jueves, 12 de abril de 2007

Las ciudades invisibles

Una atropellada reflexión sobre las ciudades.

“¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Creo haber escrito algo como un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades. Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles.

A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles, por ejemplo una ciudad microscópica que va ensanchándose y termina formada por muchas ciudades concéntricas en expansión, una ciudad telaraña suspendida sobre un abismo, o una ciudad bidimensional como Moriana”.


Mientras duró mi época de simpatía por los pequeños nacionalismos –lo que no significa que la tenga por los grandes- permanecí quizá algo ciego ante un hecho; y es que si hay un lugar que nos condicione de verdad, si hay un lugar que marque nuestro ritmo de vida, ese no es otro que el espacio de la ciudad. Por lo general, todos nosotros, urbanitas irredentos, hacemos gran parte de nuestra vida en las ciudades, en sus plazas, calles y callejuelas, en sus patios y terrazas, en sus rincones y esquinas. En ellas amamos, sufrimos, odiamos, soñamos y nos desesperamos. Ni el viajero más aventurado puede sustraerse a su poder de seducción; siempre, en algún momento de su odisea, la ciudad se dibuja allá al fondo y le invita, le susurra al oído: “Ven, amigo, aquí puedes descansar. Quédate esta noche y mañana volverás a partir. Podrás intentarlo una vez más.”

¿Qué significado tiene para mí una monótona extensión de tierra, una cordillera, un bosque, un lago...? Como supongo que para muchas "víctimas" de la hipermodernidad, es algo secundario, sólo una imagen de la escapada, algo parecido a una postal. No conozco sus secretos, no sé leerlos. No soy capaz de seguir su ritmo. Me cuesta interesarme por algo que no parece transformarse ante mis ojos a cada segundo, como sí lo hacen las ciudades, presas de una fiebre absurda y enloquecida. Quizá sean, en el fondo, repugnantes, quizá sean también inhabitables, pero no pueden dejar a su vez de ser seductoras.

"Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices..."

Así dice Italo Calvino en el prólogo de Las ciudades invisibles, fascinante y extraño libro que tomé prestado hará cosa de un año en la cochambrosa biblioteca municipal, y que hace unos meses compré y releí con gran interés y disfrute. Lástima que Siruela haya decidido que una foto del bueno de Calvino con una camisa a cuadros, sería la mejor idea para la portada… Pero bueno, se lo perdono porque Siruela mola bastante.

Calvino crea aquí un texto poliédrico, de difícil clasificación –ciencia ficción, cuento corto, novela- imbuido de un gran poder de sugestión. Un texto no muy extenso, pero de enorme densidad. Marco Polo describe a Kublai Khan (emperador de los mongoles en la tradición histórica; de los tártaros en la literaria) todas aquellas ciudades que ha visitado en sus “viajes”, de forma muy breve. Tras cada una de estas descripciones uno se siente tentado a trazar esos paisajes imaginarios en su cabeza, a ensamblarlos con su propia memoria de las ciudades que ha visto, oído, imaginado... Aquí aparece una ciudad de la que sólo son visibles las tuberías; otra cuyo reflejo repite todo lo que sucede en la original; otra suspendida sobre pilotes y escalas colgantes…y un largo etcétera.

Pero me pregunto por un momento ¿Qué son las ciudades? Muchas cosas: Son las obras de arte más completas y fascinantes. Espacios donde se acumula gran parte de la población mundial. Un reducto de esperanza para muchos, una oportunidad más. Un conjunto de signos, símbolos, secretos ocultos. Una visión celestial en el Apocalipsis bíblico. Proyectos de futuro. Testigos enterrados bajo tierra. Obra de la mano humana y de sus delirios y también del azar; un caos de locuras y maravillas que siguieron y siguen a un antiguo baile ceremonial; o quizá simplemente a la voluntad de un solo hombre.

Labradas en la roca durante décadas hasta la extenuación; iluminando el desierto con millares de luces de neón; formando misteriosos laberintos situados a miles de metros de altitud. Son todas ellas un universo, formado por calles, cruces, miradas, deseo, miedo… Un universo que tiene un marcado carácter vampírico, pero siempre femenino -la ciudad siempre me ha parecido femenina, y no sólo por el género gramatical; también Calvino pone nombre de mujer a todas las ciudades del libro. No, la ciudad no es algo exterior, no es un decorado, no es un simple escenario. Te parasita, te va drenando, o te hace segregar endorfinas; forma parte de ti. Es una de las mujeres de tu vida.

Pude comprobarlo el otro día, cuando cerró una panadería en la que solía comprar desde hace bastantes años, y me sentí como si me hubieran quitado algo. Cada vez que derriban un edificio emblemático, cada vez que desaparece un espacio que había pasado a formar parte de la memoria colectiva (aquí es una práctica común), o de tu memoria individual, siento que me han robado, que me han atacado personalmente. Porque esta ciudad, mal que me pese, con todo lo que la odio y todo lo insoportable que me resulta, también soy yo.

Creo que si la ruina de nuestra civilización se acerca, serán sobre todo nuestras ciudades, como las Sibilas, las que avisarán de la catástrofe, las que nos dirán que estamos gastados, que se acabó el experimento, que ya es hora de plegar. Es en ellas donde debemos buscar las grietas, los signos que nos indicarán la venida del ocaso. No puedo decir que no sea posible ya leer algunos de esos signos. Pero, mientras espero y observo, yo seguiré respondiendo a su llamada, dejándome morder y seducir, amándola y odiándola a partes (des)iguales: como a cualquier otra mujer, como a una femme fatale, como a mi vampiresa preferida.

La ciudad y tú
sois como un todo
es tu timidez
frente a su audacia

(Fernando Márquez scrivit)

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