La cadena franco-alemana ARTE emitió el mes pasado un documental muy interesante acerca de Google: Faut-il avoir peur de Google? Que traducido a román paladino vendría a ser algo así como “¿Debemos temer a Google?” Y sin necesidad de ponernos demasiado apocalípticos, es cierto que este fenómeno, el del buscador por antonomasia de la red, tiene puntos bastante inquietantes.
Cuando empecé a trastear por Internet hará unos cinco o seis años, el motor de búsqueda que todo el mundo me recomendó era Altavista. Como explica en el documental David Vise, autor de The Google Story, este motor era muy bueno en cuanto a repertorio o volumen de búsqueda, pero no en cuanto a la organización de los resultados por orden de relevancia. El algoritmo PageRank (suena a pajerazo) es el patentado por los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin. Este algoritmo concede relevancia en el buscador a las páginas web en función de los enlaces y visitas que éstas reciben, así como de la importancia de éstos. Aunque este sistema pueda ser perfeccionado -como ellos bien saben- sin duda ha tenido un enorme éxito y es una de las razones por las que Google ha barrido con todos los demás competidores (Vise dice que Google tiene hoy día una relevancia seis veces superior a General Motors). Sin duda, la página inicial de Google, con su extrema simplicidad, totalmente funcional (y sin anuncios) es hoy parte de nuestras vidas. Hasta el más reacio a las nuevas tecnologías lo ha utilizado alguna vez.
El otro día un amigo y yo nos preguntábamos de dónde provenían los ingresos de Google. Un 95% proviene del sistema Adwords, que es el que muestra esos pequeños anuncios que aparecen a la derecha de las búsquedas, o también, por ejemplo, cuando estamos mirando correos en la cuenta de Gmail… esto hace aparecer los anuncios en relación con las palabras clave. Y por cierto, digo yo -que no soy precisamente experto en todos estos temas- que si en mis correos privados aparecen anuncios en relación con su contenido, es que ese contenido está siendo ampliamente escaneado por los robotitos de Google, ¿no? (Iluso de mí, pensar que mi privacidad significa algo para ellos).
Aunque funciona bien, el gran problema de este método está en lo que concierne al “fraude del click”: puesto que los anuncios son más caros en función de los clicks realizados en él, existe gente (o programas) que realizan clicks continuadamente, costando un ojo de la cara al anunciante. Lógicamente, en Google buscan como locos soluciones a ese problema, por la cuenta que les trae, pues puede perjudicar enormemente a su principal fuente de ingresos.
Una cosa que me llama la atención (y me repele también un poquito) es el modo de trabajar que se nos muestra. El complejo Googleplex en Mountain View (San Francisco) se presenta como el no-va-más del buen rollito; los empleados pueden llevar su perro al trabajo, tienen lavandería, piscina, peluquería, gimnasio, masajista, etcétera. Ya había visto algo parecido en Japón…Todos sonríen y son superfelices y se lo pasan bien en el trabajo, y algo que también resulta curioso es que los empleados disponen de un 20% de su tiempo para desarrollar proyectos que les interesen: a raíz de estas iniciativas han surgido cosas como Google News, Gmail o Adsense. Eso sí: nada de desvelar secretos internos o te vas a la puta calle.
Todos conocemos Google Earth, Gmail, Google News… pero quizá no tanto Google Books. Sin embargo, la mayor ambición de Larry Page es digitalizar todos los libros de todas las bibliotecas del mundo. Por lo visto tienen un acuerdo con las bibliotecas de las universidades de Stanford, Harvard, Oxford, California, Nueva York y Michigan para escanear todo su fondo bibliográfico. Sin embargo, los libros que están bajo derechos de autor les están dando más problemas; si buscamos en Google Books podemos ver cómo la mayoría pueden consultarse sólo parcialmente (aunque se ha incluido una nueva funcionalidad que nos muestra la biblioteca más cercana en la que podemos encontrar el libro).
No obstante, no me cabe la menor duda de que la intención última de estos visionarios es poner todo, todo, todo en la red. De esta forma los libros, sobre todo los de las grandes bibliotecas como la Nacional, la de Francia, la de Berkeley o la que sea, será accesible a todo el que disponga de un ordenador; con anuncios al lado (o no, no lo sé).
La nota quizá más inquietante (además del tema de los datos personales que pueden aparecer disponibles para todo el mundo) está en lo que ocurre en China. Cuenta un periodista del China Digital Times, Xiao Qiang, que si se busca “Tiananmen Square” desde China, lo que el buscador muestra son imágenes de banderas, turistas sonrientes, la Plaza de Tiananmen, etcétera. Sin embargo, al buscar desde cualquier otra parte del mundo, aparecen las icónicas imágenes del estudiante plantado ante los tanques, gente masacrada, policías machacando al personal. Así que Google, la empresa del buen rollo, la empresa del “Don’t be evil” hace concesiones para entrar en el mercado chino. Ellos, que proclaman a los cuatro vientos el derecho a la información de todos los usuarios, contribuyen a la represión y a la censura. Claro que, ¿quién puede con China? Nadie, ni siquiera Google. Sus dos opciones eran mantenerse fuera de China o pasar por el filtro: Ellos han elegido pasar por el filtro (y por caja).
Mientras tanto, Google sigue trabajando en nuevos proyectos. Además del muy ambicioso Google Books o de la reciente compra de Youtube, piensa en crear conexiones en el espacio o en la posibilidad de introducir y almacenar nuestro código genético. No puedo negar que la evolución de esta compañía, cuya meta es ni más ni menos que “organizar la información en el mundo” me fascina y me aterra a la vez… Creo que un poco más lo segundo. ¿Por qué? Es lógico: Porque cada día que pasa cobran más y más relevancia y poder y además da la impresión de que no hay nada que pueda pararlos… salvo China (y también ellos mismos).