Ayer fui a ver 300. No sé por qué ese empeño en ver las películas justo el día en que las estrenan, con todas las incomodidades que eso conlleva (principalmente, la lógica avalancha de gente y -oh, cómo los odio- los no tan lógicos “narradores en tiempo real” que acostumbran a describir en voz alta lo que se está viendo en la pantalla; aunque estos te pueden tocar cualquier día). Pero bueno, como la película me daba un poco igual, pues nada, allí me arrastraron, con otras siete personas. A mi me tocó el peor asiento de la fila.
Cosa extraña, todos mis acompañantes coincidían en que la película era estupenda (o eso es lo que dijeron, al menos). “Está guay, entretiene” “A mí me ha gustado muchísimo” “Hay bastantes hostias.” Pues sí, eso sí, lo concedo, hay hostias. Hondonadas de hostias. Yo diría que la película es un verdadero catálogo de hostias, y casi todas ellas a cámara lenta, lo que debe suponer más o menos el 80% del metraje, alrededor de dos horas en total (como dijo un amigo: “esta película a velocidad normal se queda en media hora”).Y es que es eso, no hay nada más. No hay épica, no hay emoción, todo es cartón piedra, un coñazo coreografiado y esterilizado, carente de cualquier cosa que pueda a uno arrugarle los huevecillos. Esta película es a la Batalla de las Termópilas lo que un decorado de Terra Mítica pudiera ser a la Acrópolis de Atenas.
No he leído el cómic, pero es que no soy muy fan de Frank Miller; supongo que es bueno, pero a mi no me gusta lo que hace y los superhéroes me la sudan, con lo que no puedo apreciar sus célebres obras sobre Batman, lo siento. En fin, todos tenemos nuestras fobias, oigan. Sin embargo, sí que lo estuve ojeando así por encima y parece ser que la película le es muy fiel, probablemente demasiado. Los mismos colores bajados de tono, decorados, encuadres, etcétera. Quiere ser un tebeo filmado, pero un tebeo no es una película; son lenguajes diferentes y considero que eso es algo que los señores de Hollywood deberían tratar de comprender, así en general, y no lo digo sólo por esta -300.
Volviendo a lo que es el alfa y el omega de la película, las hostias, a mí las hostias en sí no me disgustan. Pero lo que sí me disgusta un poco es ver una carnicería en pantalla y sentir que si estuviera viendo a una mujer haciendo calceta, la emoción sería mucho más intensa. Ni siquiera es una violencia estetizada y hermosa, como ocurre en algunas películas asiáticas; es cutre y hortera. En realidad, todo ello es, en suma un completo y absoluto desperdicio de celuloide. ¿Por qué? Porque no me gusta nada pagar seis eurazos del ala para quedarme igual que estaba antes de verla. Si una película no logra causarme ningún efecto, tengo derecho a considerarla, sencillamente, una pérdida de tiempo. Bastante más me impresionó hace poco el Psychopathia Sexualis de Miguel Ángel Martín.
Y empiezo a pensar que ahora mismo estoy perdiendo de nuevo el tiempo, aquí hablando de esta puta mierda. Por cierto, quiero hacer mención especial al Rey Jerjes, divinísssimo del coño, pero de verrrdad; un cruce entre un cuadro de Gustave Moreau y un desfile de Chueca. Jo, jo, jo, todavía me estoy riendo…