalmente con el rock’n roll primitivo de los Pistols, ni siquiera con The Killjoys (anterior grupo de Rowland justo antes de formar los Dexys). No, este es Northern Soul y Stax, con los vientos decorando las melodías, susurros, chasquidos y stompers con mucha alma (negra).

There there my dear (1980)

Siempre me ha gustado particularmente la época que vino justo después del punk, con la fundación de montones de sellos independientes (Rough Trade, Factory, Cherry Red…), todo ello antes de que se acuñara la nefasta etiqueta indie (que no significa absolutamente nada). En esta época se grabó una gran cantidad de discos valiosos, algunos más escondidos que otros, pero ahí están. No por nada existe desde hace unos años un revival post-punk. La lista de maravillas de esa época es larguísima: Orange Juice, Felt, Aztec Camera, The Feelies, XTC, Blue Nile, The Monochrome Set, Young Marble Giants y Weekend, y por supuesto, Joy Division y New Order (mi grupo favorito de todos los tiempos, me temo). Hay muchísimos más, por supuesto, pero ahora mismo esos son los primeros que me vienen a la cabeza, quizá también son los que más me gustan y los que más he escuchado.


This is what she’s like (1985)

Me llama la atención en particular la figura de Kevin Rowland (1953), el alma mater y vocalista del grupo. Lo veo como a un idealista, un hombre apasionado que cree en lo que hace firmemente (“Estábamos completamente dedicados a lo que hacíamos. Así nos sentíamos. Eso era lo más importante”) pero como muchas veces pasa, esa fe ciega le lleva a la obsesión, a la psicosis y a la tiranía (obligando al guitarrista Kevin Archer a cambiarse el nombre porque "sólo había lugar para un Kevin"). En el primer disco, en los comentarios de esa joya que es “There there my dear” Rowland escribe: “Las ropas viejas no hacen un artista torturado”, como despreciando el valor de la imagen en un músico; sin embargo, en el siguiente disco, (Too-Rye-Ay, 1982) hizo que todo el grupo apareciera vestido de pobre, petos tejanos y sobacos al aire, como en el vídeo de Come on Eileen (sin duda su canción más conocida, todo un hit en EEUU y que les convirtió en ejemplo de one-hit wonder). Después, en su malogrado testamento final, Don’t Stand Me Down, aparecieron con trajes a medida y pasadores de corbata, hechos un pincel. La prensa destrozó el disco y para colmo Kevin decidió no extraer ningún single de él. La vida es profundamente contradictoria, ¿por qué no iba a serlo él? Véase también la portada de su regreso en solitario de 1999, My Beauty, que no he oído pero… ¿en qué cojones estaría pensando este hombre?


Come On Eileen (1982)

“Conozco discos que dan fuerza. He escuchado discos que inspiran a la gente (no a músicos caprichosos o grupos) a SER quien o lo que quieran. Tengo discos con el poder de hacerme llorar. Discos con los que estar y a los que tener cerca, posesiones verdaderamente preciosas. La ambición de Dexys Midnight Runners es hacer discos con ese valor.”


Señoras y señores, los Dexys Midnight Runners.

jueves, 12 de abril de 2007

Las ciudades invisibles

Una atropellada reflexión sobre las ciudades.

“¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles.

A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles, por ejemplo una ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana”.


Mientras duró mi época de simpatía por los pequeños nacionalismos –lo que no significa que la tenga por los grandes- permanecí quizá algo ciego ante un hecho; y es que si hay un lugar que nos condicione de verdad, si hay un lugar que marque nuestro ritmo de vida, ese no es otro que el espacio de la ciudad. Por lo general, todos nosotros, urbanitas irredentos, hacemos gran parte de nuestra vida en las ciudades, en sus plazas, calles y callejuelas, en sus patios y terrazas, en sus rincones y esquinas. En ellas amamos, sufrimos, odiamos, soñamos y nos desesperamos. Ni el viajero más aventurado puede sustraerse a su poder de seducción; siempre, en algún momento de su odisea, la ciudad se dibuja allá al fondo y le invita, le susurra al oído: “Ven, amigo, aquí puedes descansar. Quédate esta noche y mañana volverás a partir. Podrás intentarlo una vez más.”

¿Qué significado tiene para mí una monótona extensión de tierra, una cordillera, un bosque, un lago...? Como supongo que para muchas "víctimas" de la hipermodernidad, es algo secundario, sólo una imagen de la escapada, algo parecido a una postal. No conozco sus secretos, no sé leerlos. No soy capaz de seguir su ritmo. Me cuesta interesarme por algo que no parece transformarse ante mis ojos a cada segundo, como sí lo hacen las ciudades, presas de una fiebre absurda y enloquecida. Quizá sean, en el fondo, repugnantes, quizá sean también inhabitables, pero no pueden dejar a su vez de ser seductoras.

"Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices..."

Así dice Italo Calvino en el prólogo de Las ciudades invisibles, fascinante y extraño libro que tomé prestado hará cosa de un año en la cochambrosa biblioteca municipal, y que hace unos meses compré y releí con gran interés y disfrute. Lástima que Siruela haya decidido que una foto del bueno de Calvino con una camisa a cuadros, sería la mejor idea para la portada… Pero bueno, se lo perdono porque Siruela mola bastante.

Calvino crea aquí un texto poliédrico, de difícil clasificación –ciencia ficción, cuento corto, novela- imbuido de un gran poder de sugestión. Un texto no muy extenso, pero de enorme densidad. Marco Polo describe a Kublai Khan (emperador de los mongoles en la tradición histórica; de los tártaros en la literaria) todas aquellas ciudades que ha visitado en sus “viajes”, de forma muy breve. Tras cada una de estas descripciones uno se siente tentado a trazar esos paisajes imaginarios en su cabeza, a ensamblarlos con su propia memoria de las ciudades que ha visto, oído, imaginado... Aquí aparece una ciudad de la que sólo son visibles las tuberías; otra cuyo reflejo repite todo lo que sucede en la original; otra suspendida sobre pilotes y escalas colgantes…y un largo etcétera.

Pero me pregunto por un momento ¿Qué son las ciudades? Muchas cosas: Son las obras de arte más completas y fascinantes. Espacios donde se acumula gran parte de la población mundial. Un reducto de esperanza para muchos, una oportunidad más. Un conjunto de signos, símbolos, secretos ocultos. Una visión celestial en el Apocalipsis bíblico. Proyectos de futuro. Testigos enterrados bajo tierra. Obra de la mano humana y de sus delirios y también del azar; un caos de locuras y maravillas que siguieron y siguen a un antiguo baile ceremonial; o quizá simplemente a la voluntad de un solo hombre.

Labradas en la roca durante décadas hasta la extenuación; iluminando el desierto con millares de luces de neón; formando misteriosos laberintos situados a miles de metros de altitud. Son todas ellas un universo, formado por calles, cruces, miradas, deseo, miedo… Un universo que tiene un marcado carácter vampírico, pero siempre femenino -la ciudad siempre me ha parecido femenina, y no sólo por el género gramatical; también Calvino pone nombre de mujer a todas las ciudades del libro. No, la ciudad no es algo exterior, no es un decorado, no es un simple escenario. Te parasita, te va drenando, o te hace segregar endorfinas; forma parte de ti. Es una de las mujeres de tu vida.

Pude comprobarlo el otro día, cuando cerró una panadería en la que solía comprar desde hace bastantes años, y me sentí como si me hubieran quitado algo. Cada vez que derriban un edificio emblemático, cada vez que desaparece un espacio que había pasado a formar parte de la memoria colectiva (aquí es una práctica común), o de tu memoria individual, siento que me han robado, que me han atacado personalmente. Porque esta ciudad, mal que me pese, con todo lo que la odio y todo lo insoportable que me resulta, también soy yo.

Creo que si la ruina de nuestra civilización se acerca, serán sobre todo nuestras ciudades, como las Sibilas, las que avisarán de la catástrofe, las que nos dirán que estamos gastados, que se acabó el experimento, que ya es hora de plegar. Es en ellas donde debemos buscar las grietas, los signos que nos indicarán la venida del ocaso. No puedo decir que no sea posible ya leer algunos de esos signos. Pero, mientras espero y observo, yo seguiré respondiendo a su llamada, dejándome morder y seducir, amándola y odiándola a partes (des)iguales: como a cualquier otra mujer, como a una femme fatale, como a mi vampiresa preferida.

La ciudad y tú
sois como un todo
es tu timidez
frente a su audacia

(Fernando Márquez scrivit)

domingo, 8 de abril de 2007

La guitarra de Steve Jones

Ando enfrascado en la lectura del famoso mamotreto de Greil Marcus, Rastros de Carmín. Una historia secreta del siglo XX. Bueno, más que enfrascarme en él voy leyéndolo a cachitos, cuando me apetece; es que estoy muy perro estos días. Desde las primeras páginas se intuye que va a ser un libro divertido, muy relajado en cuanto a metodología y precisiones históricas se refiere, pero también por ello mucho más divertido que, por ejemplo, una tesis doctoral al uso. Sí, puede que hallar el hilo conductor que nos lleva desde los lollardos al punk, todo ello pasando por Dadá o la Internacional Situacionista, sea una empresa algo arriesgada. Pero es muy entretenida.

Supongo que el contacto casi a diario con textos surgidos en el entorno universitario hace que termine hasta los cojones de tanta prudencia, responsabilidad y precisión metodológica, y en suma de esa elusión del estilo y la personalidad tan habitual en el mundo académico. Así que no me importa que Marcus salte de tema en tema un poco como le venga en gana; por el contrario, me mola. Una parte de mí siempre ha sentido la necesidad de rebelarse de alguna forma; por lo general soy anárquico, caprichoso, irresponsable y culo de mal asiento. Bueno, eso puede comprobarse fácilmente en este ¿blog? donde puedo hablar de la Neo Geo, al día siguiente del pie femenino y otro día de Praxíteles. Y tirarme un puñado de días sin actualizar.

Bueno, pues leyendo sobre la epopeya de los Sex Pistols en el libro, y sobre clásicos como Holidays in the Sun o Anarchy in the UK, he sentido la necesidad de revisitar el Never Mind the Bollocks, que aunque me gusta, nunca lo habría puesto entre mis imprescindibles. Esta quizá ha sido la ocasión en que he estado más cerca de incluirlo. Ahí está de nuevo la voz chillona y psicopática de Johnny Rotten, con esa inconfundible manera de pronunciar las errres: “orrr is this the ai arrr eeiii?” Y sobre todo, la guitarra de Steve Jones; suena poderosa, agresiva, cortante. Es un sonido adictivo, no puedo parar de escucharlo una y otra vez. Incluso dan ganas de hacer un poco de air guitar. Suena cojonudamente, joder. Esa Les Paul habla, tío.



Vaya -me digo- pues no está mal, sigue conservando algo de fuerza, después de treinta añazos. No es más que rock, de hecho, es puritito rock’n roll, más simple, más duro, más directo, pero rock al fin y al cabo. Hay una intensidad y una urgencia en estos riffs que me hace segregar endorfinas. Pero sobre todo, la pregunta que no puedo evitar hacerme, es: ¿cómo puede ser tan increíblemente bueno algo tan malo, hecho por gamberrazos y marginados de la sociedad? Eso es lo que siempre me ha fascinado de la explosión punk; los perdedores, los marginados, los parias, haciendo algo bueno e importante. Eso es algo maravilloso, coño.

Lamentablemente, el rock hace años que ha perdido su capacidad de subvertir y de provocar, esto bien lo sabe todo el mundo, así que uno no puede más que sentir nostalgia de una época en la que eso era posible (aunque esa provocación fuera rápidamente asimilada; también está el ejemplo del hip-hop: de NWA y Public Enemy a Pharrell y 50 Cent). Y es que no hay música que yo haya escuchado en toda mi vida que pudiera escandalizar a mis padres, ni a los mayores, ni a nadie; y realmente me hubiera gustado haber podido escuchar canciones con las que joder y molestar al personal. Y yo, que cada día tengo más ganas de que esta mierda reviente de una puta vez, sigo soñando con un sonido que haga pedazos el mundo.

Pero mientras, me quedo con el pop…

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