Necesito poner algo...cojo un vinilo casi al azar. Hum, esto es lo que buscaba: en la portada, unos amplis Fender de
Los directos suelen ser material peligroso y de calidad altamente variable; a todos nos la han metido doblada alguna vez con grabaciones lamentables que dejaban todo a la imaginación del oyente (casi siempre porque no se podía oir un pijo). Me ocurrió con alguno de Joy Division, cuando me obsesioné con el suicidio de Curtis hace años: sonaban todos como una puta mierda, así que nunca encontré la grabación que buscaba.
Pero éste es excepcional, pura crema: Neil Young en su versión más hardrockera y eléctrica. A mí me encanta su faceta acústica, desde luego; pero cuando saca los acoples a pasear, no hay quien se resista. Puede que el rock esté muerto, y sin embargo pongo esto y se me olvida, en serio… casi podría volver a comprar el Ruta 66 y todo. Pones la aguja y aquello comienza con los amplificadores rugiendo literalmente, como una tormenta eléctrica; con “Hey Hey, My My”, nada menos. Brutal la versión. Buena parte de los temas están sacados de dos elepés inmediatamente anteriores –"Freedom" (1989) y "Ragged Glory" (1990), que revitalizaron su carrera, seriamente empantanada durante los ochenta (siguiendo en paralelo los descalabros de Dylan y de Van Morrison).
El minutaje total se alarga bastante por la afición de los Crazy Horse a los finales épicos… alguna canción se alarga incluso un poco demasiado, pero no es nada grave. “Like a Hurricane” dura aquí unos catorce minutos... y qué catorce minutos, Dios mío. He aquí un sólo de guitarra de verdad, capaz de abrir el corazón del más cerril de los punks: nada de virtuosismo gratuito y masturbatorio, esto es sincero y emocionante, electricidad desbocada que se te mete en el cuerpo como una segunda voz; jamás en mi vida he escuchado nada parecido. Probablemente uno de los pocos solos de guitarra que me han puesto al borde de las lágrimas, lo que tiene mérito porque normalmente los detesto (odio, por saturación, el solo de “Stairway to Heaven”). El tono de guitarra que emplea es, como su estilo, poco ortodoxo: sobrecargado, sucio, rabioso, a punto de petar. Atención también a la que, a mi parecer, es la versión definitiva de su “Crime in the City”; canción relativamente menor de su discografía que se convierte aquí en un bombazo en toda regla.
Disco ideal para aquellos momentos en los que la postmodernidad nos hunde en el tedio absoluto; esos en los que la enésima caterva de grupos de modernitos megachachis y megachochis de revista de tendencias nos hace exclamar: ¿Qué cojones hemos hecho para merecer esto? Como muestra, dos botones:
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