He ido a ver la última película de Clint Eastwood, Gran Torino. Me gustó bastante, es bastante sólida, como la mayoría de lo que ha venido haciendo en los últimos quince o veinte años (Sin perdón, Mystic River, Cartas desde Iwo-Jima/Banderas de nuestros padres, Million Dollar Baby, El Intercambio...). Sólidas, sí, pero como es natural, unas me gustan más que otras: "Million Dollar Baby" y la dupla "Cartas... Banderas" me sulibeyan (¿sulibellan? ¿suliveyan?) especialmente, mientras que "Mystic River" me decepcionó abiertamente en su artificioso tramo final y "Sin perdón" me pareció una castaña, la verdad.
La película comienza presentando -con bastante brocha gorda- los personajes de la historia, y a partir de ahí todo va rodado. Walt Kowalski, el personaje de Clint, es una pura caricatura, un solitario cascarrabias que emite gruñidos cartoonescos (que me recordaron a RanXerox, el personaje de Liberatore y Tamburini). Eastwood domina toda la película, está hecha totalmente a su medida, y evidentemente, con ese rostro tan impresionante (y esa voz arrasada, una razón de peso más para verla en su versión original), nadie puede negar que es perfectamente capaz de echársela a las espaldas. Y es que no existen rostros así en el cine actual, es así de simple. No hay nadie que tenga una presencia tan apabullante, capaz de dejarte pegado a la pantalla con una contracción de mandíbula. Es así, y es por eso que no importa tanto que trate de despertar la empatía en nosotros de la manera más fácil posible -la pobre escena de las bolsas de la compra, la típica familia gilipollas con la hija Parishiltoniana como contrapunto al rudo héroe con corazón, etcétera-. Todo eso pueden ser defectos o no serlo, dependerá de si el espectador busca un nivel de "complejidad psicológica" a lo Dostoievski o se conforma con no morirse de aburrimiento en el cine. Yo personalmente prefiero lo segundo, aunque no sea incompatible con lo primero, y por eso le perdono esas faltas de sutileza. Y es que uno no es ningún cinéfilo... E insisto: ese rostro, joder, ese rostro. Pura belleza masculina, incluso hecho una pasa, cómo le envidio.
No es ninguna obra maestra, no (demasiadas "obras maestras" últimamente). Es un relato sencillo y directo que hace pasar un buen rato, acorde con unos valores diamantinos. No todo el mundo es capaz de eso. Es justo señalar esas debilidades, pero no veo por qué siempre que una historia es sencilla debe ser crucificada como "predecible" o "simplona". ¿Qué diablos quiere la gente, cuarenta mil vueltas de tuerca al guión para que no sea capaz de adivinar el final? Me sorprende que haya gente que busque aún verse sorprendida al 100% por un relato, que pretenda que le eviten saber de antemano quién es el asesino o cuál va a ser (en el caso de esta película), el final de Walt Kowalski. No lo voy a contar, claro, pero cualquiera que vaya a verla y no se duerma en la butaca (que lo dudo), va a anticipar con toda seguridad la conclusión de la historia. Y vaya, a pesar de todo es un final que prefiero con creces al de "Mystic River".
Pues eso, un relato sencillo, directo y, también hay que decirlo, bastante cómico (el intercambio de palabras entre el chaval chino, Clint y el barbero es descojonante). Por no hablar de ese "Qué estáis tramando, morenos", que espeta el Jünger del cine americano a la pandilla de negros al comienzo de la película. Recomendada, pero que nadie se espere movidas raras. Es lo que es, porque así es como debe ser. ¡Y a callar todo el mundo!
lunes, 16 de marzo de 2009
lunes, 2 de marzo de 2009
Bullet hell
No quiero caer una vez más en la estúpida nostalgia, pero las circunstancias obligan y tengo que decirlo: echo de menos los viejos juegos de disparo. Era uno de mis géneros favoritos en las máquinas cerdotas del recreativo del barrio, podía tirarme horas barriendo la pantalla a base de botonazos. Pero eso sí, los japoneses, por supuesto. Son ellos los que los llevaron a su nivel máximo de sofisticación y belleza. Es una putada que prácticamente hayan desaparecido del mapa, junto con el encanto irremplazable de los juegos 2d... Siempre me ha reventado que la industria de los videojuegos haya insistido tanto -ignominiosas razones hay para ello, igual que las hubo para sustituir el vinilo por el apestoso cd- en la introducción de las tres dimensiones, incluso cuando ello iba en detrimento de la experiencia de juego y de una manera de hacer que no admite sustitución. Baste como ejemplo el último Street Fighter: feo como él solo. Lo vi el otro día en la fnac, había una gran cola de gente esperando para probarlo. A mí me bastaron treinta segundos para alejarme de allí, porque mira que el juego es feo, pero feo feo eh. Es tan feo que no puedo siquiera entrar a valorar si es divertido o no. Las 3d pueden estar muy bien, de hecho me gustan muchos juegos en 3d -el Fallout 3 por ejemplo, no está mal- pero de verdad que no me explico el por qué de la marginación absoluta de las dos dimensiones, si no es simplemente debido a que con juegos en 3d es mucho más facil engañar al personal.
Sólo en Japón, mercado procelosísimo y fascinante del entretenimiento electrónico, subsiste este maravilloso arte del shooting game, para algunos incluido dentro de lo que ellos llaman formas de juego caducas. Desconozco si subsiste a duras penas o si goza de un apoyo suficiente, pero alguien mucho más versado que yo en este tema me dijo que en los recreativos no falta gente para ocupar las cabinas de cosas como Espgaluda II y demás. Las conversiones, supongo, son otra historia: Precisamente estoy enganchado ahora en mi algo olvidada PS2 a una conversión muy maja de Espgaluda, obra de Cave (el juego, la conversión es obra de Arika), autores de otras locuras como Dodonpachi Dai-Ou-Jou o Mushihimesama y la compañía que en los últimos años se ha convertido prácticamente en sinónimo de shooting game. Si lo pillé fue porque pude probarlo antes y me convenció, además de que tiene un nivel de dificultad general algo más bajo que los otros dos que he mencionado, que son demenciales. Con señal RGB en una buena tele de tubo es gloria para mí, preciosos colores y sprites apareciendo a toda leche en la pantalla. Las cosas que saca Cave son un poco bestias, la verdad: la dificultad no perdona, y uno se encuentra a la primera de cambio con la pantalla barrida de bolas de colores amenazando con destruirle. Cuando llego a la cuarta pantalla (si es que llego), me dan de hostias por todos los lados, pero vuelvo a intentarlo una y otra vez. Lo que es único en estos juegos, (lo que hace que me gusten tanto) es la tensión que crean, el estado de hiperconcentración al que debes pasar para esquivar semejante locura, casi es como una droga, me quedo hipnotizado. Desde luego supone una alteración de conciencia notable; incluso la retina queda alterada por unos momentos, ya que al cerrar los ojos sigo viendo hermosos patrones de proyectiles trazando caprichosas figuritas geométricas.
Sin embargo, reconozco que para mi gusto es un poco imposible. Pero es lo que hay; debido a la escasez la mayoría de los títulos de disparo parece dirigirse a los jugadores más exigentes (sobre todo japoneses), aquellos a los que les gusta ser castigados sin piedad, y yo no estoy exactamente entre ellos. Para ilustrar esto en el sentido más amplio posible, un vídeo que muestra el grado de demencia al que las mentes de Cave son capaces de llegar: El final boss de Mushihimesama Futari en el máximo nivel de dificultad. Brutal.
Sólo en Japón, mercado procelosísimo y fascinante del entretenimiento electrónico, subsiste este maravilloso arte del shooting game, para algunos incluido dentro de lo que ellos llaman formas de juego caducas. Desconozco si subsiste a duras penas o si goza de un apoyo suficiente, pero alguien mucho más versado que yo en este tema me dijo que en los recreativos no falta gente para ocupar las cabinas de cosas como Espgaluda II y demás. Las conversiones, supongo, son otra historia: Precisamente estoy enganchado ahora en mi algo olvidada PS2 a una conversión muy maja de Espgaluda, obra de Cave (el juego, la conversión es obra de Arika), autores de otras locuras como Dodonpachi Dai-Ou-Jou o Mushihimesama y la compañía que en los últimos años se ha convertido prácticamente en sinónimo de shooting game. Si lo pillé fue porque pude probarlo antes y me convenció, además de que tiene un nivel de dificultad general algo más bajo que los otros dos que he mencionado, que son demenciales. Con señal RGB en una buena tele de tubo es gloria para mí, preciosos colores y sprites apareciendo a toda leche en la pantalla. Las cosas que saca Cave son un poco bestias, la verdad: la dificultad no perdona, y uno se encuentra a la primera de cambio con la pantalla barrida de bolas de colores amenazando con destruirle. Cuando llego a la cuarta pantalla (si es que llego), me dan de hostias por todos los lados, pero vuelvo a intentarlo una y otra vez. Lo que es único en estos juegos, (lo que hace que me gusten tanto) es la tensión que crean, el estado de hiperconcentración al que debes pasar para esquivar semejante locura, casi es como una droga, me quedo hipnotizado. Desde luego supone una alteración de conciencia notable; incluso la retina queda alterada por unos momentos, ya que al cerrar los ojos sigo viendo hermosos patrones de proyectiles trazando caprichosas figuritas geométricas.
Sin embargo, reconozco que para mi gusto es un poco imposible. Pero es lo que hay; debido a la escasez la mayoría de los títulos de disparo parece dirigirse a los jugadores más exigentes (sobre todo japoneses), aquellos a los que les gusta ser castigados sin piedad, y yo no estoy exactamente entre ellos. Para ilustrar esto en el sentido más amplio posible, un vídeo que muestra el grado de demencia al que las mentes de Cave son capaces de llegar: El final boss de Mushihimesama Futari en el máximo nivel de dificultad. Brutal.
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Japón,
Videojuegos
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