domingo, 8 de abril de 2007

La guitarra de Steve Jones

Ando enfrascado en la lectura del famoso mamotreto de Greil Marcus, Rastros de Carmín. Una historia secreta del siglo XX. Bueno, más que enfrascarme en él voy leyéndolo a cachitos, cuando me apetece; es que estoy muy perro estos días. Desde las primeras páginas se intuye que va a ser un libro divertido, muy relajado en cuanto a metodología y precisiones históricas se refiere, pero también por ello mucho más divertido que, por ejemplo, una tesis doctoral al uso. Sí, puede que hallar el hilo conductor que nos lleva desde los lollardos al punk, todo ello pasando por Dadá o la Internacional Situacionista, sea una empresa algo arriesgada. Pero es muy entretenida.

Supongo que el contacto casi a diario con textos surgidos en el entorno universitario hace que termine hasta los cojones de tanta prudencia, responsabilidad y precisión metodológica, y en suma de esa elusión del estilo y la personalidad tan habitual en el mundo académico. Así que no me importa que Marcus salte de tema en tema un poco como le venga en gana; por el contrario, me mola. Una parte de mí siempre ha sentido la necesidad de rebelarse de alguna forma; por lo general soy anárquico, caprichoso, irresponsable y culo de mal asiento. Bueno, eso puede comprobarse fácilmente en este ¿blog? donde puedo hablar de la Neo Geo, al día siguiente del pie femenino y otro día de Praxíteles. Y tirarme un puñado de días sin actualizar.

Bueno, pues leyendo sobre la epopeya de los Sex Pistols en el libro, y sobre clásicos como Holidays in the Sun o Anarchy in the UK, he sentido la necesidad de revisitar el Never Mind the Bollocks, que aunque me gusta, nunca lo habría puesto entre mis imprescindibles. Esta quizá ha sido la ocasión en que he estado más cerca de incluirlo. Ahí está de nuevo la voz chillona y psicopática de Johnny Rotten, con esa inconfundible manera de pronunciar las errres: “orrr is this the ai arrr eeiii?” Y sobre todo, la guitarra de Steve Jones; suena poderosa, agresiva, cortante. Es un sonido adictivo, no puedo parar de escucharlo una y otra vez. Incluso dan ganas de hacer un poco de air guitar. Suena cojonudamente, joder. Esa Les Paul habla, tío.



Vaya -me digo- pues no está mal, sigue conservando algo de fuerza, después de treinta añazos. No es más que rock, de hecho, es puritito rock’n roll, más simple, más duro, más directo, pero rock al fin y al cabo. Hay una intensidad y una urgencia en estos riffs que me hace segregar endorfinas. Pero sobre todo, la pregunta que no puedo evitar hacerme, es: ¿cómo puede ser tan increíblemente bueno algo tan malo, hecho por gamberrazos y marginados de la sociedad? Eso es lo que siempre me ha fascinado de la explosión punk; los perdedores, los marginados, los parias, haciendo algo bueno e importante. Eso es algo maravilloso, coño.

Lamentablemente, el rock hace años que ha perdido su capacidad de subvertir y de provocar, esto bien lo sabe todo el mundo, así que uno no puede más que sentir nostalgia de una época en la que eso era posible (aunque esa provocación fuera rápidamente asimilada; también está el ejemplo del hip-hop: de NWA y Public Enemy a Pharrell y 50 Cent). Y es que no hay música que yo haya escuchado en toda mi vida que pudiera escandalizar a mis padres, ni a los mayores, ni a nadie; y realmente me hubiera gustado haber podido escuchar canciones con las que joder y molestar al personal. Y yo, que cada día tengo más ganas de que esta mierda reviente de una puta vez, sigo soñando con un sonido que haga pedazos el mundo.

Pero mientras, me quedo con el pop…

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Sí, me gusta la Casa Azul. Cortesía de Last.fm

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