viernes, 15 de junio de 2007

Nico:The Marble Index

Where the statue stood
Of Newton, with his prism and silent face,

The marble index of a mind forever

Voyaging through strange seas of thought alone.

William Wordsworth

Odio el verano. Nunca jamás me he sentido a gusto con el calor; no siento ninguna alegría cuando vago bajo los rayos del sol a mediodía y toda la ciudad se encuentra devorada por una luz sin matices. Por el contrario, lo que me invade es un pesado sopor que sólo invita a dejar pasar las horas con el cuerpo estirado y a conjurar, como las Vainica Doble:

“Caramelo de limón
el sol de mi país

sol de mi país, viento norte, viento triste
un a
rco iris sin fin
Bosques de castaños
los que siempre yo soñé
que eran marron glacé”

Pero existen maneras de escapar, de curar la nostalgia de lo que nunca se ha vivido. Existen puertas de entrada que, casi como un secreto para iniciados, nos transportan a páramos fríos y desolados, o quizá a bosques de castaños cubiertos de hielo, que son a su vez estados del alma. Para todos aquellos que detestamos las sobremesas y escuchamos extrañas llamadas tras el murmullo de las hojas, Nico grabó “The Marble Index”, “Desertshore” y “The End”. El sol la mató, en Ibiza, en 1988.

Era una diosa. Alta, hermosa, imponente. Sus ojos, inmensos y claros, eran puro mercurio. Sus labios,un permanente mohín (véase la portada de "Chelsea Girl", las fotos con la Velvet Underground, el famoso anuncio de Terry o su aparición en “La Dolce Vita” de Fellini). Se dice que nació en 1938, en Colonia, bajo el fuego de los bombarderos ingleses, o puede que en Budapest en 1943. Nunca le gustó su verdadero nombre, Christa. Christa Päffgen. Cuando Andy Warhol la introdujo a los demás miembros de la Velvet Underground, nadie entendía nada: ¿Cómo podía proponer este hombre como cantante a una ex-modelo con acento alemán, sorda de un oído y con una voz monótona, plana y profunda que causaba la hilaridad de todos? Pero su secreto no se revelaba tan fácilmente. Probablemente muchos piensen en Nico como “la alemana esa que cantó con la Velvet”, la que se acostó con casi todo Nueva York y parte de Los Ángeles y París o, como mucho, la chica que grabó “Chelsea Girl”. Pero eso es sólo una ínfima parte.

Porque “Chelsea Girl”, aunque no es un mal disco, sólo da vueltas alrededor del misterio; no permite penetrar en él. Es quizá su disco más "agradable" de escuchar: una colección de bonitos temas cedidos por Jackson Browne, Lou Reed o Dylan. “These Days” es un clásico –como la escena de los Tenenbaums donde la canción recobró atención recientemente- y los arreglos, aunque un tanto demasiado dulces para mi gusto (Nico los odió, especialmente la flauta), no están mal y tienen un regusto otoñal. Pero aquí ella es poco más que un vehículo para canciones bonitas.

“I’ve been out walking
I don’t do too much talking
These days, these days.
These days I seem to think a lot
About the things that I forgot to do
And all the times I had the chance to


I’m not sayin’ (single de 1965, versión de Gordon Lightfoot)

Es con su siguiente disco, "The Marble Index" (1968), con el que se revela su condición de sacerdotisa, su poder mágico. “Prelude”, con sonido de campanas y piano, funciona como introducción a un mundo ultraterrenal que por fin, con la ayuda de John Cale, pudo invocar. Sus cincuenta segundos de repiqueteo de glockenspiel dan paso a “Lawns of Dawn”: ¿Qué es esto? No hay nada que se le parezca. Las campanitas siguen sonando, pero el primer plano lo ocupa ya el armonio de Nico, atravesando el corazón de la canción con melodías repetitivas que desorientan, que invitan al trance y que hacen desaparecer al “mundo real” por completo. No hay batería; el sonido se expande con absoluta libertad por el espacio, no está compartimentado por beats; es el páramo, el vacío, la muerte acechando en cada una de las frases y ondulaciones.

“He blesses you, he blesses me,
The day the night caresses,
Caresses you, caresses me,
Can you follow me?”

Las imágenes que sugiere “No one is there” parecen salidas de un sueño:

I crossed from behind my window screen,
Nina is dancing down the scene in a crucial parody,
Nina is dancing down the scene,
He is calling and throwing his arms up in the air,
And no one is there.

John Cale acompaña las armonías vocales de Nico, que parece haber sido poseída por espíritus de un milenio atrás, por monjes y nibelungos. Este sonido es como un meteorito extraño en la historia de la música; liberado del corsé anglosajón, es un producto de dos sensibilidades europeas a las que no les importaba un pimiento lo que se hacía o se dejaba de hacer en el momento. No hay nada, nada que se le parezca, ni en los sesenta ni después; es clásico, vanguardista, medieval, arcano, europeo, todo a la vez. No hay forma de acomodar esto a una conciencia y convertirlo en simple música de fondo. No hay posibilidad de escapar a sus encantamientos: de hecho, lo estoy escuchando ahora mismo, mientras escribo esto; y cómo no, me siento transportado. Llega “Ari’s Song” una canción para su pequeño (el que tuvo con Alain Delon) con el armonio de nuevo cruzando los mundos y desafiando a la razón: “Now you see that only dreams can send you where you want to be”.

En “Facing the Wind” entra en escena el piano machacón tan propio de Cale, que remite a “I’m Waiting for the Man”, o "All Tomorrow Parties" pero que liberado de aquel staccato, se enfrenta al sentido del tiempo y del ritmo de Nico, que nada tiene que ver… con nada: o te dejas llevar o quitas el disco. “Julius Caesar (Memento Hodie)” es otro viaje por profundidades oníricas, por vegetaciones enmarañadas que nosotros, hombres modernos y racionales, nos hemos empeñado durante tanto tiempo en ignorar y que sin embargo nunca dejarán de formar parte de nosotros. Y es esta presuntuosa ignorancia la que nos convierte en buena medida en seres neuróticos –en el peor de los sentidos- y divididos: “Beneath the heaving sea where statues and pillars and stone altars rest for all these aching bones to guide us far from energy.” ¿Es eso un sueño, es real? Yo no puedo evitar asociarlo con los cuadros de Claudio de Lorena, donde imponentes arquitecturas clásicas reciben el baño sagrado del misterio de la naturaleza. ¿Quiénes somos nosotros para decidir que un sueño no es real? Todo es irreal o real, se puede elegir entre una posibilidad u otra, pero no son más que palabras. Nico lo sabía; por eso no hablaba casi nunca y también por eso utiliza en su obra el lenguaje como música y como herramienta reveladora de misterios.

“Frozen Warnings” quizá sea una de las canciones más hermosas que se han escrito jamás. Nico parece recitar una oración surgida de las entrañas de la tierra, con el armonio y la viola ascendiendo a los cielos y descendiendo hasta que has de plegarte a su magia irresistible:

“Friar hermit stumbles over
The cloudy borderline
Frozen warnings close to mine
Close to the frozen borderline”



Frozen Warnings

Fragmento de "Evening of Light" extraído de "Nico:Icon"

La canción que cerraba el disco original era “Evening of Light” (en el CD se añadieron dos outtakes, que también se encuentran en la recopilación que se ha editado recientemente, “The Frozen Borderline: 1968-1970”). Lo que parece el sonido de una mandolina o un clavicordio introduce la oración de Nico: “Midnight winds are landing at the edge of time” es la frase que se repite constantemente a lo largo del trance, al que poco a poco se añade la viola y que va construyendo lentamente un auténtico maelstrom apocalíptico de sonidos distorsionados que lo devora todo. De nuevo se aprecia la mano de John Cale, cuya aportación a este disco en calidad de productor no fue reconocida en su momento.

“Roses in the Snow” y “Nibelungen”, los outtakes, son otras dos piezas hermosísimas; la primera insiste en la belleza invernal y el trazo rural del armonio atravesando todo como melodía iniciática, pero lo más curioso está en la última, cuyo título está tomado del poema épico germano del s.XI y donde Nico demuestra que es capaz de cantar a capella y mantener sus poderes de sacerdotisa:

“Since the first of you and me asleep
In a Nibelungen land where we cannot be
Almond trees grow along the mountain trail
From their tongues the words are spelling
The telling numb”

No sé ya dónde estoy cuando calla su voz profunda y fascinante. Pero si sé que este disco -como también los dos siguientes que grabó- es algo extraordinario, al igual que lo fue ella. En el documental Nico: Icon, aparece un bohemio barbudo, con una cargante elegancia impostada, que despotrica contra Alain Delon –le parece un tipo vulgar, un despreciable vendedor de salchichas que no tenía la talla suficiente para estar con ella- y que sentencia, con gesto serio: “Nico no amaba a nadie y nadie amó jamás a Nico”.

Siempre fue esquiva, extraña, contradictoria, insólita, peligrosa: girando alrededor de la heroína en un eterno retorno, en su propio tiempo, nunca reglamentado ni compartimentado. Exponerse al sol de Ibiza fue una temeridad: ella portaba consigo el bosque, el hielo, el misterio; no las calles de una ciudad mediterránea al mediodía de julio. Que los dioses la tengan en su seno.

0 comentarios: