jueves, 7 de diciembre de 2006

El puente más largo del mundo

Me encuentro escuchando Viderunt omnes, un canto polifónico del siglo XII, compuesto por uno de los primeros músicos occidentales con nombre conocido. Unos papeles encontrados con posterioridad se refieren a él como Pérotin, y así se ha quedado el hombre, pero ya es algo. Por lo menos es un poquito más que el olvido, en el que por contra han caído la inmensísima mayoría de sus contemporáneos.


Catedral de Nôtre-Dame, donde Pérotin debió desarrollar su obra

Es una música repetitiva, insistente, como un trance, quizá algo extraña a oídos actuales, pero interesante también por esa misma razón. No puedo más que pensar que lo que llega a mis oídos, transformado por parte de David Munrow y el Early Music Consort, y después convertido en práctico y aséptico fichero informático, no es más que un eco lejano, una resurrección tremendamente precaria de la obra de unos humildes artesanos de tiempos remotos. Las notas de un canto gregoriano, con las duraciones alargadas, sirven como base. Sobre ellas, músicos como Pérotin añadieron progresivamente otras líneas melódicas para embellecer las plegarias de rigor con su habilidad musical y de paso hacer avanzar la música occidental hacia la polifonía. Así que la próxima vez que nos descarguemos un politono para el Nokia ya sabemos a quién se lo debemos todo.

En nuestro mundo “hipermoderno” -así es al menos como lo llama Lipovetsky- abominamos de la “trascendencia” como de la peste, aunque no es de extrañar, eso ya no es lo nuestro. Basta visitar cualquier exposición de “arte moderno” para comprobar que casi todo lo que se produce hoy en la esfera de las artes está destinado a desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Todo está marcado por la cualidad de lo efímero, todo desaparecerá en cuanto giremos la espalda y de ello sólo quedará el catálogo -como dice Félix de Azúa- o un artículo en alguna revista o periódico. Y poco más. Es más, es que ni siquiera sabemos en qué puede consistir ahora el arte, para qué sirve, a dónde debe dirigirse… no sabemos nada. Esto es estimulante y desasosegante a la vez. El arte actual viene a parecerse a mi vida en este preciso momento, donde no dejo de preguntarme qué es lo que debo hacer y para qué sirvo yo.

Todos podemos reconocer los asombrosos avances de la ciencia y la tecnología, que son las cosas que realmente están cambiando nuestras vidas (no entro a juzgar si para bien o para mal; simplemente las cambian, y eso no hay quien lo discuta). Sin embargo, el arte… Yo hace tiempo que encuentro más estímulos en cosas como los videojuegos, las películas de Pixar o los mangas que en las exposiciones de arte moderno, qué quieren que les diga. La última exposición que me hizo realmente reflexionar fue una que se celebró en el IVAM (ni me acuerdo de quién era el autor), donde había que mojarse y ensuciarse los pantalones antes de salir del recinto. Primero te mojan y luego a la calle. ¡Vaya! Es como mi vida misma.

Con el tema de la moda, pues tres cuartos de lo mismo. En este caso siempre me acuerdo de una frase de Oscar Wilde: "La moda es algo tan horroroso, que nos vemos obligados a cambiarla cada año". Yo mismo estoy completamente démodé; he conseguido que me llamen muchas cosas, pero nunca "moderno". Y eso que lo intento.

Sin embargo, a pesar de las enormes diferencias, me sigue fascinando el hecho de que puede existir una comunicación, por débil que sea, con gente que se despidió de este mundo hace ya ocho centurias, y cuya motivación para componer consistía -oh- en honrar a Dios. La idea tiene su atractivo, porque reconocerán ustedes que Dios no es un mal invento, y eso lo puedo ver hasta yo, que me tengo ganado el infierno desde hace tiempo. La idea de Dios ha dado, como bien saben, un suelo bien fuerte para el arte durante muchos años y en la época medieval, todavía logró incluso ocultar por completo la figura del autor, hiperbolizada en años posteriores hasta el ridículo. ¿Quién hubiera querido entonces un autógrafo o un pelo del bigote de Pérotin? Nadie. Es refrescante pensar en un mundo en el que el ego desbordado o el amor por el dinero no constituye el fundamento de las obras de arte. Cualquier persona que escriba un blog lo entenderá en seguida. No, no lo digo por el dinero, claro.

La cosa es que la primera vez que escuché esta curiosa pieza captó mi atención. Quizá sea por estar ya harto de ver una y otra vez los mismos programas en los conciertos que se organizan en esos grandes y caros edificios que construyen, cómo no, para hacer a todo el mundo más culto y feliz (Beethoven, Mozart, Brahms, Tchaikovsky). Aunque poco me importa lo que ponga esa gente, no podría pagar la entrada de todas maneras.

Pero fue al descubrir la obra de Steve Reich cuando quedé sorprendido al descubrir un puente construido a través de ocho siglos. Steve Reich es un compositor minimalista neoyorquino, que hace poco cumplió ya 70 añazos. Independientemente de si el minimalismo ha quedado exhausto o no, su propuesta es interesante y su influencia se ha hecho notar tanto en bandas sonoras (la de American Beauty, por ejemplo) o en los remixes que ha hecho gente de la escena electrónica, como un tal DJ Spooky. Ese trance inducido por la repetición, las notas expandiéndose… resulta familiar. Y es que resulta que Steve Reich es un admirador de Pérotin. En una entrevista, dice de él lo siguiente:

"He marked the end of the ancient art and the opening of the door of complex music. He left Gregorian chants to create the first four-part music, using four voices, and his music introduced measured rhythms. You can tap your foot to Perotin. You can’t tap your foot to Gregorian chants."

Y en otra:

"I feel that the orchestra is no more important and is just another variation on promusica antiqua. It’s very important that early music, like Perotin, be heard. For me it’s just as important that Perotin be heard as it is that Mozart be heard. As a matter of fact, I personally would much rather hear Perotin than Mozart. But whether you like it or not, these guys are both very, very important composers in their age. They were the top of their historical period. Why should we hear more Brahms than Josquin? Because there’s an organization that plays it that’s absorbing so much money. But if you were to just weigh it on the musical scales, you’d say "Well, it depends on your stylistic preference, but this is great music and that’s great music."


Así que ahí está, un puente establecido sobre ocho siglos de historia. No está mal. Esas cosas me emocionan; así de tonto es uno.

Ya, ya sé que todos prefieren el puente de la Inmaculada. Yo también, en el fondo. Me voy a tomar unas copichuelas.

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