La viñeta de hoy: demoledora, como casi siempre. Soy un incondicional de este hombre y me parece el mejor "humorista gráfico" (aunque él no se considera exactamente un humorista) que se puede encontrar hoy en los periódicos.
ANDRÉS RÁBAGO GARCÍA (EL ROTO). Nacido en Madrid en 1947. Dibujante, guionista, pintor, escenógrafo y brillante historietista y humorista gráfico de estilo personal y sin continuidad. Con un radicalismo estético avasallador, arrasó desde sus inicios (1971) y, a lo largo de veinticinco años, se mantuvo con una maestría incontestable y con un control del mensaje sin fisuras ni rendición. Vigilante, pero sin entrar en el juego torpe y ágrafo de la industria española de tebeo, fue, también, un narrador secuencial e indivisible en publicaciones abiertas, como el tebeo renovador Madriz (1984).
Libros publicados:
Los hombres y las moscas (Fundamentos, 1971).
La cebada al rabo (Cuadernos para el diálogo, 1975).
Bestiario (Alfaguara, 1989).
De un tiempo a esta parte (Ediciones de la Torre, 1991).
Habas contadas (Promotion Popular Cristiana, 1994).
La memoria del constructor (Diputación de Sevilla, 1998).
La visita inesperada (Centro Cultural Conde Duque, 1998).
El fogonero del Titanic (Temas de hoy, 1999).
El pabellón de azogue (Círculo de lectores i S.A./ Mondadori, 2001).
El guardagujas (Cat. Exposición Universidad de Alcalá, 2003).
El libro de los desórdenes (Círculo de Lectores i S.A./Mondadori, 2003).
El libro de los abrazos (Círculo de Lectores, 2004).
Vocabulario figurado (Círculo de Lectores i S.A./Mondadori, 2005).
El libro de los desórdenes (Reservoir Books, 2006).
Semblanza biográfica extraída, cómo no, del Atlas Español de la Cultura Popular. De la Historieta y su Uso. 1873-2000, de Jesús Cuadrado. Ediciones Sinsentido, 2000. Ver para más detalles en cuanto a colaboraciones con revistas, etc... El resumen de las monografías es de la Wikipedia.
Espero que todo el que lea esto se mire a partir de ahora, todas las mañanas (si es que no lo hacía antes), la bofetada de El Roto.
miércoles, 20 de junio de 2007
Últimamente tengo que correr kilómetros y kilómetros para poder dormir por las noches... Bewusstsen als Verhängnis; la conciencia como fatalidad.
Hmm...Será mejor que vaya a meditar un poco. Me puede servir un disco de Popol Vuh.
“Satori” en el Budismo Zen, viene a significar iluminación; es el momento en el que se “comprende”. El título, para el disco que nos ocupa, no es del todo exagerado, pues este pastillote de rock arcaico y mutante contiene, a lo largo de sus cinco surcos, todas las propiedades hipnóticas y tranceáticas del rock’n’roll. En principio, se podría decir que recuerdan, más o menos, a una amalgama de Black Sabbath, King Crimson y Led Zeppelin; aunque en verdad no se parece excesivamente a ninguno de ellos (quizá un poco más a Black Sabbath), pues los Flower Travellin’ Band desarrollaron un sonido totalmente único y sin abandonar del todo la idiosincrasia propia de su lugar de origen: sonidos de gong y algún que otro instrumento similar, pero sobre todo ese toque raro, insular e indudablemente nipón capaz (¿o deberíamos decir incapaz?) de utilizar clichés occidentales para pervertirlos (voluntaria o involuntariamente). Las pistas llevan títulos al estilo del rock progresivo: (“Satori Part I”, “Satori Part II” y asín sucesivamente).
¿Cómo suenan? Imagina que estás en pleno neolítico (¡imagínatelo, coño!) bajo el abrigo de una cueva, pintando bisontes con grasa y revolcándote en la mugre. De repente, mientras te sacas una pelotilla de entre los dedos de los pies, escuchas un extraño sonido reverberando en la planicie y sales a ver qué ocurre: y allí te encuentras el increíble espectáculo. Nada más y nada menos que cuatro nipones jipiosos: Uno blandiendo una guitarra sin cables, como conectada a la energía del cosmos, otro tocando la batería con baquetas de piedra… y el cantante, que responde al nombre de Akira “Joe” Yamanaka, porta un extravagante afro en la testa que capta tu atención de inmediato; pero cuando llena sus pulmones y grita (¡uno de los mejores gritos de la historia del rock!) sabes que has caído definitivamente bajo su poder chamánico.
"Satori Part I" en la peli "Deadly Outlaw: Rekka" del chiflado de Takashi Miike
El guitarrista, un troglodita conocido como Hideki Ishima, extrae sus primeros riffs con contundencia, como si estuviera golpeando piedra en una cantera. Un riff burraco, simple, primitivo, pero con un poder inenarrable que lo hace rebotar en las paredes de tu cerebro. De nuevo Akira, con su impresionante y peculiar voz (que no aparecerá demasiado a lo largo de este disco, por desgracia -o por fortuna para los que no puedan con ella), vuelve a emitir sus gritos megalíticos:
¡¡Oh-oh-ah-oh-oh-oh-oh-oh-oh-ooh-oooh-ooooooh!!
En la segunda parte entra en juego la psicodelia guitarrística: la primera vez que la escuché me parecía como si Hideki se hubiese quedado completamente colgado, encerrado en un bucle, tocando las mismas notas una y otra vez. Pero en realidad está eliminando de tu cerebro toda certeza que pueda quedarte acerca de cómo “debe” sonar una guitarra, y de paso, perforando y aniquilando tu consciencia hasta convertirte en un guiñapo gelatinoso. El sonido va directo, directito a la sesera hasta dejarte los ojos en blanco.
"Satori Part II" en su último concierto en Maruyama
Destaca también la tercera ración, que introduce el riff de los riffs, un pedrusco con reminiscencias mesorientales, un glorioso mazacote a lo Amon Düül II y que por lo visto les gustó tanto que lo han reutilizado en alguna otra canción (“Hiroshima”, del siguiente álbum“Made in Japan” de 1972). No me extraña nada, porque es MATADOR; te cala de la cabeza a los pies, hasta el tuétano de los huesecillos. En la cuarta oración tenemos un ejemplo de cómo se pueden tocar dos notas en la armónica durante tres minutos o más y enganchar al oyente, deslizándose por un páramo de blues lisérgico y marciano, hasta que Hideki, Joji Wada (el batería) y Jun Kozuki (bajo) vuelven a comportarse como fundamentalistas picapedreros. Gloria bendita, y por supuesto también la semilla de grupos como Kyuss o Queens of the Stone Age.
Finalmente, para rematar la espléndida faena, unas pocas lonchitas más de arcaísmo y Akira poseído por Hoichi el desorejado.
La única canción cantada en japonés en este egregio monumento al lito-rock se llama “Map” y es un bonus track que apareció en algunas versiones del LP. Pero para mi gusto, desentona un poco con lo que acabamos de oír; es una psicodelia algo más melódica y no encaja en el conjunto. Pero no está mal.
Una cosa está clara: esto es buena mierda. Mierda auténtica. Eso sí, es preciso ponerla a un volumen aceptable para conseguir los efectos deseados. Y el CD me parece que ni en la fnac ni en sitios así lo tienen, aunque en alguna tienda de Internet, como amazon , sí que está. Y en cuanto al vinilo, miradita al eBay y pastón al canto, por supuesto. Pero la verdad es yo casi diría que lo vale, si es que puedes pagarlo (no es mi caso, todo tuyo).
Por supuesto, siempre puedes bajarlo. En soulseek soy kleinempfanger, por si os interesa.
Buscando cosas sobre Nico me encontré con la página de un tipo al que había perdido de vista durante bastante tiempo: el sin par Julian Cope. Este hombre, como bien sabrá el lector (si no, probablemente, habrá dejado de leer más o menos a esta altura) era miembro de los Teardrop Explodes, uno de los conjuntos post-punk más destacados de la escena de Liverpool. Se separaron muy pronto y tras la ruptura Cope emprendió una estimable carrera en solitario. Yo no he escuchado todos sus discos, pero sí puedo decir que el primero que sacó, “World Shut Your Mouth” no está nada nada mal -bastante parecido a la etapa Teardrop: pop con un toque psicodélico para subvertirlo un poco. El “Fried” (en cuya portada aparece cubierto únicamente con una concha de tortuga) y el “Saint Julian” son también recomendables.El "Peggy Suicide" es un poco más garajero, pero quizá sea su LP más consistente. Los últimos que ha sacado son demenciales, con toques de genialidad entre los prolongadísimos experimentos de rock'n'roll pagano. Servidor echa de menos su faceta pop, para lo cual talento no le faltaba a nuestro hombre, aunque parezca raro al ver los discos tan raros que comenta en su maravillosa página.
Página que es, sin lugar a dudas, una de las mejores que se pueden encontrar en toda la red. Es una auténtica mina, empezando por la foto que aparece en recepción: con una gorra de oficial del ejército, una melena larga y descuidada, sin camiseta y con pantalones de cuero. Hay que decir que en 1990 Cope, como Dylan, Ramon Llull o Emanuel Swedenborg en otras épocas, tuvo una revelación que le transformó en el druida que es hoy (él se llama a sí mismo The Archdrude). Lo cuenta así:
“En el verano de 1990 tuve una visión del mundo. En aquella visión vi a la Madre Tierra – Una enorme Diosa que permanecía erguida y orgullosa pero con la cabeza dolorosamente girada hacia atrás ante el tratamiento que la humanidad había elegido darle… El pelo de la Diosa era el viento en torno a la tierra y su brazo izquierdo estaba extendido, la luna girando en el dedo índice de la mano izquierda. Estaba dañada por los residuos químicos y su expresión era de extática tristeza religioso-espiritual. Había rayos de brillante luz perforando el centro de su cráneo igual que el agujero de ozono permite a la luz del sol perforar el polo norte. Esta clásica imagen mística de iluminación del alma reflejaba irónicamente la supuesta muerte del mundo a través del efecto invernadero. Era una absurda espada de doble filo. La enorme Madre Tierra estaba en pie en el mismo borde del más alto acantilado del infinito –y a punto de saltar… Tuve que hacer un disco sobre la locura de la situación.”
Ese disco fue “Peggy Suicide” (que es como él llama desde entonces a la tierra). Yo lo vi en directo hace unos años, en el Primavera Sound, y fue memorable. Tocaba al mismo tiempo que Teenage Fanclub, así que no tuve problemas para decidirme porque Teenage Fanclub no me han gustado nunca; delante estaba Santi Carrillo. Salió hecho un Panorámix de la vida con gafas oscuras y soltó un rollo en inglés del que no pude comprender una palabra. Se subió la capucha, pisó uno de los pedales y ahí estuvo una hora con reverberaciones, loops, distorsión y psicodelia en estado puro. Mucha gente se fue espantada pero algunos quedamos cautivados.
Además de su faceta de músico, gusta también de escribir: publicó un libro sobre el rock alemán de finales de los sesenta y principios de los setenta llamado Krautrocksampler. Salió en 1995 y desgraciadamente está descatalogado hace tiempo… lo he bajado pero quiero una copia, a ver si un día en e-Bay pillo alguna. También tiene varios sobre el neolítico en Inglaterra y temas semejantes, porque está como loco con Stonehenge, Avebury y todos esos sitios. Y ahora va a sacar uno que aunque fuera sólo por la portada merecería la pena comprar: Japrocksampler.
Además en él aparecerán con detalle cantidad de grupos nipones interesantes y raritos como Flower Travellin’ Band, Acid Mothers Temple, Les Rallizes Dénudés o Tokyo Kid Brothers. De Flower Travellin’ Band comentaré en otro momento su "Satori". Buena mierda, sin duda.
Where the statue stood Of Newton, with his prism and silent face, The marble index of a mind forever Voyaging through strange seas of thought alone.
William Wordsworth
Odio el verano. Nunca jamás me he sentido a gusto con el calor; no siento ninguna alegría cuando vago bajo los rayos del sol a mediodía y toda la ciudad se encuentra devorada por una luz sin matices. Por el contrario, lo que me invade es un pesado sopor que sólo invita a dejar pasar las horas con el cuerpo estirado y a conjurar, como las Vainica Doble:
“Caramelo de limón el sol de mi país sol de mi país, viento norte, viento triste un arco iris sin fin Bosques de castaños los que siempre yo soñé que eran marron glacé”
Pero existen maneras de escapar, de curar la nostalgia de lo que nunca se ha vivido. Existen puertas de entrada que, casi como un secreto para iniciados, nos transportan a páramos fríos y desolados, o quizá a bosques de castaños cubiertos de hielo, que son a su vez estados del alma. Para todos aquellos que detestamos las sobremesas y escuchamos extrañas llamadas tras el murmullo de las hojas, Nico grabó “The Marble Index”, “Desertshore”y “The End”. El sol la mató, en Ibiza, en 1988.
Era una diosa. Alta, hermosa, imponente. Sus ojos, inmensos y claros, eran puro mercurio. Sus labios,un permanente mohín (véase la portada de "Chelsea Girl", las fotos con la Velvet Underground, el famoso anuncio de Terry o su aparición en “La Dolce Vita” de Fellini). Se dice que nació en 1938, en Colonia, bajo el fuego de los bombarderos ingleses, o puede que en Budapest en 1943. Nunca le gustó su verdadero nombre, Christa. Christa Päffgen. Cuando Andy Warhol la introdujo a los demás miembros de la Velvet Underground, nadie entendía nada: ¿Cómo podía proponer este hombre como cantante a una ex-modelo con acento alemán, sorda de un oído y con una voz monótona, plana y profunda que causaba la hilaridad de todos? Pero su secreto no se revelaba tan fácilmente. Probablemente muchos piensen en Nico como “la alemana esa que cantó con la Velvet”, la que se acostó con casi todo Nueva York y parte de Los Ángeles y París o, como mucho, la chica que grabó “Chelsea Girl”. Pero eso es sólo una ínfima parte.
Porque “Chelsea Girl”, aunque no es un mal disco, sólo da vueltas alrededor del misterio; no permite penetrar en él. Es quizá su disco más "agradable" de escuchar: una colección de bonitos temas cedidos por JacksonBrowne, Lou Reed o Dylan. “These Days” es un clásico –como la escena de los Tenenbaums donde la canción recobró atención recientemente- y los arreglos, aunque un tanto demasiado dulces para mi gusto (Nico los odió, especialmente la flauta), no están mal y tienen un regusto otoñal. Pero aquí ella es poco más que un vehículo para canciones bonitas.
“I’ve been out walking I don’t do too much talking These days, these days. These days I seem to think a lot About the things that I forgot to do And all the times I had the chance to”
I’m not sayin’ (single de 1965, versión de Gordon Lightfoot)
Es con su siguiente disco, "The Marble Index" (1968), con el que se revela su condición de sacerdotisa, su poder mágico. “Prelude”, con sonido de campanas y piano, funciona como introducción a un mundo ultraterrenal que por fin, con la ayuda de John Cale, pudo invocar. Sus cincuenta segundos de repiqueteo de glockenspiel dan paso a “Lawns of Dawn”: ¿Qué es esto? No hay nada que se le parezca. Las campanitas siguen sonando, pero el primer plano lo ocupa ya el armonio de Nico, atravesando el corazón de la canción con melodías repetitivas que desorientan, que invitan al trance y que hacen desaparecer al “mundo real” por completo. No hay batería; el sonido se expande con absoluta libertad por el espacio, no está compartimentado por beats; es el páramo, el vacío, la muerte acechando en cada una de las frases y ondulaciones.
“He blesses you, he blesses me, The day the night caresses, Caresses you, caresses me, Can you follow me?”
Las imágenes que sugiere “No one is there” parecen salidas de un sueño:
“I crossed from behind my window screen, Nina is dancing down the scene in a crucial parody, Nina is dancing down the scene, He is calling and throwing his arms up in the air, And no one is there.”
John Cale acompaña las armonías vocales de Nico, que parece haber sido poseída por espíritus de un milenio atrás, por monjes y nibelungos. Este sonido es como un meteorito extraño en la historia de la música; liberado del corsé anglosajón, es un producto de dos sensibilidades europeas a las que no les importaba un pimiento lo que se hacía o se dejaba de hacer en el momento. No hay nada, nada que se le parezca, ni en los sesenta ni después; es clásico, vanguardista, medieval, arcano, europeo, todo a la vez. No hay forma de acomodar esto a una conciencia y convertirlo en simple música de fondo. No hay posibilidad de escapar a sus encantamientos: de hecho, lo estoy escuchando ahora mismo, mientras escribo esto; y cómo no, me siento transportado. Llega “Ari’s Song” una canción para su pequeño (el que tuvo con Alain Delon) con el armonio de nuevo cruzando los mundos y desafiando a la razón: “Now you see that only dreams can send you where you want to be”.
En “Facing the Wind” entra en escena el piano machacón tan propio de Cale, que remite a “I’m Waiting for the Man”, o "All Tomorrow Parties" pero que liberado de aquel staccato, se enfrenta al sentido del tiempo y del ritmo de Nico, que nada tiene que ver… con nada: o te dejas llevar o quitas el disco. “Julius Caesar (Memento Hodie)” es otro viaje por profundidades oníricas, por vegetaciones enmarañadas que nosotros, hombres modernos y racionales, nos hemos empeñado durante tanto tiempo en ignorar y que sin embargo nunca dejarán de formar parte de nosotros. Y es esta presuntuosa ignorancia la que nos convierte en buena medida en seres neuróticos –en el peor de los sentidos- y divididos: “Beneath the heaving sea where statues and pillars and stone altars rest for all these aching bones to guide us far from energy.” ¿Es eso un sueño, es real? Yo no puedo evitar asociarlo con los cuadros de Claudio de Lorena, donde imponentes arquitecturas clásicas reciben el baño sagrado del misterio de la naturaleza. ¿Quiénes somos nosotros para decidir que un sueño no es real? Todo es irreal o real, se puede elegir entre una posibilidad u otra, pero no son más que palabras. Nico lo sabía; por eso no hablaba casi nunca y también por eso utiliza en su obra el lenguaje como música y como herramienta reveladora de misterios.
“Frozen Warnings” quizá sea una de las canciones más hermosas que se han escrito jamás. Nico parece recitar una oración surgida de las entrañas de la tierra, con el armonio y la viola ascendiendo a los cielos y descendiendo hasta que has de plegarte a su magia irresistible:
“Friar hermit stumbles over The cloudy borderline Frozen warnings close to mine Close to the frozen borderline”
Frozen Warnings
Fragmento de "Evening of Light" extraído de "Nico:Icon"
La canción que cerraba el disco original era “Evening of Light” (en el CD se añadieron dos outtakes, que también se encuentran en la recopilación que se ha editado recientemente, “The Frozen Borderline: 1968-1970”). Lo que parece el sonido de una mandolina o un clavicordio introduce la oración de Nico: “Midnight winds are landing at the edge of time” es la frase que se repite constantemente a lo largo del trance, al que poco a poco se añade la viola y que va construyendo lentamente un auténtico maelstrom apocalíptico de sonidos distorsionados que lo devora todo. De nuevo se aprecia la mano de John Cale, cuya aportación a este disco en calidad de productor no fue reconocida en su momento.
“Roses in the Snow” y “Nibelungen”, los outtakes, son otras dos piezas hermosísimas; la primera insiste en la belleza invernal y el trazo rural del armonio atravesando todo como melodía iniciática, pero lo más curioso está en la última, cuyo título está tomado del poema épico germano del s.XI y donde Nico demuestra que es capaz de cantar a capella y mantener sus poderes de sacerdotisa:
“Since the first of you and me asleep In a Nibelungen land where we cannot be Almond trees grow along the mountain trail From their tongues the words are spelling The telling numb”
No sé ya dónde estoy cuando calla su voz profunda y fascinante. Pero si sé que este disco -como también los dos siguientes que grabó- es algo extraordinario, al igual que lo fue ella. En el documental Nico: Icon, aparece un bohemio barbudo, con una cargante elegancia impostada, que despotrica contra Alain Delon –le parece un tipo vulgar, un despreciable vendedor de salchichas que no tenía la talla suficiente para estar con ella- y que sentencia, con gesto serio: “Nico no amaba a nadie y nadie amó jamás a Nico”.
Siempre fue esquiva, extraña, contradictoria, insólita, peligrosa: girando alrededor de la heroína en un eterno retorno, en su propio tiempo, nunca reglamentado ni compartimentado. Exponerse al sol de Ibiza fue una temeridad: ella portaba consigo el bosque, el hielo, el misterio; no las calles de una ciudad mediterránea al mediodía de julio. Que los dioses la tengan en su seno.