¿Quiere usted que hable de mi arte? Es imposible. Un director de cine no tiene nada que decir que merezca la pena ser dicho. (…) Digamos que un hombre como yo siempre está alentado por el clima de la belleza”
Vuelvo a ver Cuentos de la luna pálida (1953), la película más popular de Kenji Mizoguchi.
La he visto varias veces, cosa que no hago con muchas películas; en realidad, ni siquiera me gusta el cine. He de decir antes que nada que soy un niponófilo sin remedio; mi fascinación por ese país y sus habitantes siempre ha sido intensa. Me interesa tanto el Japón antiguo como el moderno. Nunca he estado allí, pero desde luego me encantaría permanecer unos meses cada año para reposar de esta ciudad, tan provinciana, ruidosa y vulgar. Además, no poder hacer sushi con arroz La Fallera es un palo.
Ah, (suspiro) Japón y sus gentes...me gustan sus modales exquisitos, su comida, su idioma, y también sus mujeres. Aunque me he dado cuenta de que muchas tienen los dientes hechos un Cristo, lo sutil, elegante y femenino de sus gestos y mohínes son suficientes para provocarme una excitación sublime, o en su defecto, una trempera sagrada. Podría cantar en esos momentos algo como lo que cantaba el Zurdo:
"Mi dulce geisha / es sumamente amable / tiene dos luces oblicuas / que sonríen cuando mira / le gusta el pescado crudo / y sabe artes marciales / y su conducta amorosa es muy imaginativa”
Mizoguchi es uno de los directores clásicos del Japón, no tan conocido como Ozu o Kurosawa (se ha perdido la mayoría de su obra) pero basta con ver una o dos películas para ver que es un peso pesado, un artesano genial.
Sus películas son lentas, sí. “Un plano, una escena”, viene a ser su divisa. Pero no se trata de una masturbación gratuita y autocomplaciente, sino que es parte integrante de su estilo inimitable. Es observación paciente, detenida, de los gestos. Elegante como una geisha. Cosas como ésta indicaba el tirano Mizoguchi a su abnegado guionista, Yoshikata Yoda:
“Debes poner el olor del cuerpo humano en imágenes. Describe para mí lo implacable, lo egoísta, lo sensual, lo cruel. No hay nada sino gente repugnante en este mundo.”
Uno puede imaginarse a Yoda cagándose en su puta madre, pero más se cagarían aún los que debían mover una pieza del decorado de varias toneladas unos pocos centímetros, todo ello para lograr el equilibrio deseado por el despótico director. Sencillamente, buscaba la perfección, y no podemos reprochárselo.
Ozu todavía es más zen, pero no acabé de ver ninguna de sus películas. Mizoguchi es Ukiyo-e 24 veces por segundo. Hiroshige, Hokusai, teatro Nô, Shibui. Maestría visual, sin artificios ni efectismos. Simplemente eso, maestría, estilo, dominio, elegancia.¿Te aburres y te dan ganas de levantarte a por galletas? Peor para ti. ¡Imbécil!
Sus películas están hechas bajo las claves del melodrama: lucha de opuestos, determinismo fatal, etc. Normalmente se inspira en obras literarias; Cuentos de la luna pálida está basada en tres cuentos de Akinari Ueda, escritor del s.XVIII. También en otro cuento del gran Guy de Maupassant, Décoré, sobre un burguesote gabacho que quiere la Legión de Honor a toda costa, pero cegado por su codicia no se da cuenta de que su mujer se la pega. En la película, tenemos al personaje de Tobei, algo parecido a un tonto del pueblo que está loco por ser un samurai.
Es una Odisea con moraleja de sabor budista: es preciso despegarse de las ilusiones vanas. Genjuro, el protagonista, se deja llevar por la codicia. Cuando todo parece ir bien, aparece la princesa, una Circe misteriosa, encantadora de hombres, femme fatale. Es la perfección materializada, debe seguirla, no puede apartar los ojos de ella. Pero, ¿es acaso la perfección posible?
El momento en que la Princesa Wakasa aparece entre los vivos, a la luz del día, como una alucinación, es probablemente uno de los momentos más impresionantes que recuerdo en una película. También la entrada en el palacio, y el retozar en el jardín, que se siente como un verdadero Edén. Hay aquí una mezcla de relato fantástico y realidad, bastante rara en Mizoguchi, que prefiere normalmente un enfoque más a ras de suelo (por ejemplo, en la Vida de Oharu, en algunos aspectos superior a ésta). Pero como dice el kokin-shu (una recopilación de poemas Waka del siglo X):
“La realidad,
en el fondo de la noche,
no es más material que el sueño luminoso.”
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