domingo, 22 de abril de 2007

Yo...soy...Cho Seung-hui

"El acto surrealista más puro consiste en bajar a la calle, revólver en mano, y disparar al azar"

André Breton, Segundo Manifiesto Surrealista, 1930.

Una mezcla de repulsión y fascinación me sacuden el organismo estos días, con la noticia de la matanza de Virginia Tech; me he quedado hipnotizado al ver las fotos de este überpajero coreano con un martillo (esa en concreto, como ya se ha visto en los medios, recuerda a una escena de la delirante Oldboy) o con la pipa en la sien, apuntando a la cámara, etcétera.

El motivo por el que Cho Seung-hui decidió coger la Glock y liarse a tiros con todo lo que se moviera es espinoso y complicado. Así que, mucho me temo, no se va a profundizar en el meollo del caso; no se hizo cuando ocurrió lo de Columbine y no se hará ahora. Por tanto, aunque sea lamentable, no creo que sea muy arriesgado decir que volverá a repetirse, aunque también es cierto que la violencia se da a escala global y que vivimos en una especie de barbarie generalizada. ¿Tan extraño es que ocurra esto?

Cuando iba al instituto, Cho era blanco de burlas por su nacionalidad, por su inglés defectuoso y por su extraña manera de hablar. En Asia él y su familia sufrían penalidades económicas, así que se trasladaron a Estados Unidos para intentar mejorar su situación. Probablemente ya se habría formado en su Corea del Sur natal gran parte del pajerismo terminal que le caracterizaba. Pero tener que ver todos los días los Mercedes con llantas de 19 pulgadas por el campus, las sonrisas perfectas de los atletas, y todas las chicas torciendo el morro ante su presencia, acabó por crear una amarga y letal pelotita de celos, odio y resentimiento.

Después de todo eso no he podido evitar pensar en cuántas veces he deseado machacar a los cabronazos que me jodían la existencia en el colegio. Nunca he recibido palizas ni ningún daño físico importante, a diferencia de otros, pero fue bastante coñazo tener que soportar durante varios años, día sí día también, el acoso de esos subnormales. Recuerdo esa angustia en el estómago constante, mirar por todos los lados en el camino de vuelta a casa, o esconderme por los rincones del edificio para que no me vieran. Y a pesar de que después toda esta tensión se relajó (odiaba todavía más el instituto, pero tenía que sobreponerme o dejarme hundir del todo), la verdad es que algo de toda esa basura acaba quedando. Se quedan neurosis, inseguridades… bah.

Supongo que, en parte por lo asiático, me ha venido a la cabeza el personaje de Tetsuo Shima, el mutante de Akira. Esta es una de las películas que mayor impresión me ha causado, pese a que la reconozco bastante fallida (el manga es mejor narrativamente hablando; por lo menos se puede seguir). Pero nunca, nunca olvidaré la primera vez que la vi; tendría siete u ocho años y no sabía qué es lo que me iba a encontrar. No entendí absolutamente nada del argumento, pero esas imágenes hiperviolentas e hipercinéticas se me quedaron grabadas para siempre. La volví a ver cosa de once o doce años después y volví a quedar fascinado. La animación, mucho más fluida que la media japonesa, seguía siendo increíble (y lo sigue siendo ahora) a pesar de los avances técnicos desde que se realizó. La banda sonora, a cargo del colectivo Geinoh Yamashirogumi, es gloriosa y potencia la sugestión de la imagen hasta extremos épicos.

Cho se da un aire a Tetsuo, que es el pringado del grupo de motoristas, el canijo del que todos se ríen. Hasta que viene todo el rollo de los poderes psíquicos y destruye todo lo que encuentra a su paso: tanques, edificios, toda la ciudad de Neo-Tokio. Tetsuo es infinitamente más cool que Cho, de eso no cabe la menor duda. Además, por si fuera poco, se transforma en un monstruo-bebé de órganos extraños y cables que crece y crece hasta ser absorbido por una energía superior (Akira) en un demencial final apocalíptico. No, no hay ni punto de comparación. Cho es un producto patético, pero real, de una sociedad profundamente enferma e hipócrita (que nos empeñamos en copiar en todos sus peores aspectos); y Tetsuo es producto de la imaginación del gran Katsuhiro Otomo.

Me quedo con Tetsuo, pero de lejos. ¡Kaneeeedaaa!

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