jueves, 28 de diciembre de 2006

Sade y sus cosas

Leo La philosophie dans le boudoir (La filosofía en el tocador) del Marqués de Sade. Es un drama pedagógico subvertido, donde una jovencita de piel blanca y fresca es "encauzada" por parte de unos libertinos. Sumamente interesante por su exploración valiente y controvertida del lado oscuro de la fuerza. Sigue siendo muy fuerte, sigue siendo incómodo, pese a que se supone que vivimos en una época de liberación sexual (que en realidad quiere decir, y eso mucho mejor lo expone Houellebecq, que el sexo ha entrado en la dinámica del mercado)

Exponer a cualquier individuo que se considere a sí mismo "liberal", en cuanto a sexo se refiere, las tesis de este libro –no defenderlas ni recomendarlas, simplemente exponerlas- es casi siempre comprobar lo estúpido que es el término “liberal”. Detesto profundamente ese término y todo lo que oculta o pretende ocultar, esto es, ante todo: conformismo, comodonismo, papanatismo, incluso mojigatismo, amén de otras muchas cosas en las que prefiero no entrar ahora.

Esta obra no es ni más ni menos que un producto de la Ilustración, de la explosión racionalista de Diderot, Rousseau, Voltaire y compañía. Aquí se trata de liberar a la razón de muros y cortapisas, que sea la luz que alumbre el camino al desarrollo de nuestros más bajos instintos reprimidos bajo la mesa camilla judeocristiana (contra la que Sade se ensaña de manera particularmente insistente) Así, este teatrillo de perversiones, violencia, parafilias e inmoralidad, resulta de poner la razón en primer plano, pero para romper su himen inmediatamente después; no por nada se produjo su reivindicación por parte de los surrealistas.

Cuando tenía 12 o 13 años y mis hormonas estaban empezando a salirse de madre, me encontré un día con Justine entre mis manos. Naturalmente, mi curiosidad me impulsó a leerlo. Estaba plagado, como todos sus libros, de escenas pornográficas; las imágenes que allí se describían me inflamaron y tuve una erección inmediata. Por aquel entonces, a las chicas de mi clase comenzaban a crecerles los pechos y yo me sentía totalmente dominado por el deseo, que se crecía con la imposibilidad de obtener su objeto… era consciente de que nunca los vería desnudos ni los tendría entre mis manos; todavía quedaban unos cuantos años para que hacerlo fuera normal. Esta tensión acabó produciendo en mí un ansia descomunal de poseerlas. Por la noche se me aparecían imágenes increíblemente obscenas, de erotismo delirante y violento. Quizá si hubiera tenido una educación religiosa la culpa me habría abrumado. Por suerte, no fue el caso y en un quítame allá esas pajas todo quedaba solucionado. Como dice el protagonista de una de los novelas de Houellebecq -no importa cuál porque en todas es el mismo- “cuando los hombres escupimos el chorrito nos quedamos muy tranquilos”.

El momento del orgasmo es imposible de racionalizar. Es un instante de muerte, la mente se vacía por completo, el homo sapiens queda convertido en un objeto presa de estertores animales. ¿Qué no es uno capaz de hacer entonces? Si ese breve bocado de muerte se alargara indefinidamente, ¿qué es lo que ocurriría? En este momento, me viene a la cabeza la imagen de una humanidad poseída por un orgasmo continuado, copulando y asesinándose mutuamente para alimentar su lujuria; un Apocalipsis sádico. Nada podría asegurarnos su imposibilidad.

Pero pese a ese período de fantasías violentas y al aburrimiento que me produce el sexo convencional, nunca me ha gustado hacer daño, o por lo menos sin la aprobación del otro. Las fantasías que aparecen en los libros de Sade pueden ser sugestivas pero nunca las pondría en práctica, porque violan el espacio ajeno. Desentenderse del dolor que el otro sufre para aumentar el propio placer se parece demasiado al ejercicio del poder. Esto que digo queda perfectamente representado en la que es, por lo que a mí respecta, la experiencia cinematográfica más traumática que jamás se haya parido: por supuesto, me refiero a Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini. Ninguna película muestra el horror de forma tan cruda y directa. Olvídense de cosas como Flower of Flesh and Blood, Holocausto Caníbal o Braindead. Esta alegoría fílmica de la brutalidad del poder, si es que son capaces de verla entera, permanecerá en sus mentes mucho más vivamente que esas alegres e inofensivas gorefests.
En cualquier caso, haga lo que haga cada uno con su vida, ahí están las obras de Sade, para quien quiera abrir por unos momentos la puerta que lleva hacia ese monstruo que la cultura occidental, cobarde e hipócrita, rara vez se ha atrevido a mirar cara a cara. ¡Yo te saludo, Divino Marqués!

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