jueves, 14 de diciembre de 2006

¿Ubi sunt?

Cada visita a casa de mi abuela es una vuelta atrás en el tiempo. Algo así como la magdalena de Proust, pero normalmente con pucheros y platos de caliente de por medio. Mi abuela no puede concebir que la gente no coma de caliente todos los días, y no digamos en invierno. Siempre que viene a comer a casa en Navidad rechaza airadamente todo atisbo de sofisticación en la comida, y termina sorbiendo fideos con una cuchara en un plato desbordante de caldo. Mientras, todos los demás comen (comemos) gambas y hablan de política. Yo odio los platos de caliente. Cuando iba al colegio comía siempre en casa de mi abuela, y cada vez que me sentaba a la mesa y volvía a tener delante el plato humeante con los fideos, torcía el morro. ¡Qué manía con eso de comer de caliente! ¡Y el pan! “Si no comes pan, es como si no hubieras comido”. “El pan es sagrado. Si se te cae al suelo, hay que besarlo”. Eso sí, si se caen dos docenas de gambas, no pasa nada. Cosas del hambre pasada.

Es un mundo de tapetes de hule, figuritas de porcelana, y muebles-mamotreto –sí, igualitos que los del Ikea-, provistos de vidrieras con decoraciones de flores. A través de ellas puede verse una barroquísima disposición de San Pancracios, retratos, servilleteros, más santos, e incluso un pato de cristal de Murano que le trajeron mis padres hace muchos años y que desentona bastante en el conjunto. Puro vintage, pero español. Me cuesta pensar que ese mundo desaparecerá algún día.

Un rato de conversación con ella y uno podría pensar que se encuentra en pleno siglo XVII. Palabras que podrían salir de la boca de Miguel de Mañara, un extraño personaje de la Sevilla de la época -cuya leyenda se confunde con la de Don Juan Tenorio- que pasó de follador empedernido, como El Pescaílla, a arrepentirse de sus pecados babilónicos, para acabar así fundando el Hospital de la Caridad de Sevilla. En él permaneció hasta su muerte, lavando pústulas y cuidando leprosos. Si pasan por allí, les recomiendo la visita; pero no hagan como yo, en pleno verano y a las cuatro de la tarde. Lean lo que decía este señor (si quieren):

La alegría de la huerta; o los"Guinea Pig" del Siglo de Oro


"Mira una bóveda: entra en ella con la consideración, y ponte a mirar a tus padres o a tu mujer (si la has perdido) o los amigos que conocías: mira qué silencio. No se oye ruido; sólo el roer de las carcomas y gusanos tan solamente se percibe. Y el estruendo de pajes y lacayos ¿dónde están? Acá se queda todo: repara las alhajas del palacio de los muertos, algunas telarañas son. ¿Y la mitra y la corona? También acá la dejaron. Repara hermano mío que esto sin duda ha de pasar, y toda tu compostura ha de ser deshecha en huesos áridos, horribles y espantosos; tanto que la persona que hoy juzgas más te quiere, sea tu mujer, tu hijo, o tu marido, al instante que espires, se ha de asombrar de verte, y a quien hacías compañía, has de servir de asombro".

Bueno, el caso es que estaba viendo con ella las noticias, y he visto la cosa esta de la brigada Diógenes, formada por unos operarios del Ayuntamiento de Madrid, y que toma su nombre del dichoso síndrome. Por lo visto, en un año han sacado hasta 100.000 kilos de basura. 100.000 kilos de residuos acompañando la soledad de los ancianos en la gran metrópoli, sea en Salamanca o en Lavapiés. Mi abuela ha comentado “Pues sí que son guarros”. Y no me he atrevido a explicarle que el motivo de esa conducta patológica es el mismo que a ella le mantiene en el abatimiento: la soledad. Aunque vayamos a visitarla cada día, y yo la siga adorando como merece, en sus ojos se puede ver la tristeza de la persona que se siente apartada, excluida, marginada.

Y es que los viejos parece que cada vez son más un estorbo. Una época como la nuestra, absolutamente obsesionada con la edad y la juventud eterna, no puede ver a los viejos sino como una fastidiosa muestra de la ruina que espera a nuestro cuerpo. Como decía Abraham J. Simpson a su familia: “¿Por qué huís de mí? ¿Acaso mi arrugado rostro os recuerda el horrible espectro de la muerte?” Aunque muchas veces nos inspiren ternura, eso también es una verdad como un templo.

Por las noches, uno puede imaginar miles de ubi sunt surgiendo de bocas aún vivas, resonando huecos entre aparadores, vitrinas, retratos, San Pancracios y tapetes de hule. Y quizá en el fondo, un reloj de pared marcando el ritmo, monótono, motorik, fundiéndose con una letanía arrastrada por las ruinas del tiempo.

0 comentarios: