lunes, 16 de febrero de 2009

La infancia congelada

Esta tarde me he dejado caer por una exposición, "Certificados de una infancia congelada, (Fotografías 1890-1940)". Se puede ver en el Centre Cultural de La Nau de València (la vieja universidad) hasta el 1 de marzo. Es una muestra más de la justa recuperación que viene dándose últimamente de la importantísima vertiente documental del arte fotográfico. Lo cierto, y hablo por mí, es que no han sido pocas las veces que me he sentido más atraído por una foto "cualquiera" que por aquellas que buscan ser "artísticas". Quiero decir, armado con la fuerza del prejuicio: fotos de pies, en blanco y negro, intimistas, de esas que decoran las paredes de ese último garito que reparte flyers en las facultades españolas, para que no nos dé tanta mala conciencia emborracharnos. El material que se expone aquí, aunque no demasiado copioso (te lo ves en media horita), está constituido por fotos de estudios valencianos de la época. Nada de "arte", es algo puramente funcional, pequeñoburgués: tarjetas de visita y retratos.

Roland Barthes, en el único libro de entre los suyos que he podido aguantar, "La cámara lúcida", habla de lo que él llama punctum. El punctum es aquello que choca al espectador, un elemento extraño o desasosegante dentro de la imagen (una mano abierta de tal o cual manera, unos zapatos, unos dientes estropeados), que actúa como algo semejante a un punto de fuga. Pero en mi caso, como le ocurría también a Barthes, quizá ese detalle punzante aparezca, liberado, después de mirar las imágenes, al recordarlas. Porque el shock que causan algunas de las visiones reunidas aquí imposibilitan el escape, proustiano o de cualquier otra índole.

Quizá la parte más perturbadora de la exposición es aquella en la que se rememora una curiosa costumbre de los padres de antaño: la de hacerse fotografías con aquellos hijos que habían fallecido prematuramente, con la intención de guardar su recuerdo (remontándose así a una función bien antigua de la imagen). Desde luego a nadie se le ocurriría hacer hoy algo así, dado el inmenso tabú en el que se ha convertido la muerte en nuestros tiempos. Sería visto como una cosa de enfermos mentales o de necrófilos asaltadores de tumbas.

Pero en realidad no es en esas fotos donde se encuentra el mal rollo; donde de verdad encontraremos hiel es en aquellas en las que bebés y niños aparecen vestidos "de domingo" o directamente disfrazados, como horrendos y fascinantes espantajos. Lo de Anne Geddes casi se queda corto al lado de esto. Después uno puede detenerse, claro, en las evidentes diferencias de clase en las diferentes escenografías de las fotos de familia o en la ambigüedad adolescente del retrato de algún pechopalomo. Entre alguna otra cosa.

Recomendable si se tiene un ratillo y si uno gusta de mirar afotos.

miércoles, 11 de febrero de 2009

The Hairstyle of the Devil

Nueva edición de Línea de Sombra.

lunes, 9 de febrero de 2009

Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi!

Escribe Momus acerca de la situación actual de la música pop, en un texto titulado "Tan mal que está bien". Una vez más, expone su teoría de los "errores". Los errores son necesarios, argumenta, para reinventar la música, para mantener la sorpresa y la frescura. Si no dejamos un hueco para los errores, corremos el riesgo de repetir fórmulas del pasado, que dejan de ser "correctas" para ser "erróneas". Los nuevos errores alimentan lo que ha devenido en "erróneo" para crear algo nuevo y que pasa a ser "correcto" y natural. Sin embargo, mediante este proceso, estamos condenados a reevaluar continuamente los paradigmas, puesto que eso que ahora es "correcto" deviene una "fórmula" en cada vez menos tiempo, una fórmula que requiere de nuevo ser trastornada por los errores. Si el lector me sigue, convendrá en que es el cuento de nunca acabar. Cada vez es más frecuente escuchar cómo se tacha de "viejo" algo que apenas data de dos años atrás, y no puedo evitar sorprenderme aunque sea un poco. Porque al tiempo que ocurre eso, existe también una incondicional adoración por lo retro, en todos los ámbitos de la cultura popular, no sólo en la música. Véase, sin ir más lejos, la nueva generación de consolas de videojuegos, en las que se ofrece al jugador la compra de títulos de hace veinte o incluso más años (de calidades muy dispares).

Ante esta vorágine demencial, a veces me pregunto: ¿Esto ha de ser así forzosamente? ¿No estamos cegados por la novedad? ¿La originalidad viene "desde fuera" (modas, legado del pasado), o es un potencial que cada uno de nosotros llevamos dentro? Que nadie se lleve a engaño; no dudo del papel de las influencias en la forja de un destino musical. Pero no puedo evitar en los últimos años una sensación de "déjà-vu" cada vez más acuciante, lo que no sé si indica que uno empieza ya a hacerse viejo a los veinticinco años o que hay un exceso de mimetismo en la escena musical.

Una característica particular de la historia del rock a partir de los ochenta (aunque empieza a darse con más fuerza entrados los noventa) es el surgimiento cada vez más frecuente de epígonos, de émulos del pasado, artistas que muestran una reverencia absoluta hacia sus precedentes, sacrosanto panteón de intocables que, claro está, tampoco se librarán de "cambios de paradigma" en un futuro: Oasis y la escena "brit-pop" con la mirada en los sesenta (bueno, Oasis prácticamente plagiando a los Beatles), Lenny Kravitz reproduciendo meticulosamente los setenta, etcétera... Y ahora, el revival post punk. ¡Un momento! ¿O eso es ya viejo?

El problema con esa manera de proceder, evidentemente, es que los émulos tienen todas las de perder en la comparación. Pongamos como ejemplo el primer disco de Franz Ferdinand (2004; YA ES MUY VIEJO). Fue un bombazo, y la verdad es que estaba bastante apañado. El problema es: ¿Resiste la comparación con Gang of Four, The Fall o los primeros XTC? En mi opinión, no. Lo mismo pasa con una de las sensaciones -al menos para la prensa- del último año, el de Vampire Weekend; su propuesta palidece ante la relevancia que pudieran tener sus modelos. No es que sean malos, es que falta algo que sus "maestros" sí tenían.

Por otro lado, admitir que hay un exceso de mimetismo es admitir que es preciso volver a renovar el pasado, lo que nos lleva al comienzo de nuevo. O puede que, después de todo, el problema no sea tanto el mimetismo o la originalidad como la AUTENTICIDAD. ¿Quizá la ubicuidad de la música en formato electrónico ha dejado sordos a los jóvenes, que somos ya incapaces de escuchar lo que se encuentra a nuestro alrededor? No pretendo dar respuestas, tan sólo plantear preguntas. Porque yo soy el primero al que le gustaría saber qué diablos está pasando. Que nadie me diga que el problema es que me hago viejo, no me vale.

Mientras tanto, sigo sumergido en el glorioso pasado, gracias.