Después vi otro ángel vigoroso, que bajaba del cielo envuelto en una nube; sobre la cabeza tenía el arco iris; su rostro era como el sol, y sus piernas como columnas de fuego. Tenía en la mano un librito abierto. Puso el pie derecho sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra, y gritó con voz potente, como el rugido del león… El ángel que había visto en pie sobre el mar y sobre la tierra alzó la mano derecha hacia el cielo y juró por aquel que vive por los siglos de los siglos -el que creó el cielo y lo que hay en él, la tierra y todo lo que contiene, el mar y todo lo que hay en él-: "Ya no habrá más tiempo pues en el día de la trompeta del séptimo ángel, se consumará el misterio de Dios".
Apocalipsis, 10:2
Olivier Messiaen (1908-1992) se ha convertido en uno de mis compositores favoritos tras escuchar tan sólo una de sus obras (pero qué obra): el Quatuor por la fin des temps (Cuarteto para el fin de los tiempos); una pieza de música de cámara alumbrada en Stalag VIII A, campo de concentración en el que estuvo recluido tras ser capturado en Verdún, en mayo de 1940, durante la caída de Francia en manos de los alemanes. Fue en el otoño de ese mismo año cuando comenzó a escribir esta joya, considerada una de las obras mayores del siglo XX; consideración a la que, vaya, no me opongo.
Este cuarteto tiene una formación no demasiado frecuente, forzada por la situación en los campos, donde Messiaen tan sólo tenía acceso a determinados instrumentos: clarinete, piano, violín y violonchelo. La obra surge de un infierno, y castigado por el hambre y el frío, el compositor sueña con colores –experimentaba fenómenos de sinestesia- y con el canto de los pájaros, a los que siempre consideró los mejores músicos. Mirlos y ruiseñores elevados sobre la inmundicia, llevando sus melodías aéreas siempre hacia lo alto. En el tercer movimiento, para clarinete solo -L’abîme des oiseaux- sus cantos se elevan sobre el abismo, que es el tiempo, fuente de dolor y desdicha., y por ello Messiaen busca eliminarlo de la percepción del oyente. A ello ayudan sus ritmos siempre cambiantes, suspendidos en el quebranto de lo imposible.
La poderosa fe católica de Messiaen marca toda su música, siempre cercana a verdades teológicas relacionadas con la gloria divina, los “aspectos maravillosos de la fe” (Ascensión, Transfiguración, Natividad). Incluso determina el número de partes en el caso del Quatuor: a decir del propio compositor, “siete es el número perfecto, la creación en seis días santificada por el divino sábado; el 7 de este reposo se prolonga en la eternidad y deviene en el 8 de la luz infalible, de la paz inalterable”.
Yo, con mis muy limitados conocimientos musicales, y también de la propia obra de Messiaen, no soy capaz de explicar esta obra al detalle ni lo pretendo en absoluto. Esto tan sólo me sirve para ir dejando mi rastro en este Hades virtual, poblado de sombras y fantasmas. Pero, teorías musicales aparte, sí que me admira particularmente esa sensación de transparencia, de suspensión sobre el tiempo, la extensa gama cromática que se extiende ante la imaginación y el espíritu –siempre alerta- como en los brillos refulgentes de las vidrieras góticas. Aunque es mucho más accesible que obras como la Nativité du Seigneur o la Turangalîla Symphonie (donde introdujo un instrumento electrónico, el famoso Ondes Martenot), probablemente requiera más de una escucha por nuestra parte.
Messiaen miraba hacia tradiciones como la India y Japón en busca de nuevas soluciones armónicas, y fue también maestro de varias generaciones: entre sus alumnos se encuentran músicos tan destacados como Pierre Boulez, Iannis Xenakis o el recientemente fallecido Karlheinz Stockhausen, autor de Kontakte (1958-60) o la muy interesante Gesang der Jünglinge (1955-56) de importancia enorme también en el curioso fenómeno del krautrock, sobre el que por cierto todavía tengo intención de introducir algún post más. Pongamos un bonito vídeo en su honor:
Pero el hecho más sorprendente de todos: cincuenta minutos con Messiaen no son realmente cincuenta minutos… En el quinto movimiento, Louange à l’éternité de Jésus, el lentísimo fraseo del violonchelo -la Palabra- estira el tiempo sobre un lecho de acordes cristalinos al piano. ¿Cincuenta minutos? Nadie podría decir cuánto dura realmente una obra de Messiaen.
I haven’t seen you in ages But it’s not as bleak as it seems We still dance on whirling stages In my Busby Berkeley dreams
Stephen Merritt
Nunca he sido capaz de apreciar los musicales. Jamás he conseguido, supongo, alcanzar esa disposición mental que se requiere para disfrutarlos. Parte de culpa, me temo, la tiene un documental que un profesor nos pasó hace años en el instituto, titulado That’s Dancing. No sé cuánto duraba exactamente, pero sí recuerdo que se me hizo eterna; era un rollazo, un encadenamiento sin demasiado sentido de números musicales fuera de contexto, con Fred Astaire, Ginger Rogers, Cyd Charisse y todos esos clásicos. Todo era baile, baile, baile, claqué y más claqué. Y lo odié desde entonces.
Sin embargo, debo decir que siento debilidad por las coreografías de ese puto genio llamado Busby Berkeley. Baste esta muestra (bastante kitsch) para disfrutar de su extraordinario talento y de su vanguardista visión (ríase usted del Ballet Mécanique de Léger):The Polka Dot Polka, de la película The Gang’s All Here.(1943)
Acid-kitsch. Yeah!
Y de propina, incluyo este bonito vídeo que alguien ha hecho de la canción que da título a este post: Busby Berkeley Dreams, de The Magnetic Fields, contenida en su glorioso 69 Love Songs.
Me encuentro inmerso en la lectura de “Mitos griegos”, un libro de Friedrich Georg Jünger, el hermano de Ernst, que fue editado en España el año pasado por la editorial Herder. Surcando sus páginas alcancé un pasaje realmente especial, por su extraordinaria fuerza evocadora (al menos por lo que a su humilde servidor respecta). Es precisamente eso lo que hace de ese libro algo interesante; los mitos no se presentan como reliquias del pasado, como equivalencias despojadas de poder fascinador y ambiguo (Apolo=sol, Marte=guerra) y petrificadas por el proceso alegórico. No; los mitos aquí son algo vivo, real, palpitante, pletórico de belleza y terror a partes iguales.
El pasaje está dentro del fragmento que hace referencia a dos titanes, Océano y Tetis. Océano está vinculado, como otros titanes, con los fenómenos elementales. Se relaciona con las aguas, con la corriente universal que envuelve la tierra, con un rumor fluido y pacífico –Océano es el único que no interviene en la lucha entre Crono y Urano- pero también persistente. Siempre es igual a sí mismo y, también como los otros titanes, es presa de un “eterno retorno” (hay un inconfundible eco nietzscheano en la prosa de Jünger). Tetis es su esposa, madre de las oceánides y divinidades del agua.
Pero es cuando habla de Poseidón cuando aparece este pasaje, abismado en la contemplación de las formas marinas:
circunvoluciones y curvaturas. Determinadas criaturas marinas poseen una estructura estrictamente simétrica a partir de la cual configuran formas estrelladas y radiales, imágenes en las que también el agua interactúa con su fuerza moldeadora, radial y estrellada. Otras, como las medusas, son transparentes, su cuerpo entero está bañado en luz y avivado por exquisitos tornasoles. A todo lo nacido en el agua le es propio un esmalte, un color y un brillo que sólo el agua puede conferir. Es iridiscente, fluorescente, opalino y fosforescente. La luz que penetra a través del agua se deposita sobre un fondo sólido que refleja las delicadas refracciones y los destellos de la luz. Este tipo de brillo se observa en el nácar y aún más en la perla misma. Al mar no le faltan joyas, es más, todas las alhajas están en relación con el agua, poseen también una naturaleza acuática que les confiere un poder lumínico. En él los colores son más bien fríos“El reino de Poseidón está mejor ordenado que el de Océano. Es más suntuoso y armonioso. La corriente universal que fluye poderosamente lo encierra con un cinturón, lo encierra como centro a partir del cual la entera naturaleza marítima adquiere su forma (…) Todo lo que procede del mar muestra un parentesco, tiene algo en común que no oculta su origen. Los delfines, las nereidas, los tritones, todos emergen del medio húmedo y su complexión muestra el poder del elemento del que proceden. Las escamas, las aletas, las colas de pez únicamente se forman en el agua y, por el modo en que se mueven, están en correspondencia con la resistencia de las corrientes. Algo parecido muestran las conchas y las caracolas en sus formas planas, en sus y aún así resplandecientes, y se reflejan los unos en los otros. Prevalecen el verde y el azul, oscuros y claros a través de todos los matices. Al agitarse, las aguas se tornan negras y arrojan una espuma color de plata. También allí donde asoma el rojo, o el amarillo en estado puro, el agua participa de su formación.
Al que contempla estas formas admirables y a primera vista, a menudo, tan extrañas, le recuerdan ante todo los juegos de las nereidas. Son los juegos que ellas juegan en las aguas cristalinas, en sus cuevas verdes. Al nadador, al bañista le vienen a la mente estos juegos y lo serenan. La fertilidad del mar oculta un tesoro de serenidad; por mucho que se extraiga de él, siempre permanecerá inagotable. Quien descienda a las profundidades, sentirá el cariño con el que el mar se apodera del cuerpo y lo penetra, sentirá los abrazos que reparte. De la caracola en forma de espiral hasta el cuerpo blanco y níveo de Leucótea, de la que se enamoró el tosco Polifemo cuando la miraba jugar con la espuma de la orilla, todo sigue en él la misma ley. También Afrodita Afrogeneia emergió del mar; su belleza y su encanto son un obsequio del mar.
Del ámbito de Poseidón, del reino de Poseidón depende todo esto. Todo lo que se halla bajo la tutela del tridente tiene algo en común y muestra un parentesco inconfundible, Fluye, se mueve, es luminoso, transparente, cede a la presión y ejerce presión. Se eleva y se hunde rítmicamente, y en su formación revela el ritmo que lo impregna.”
¡Cuántas imágenes ha conjurado este texto en mi imaginación! Recuerdo aquel verano en la Costa Brava, hace ya muchos años, en el que me dediqué casi exclusivamente a recoger erizos de mar entre las rocas; era como una obsesión. Trataba de encontrar algo reconocible entre ese bosquecillo de púas, hasta que finalmente pasaba el dedo por él... y las púas respondían con un parsimonioso movimiento, todas hacia un mismo punto. Probablemente estuve haciendo eso durante horas y horas; alrededor había también estrellas y caballitos de mar, organismos que en su singularidad no pueden más que asombrar a los niños.
Por supuesto, recuerdo también el brillo de los corales y las procesiones de destellos plateados, y recuerdo también su nuca, cuando nadamos juntos aquella noche, hace ahora algo más de un año… el agua acariciaba nuestros cuerpos pero también infundía un terror primordial; era, de nuevo, una danza de sexo y muerte. Hubo otras muchas noches antes en que fuimos mecidos por ese rumor… todas iguales y diferentes a un tiempo.
Hoy pasaba por la calle Micer Mascó y pude contemplar cómo, efectivamente, se está ejecutando una condena ya anunciada; el derribo del antiguo edificio de Tabacalera. No se puede esperar nada bueno de ningún político en general, eso está claro, pero del Ayuntamiento de Valencia... menos aún.
Además me entero de que el encargado de firmar la demolición es miembro de la Real Academia de San Carlos, institución que en teoría se oponía, pero ya se sabe lo que pasa con estas cosas. ¡A trincar como cabrones! En el primer vídeo de esta página se puede ver lo bien que se lo están pasando en Guadalmedina (no lo veas si no tienes un estómago a prueba de bomba).
Aunque en realidad ya no me sorprende nada. Cerca de mi casa hay otro edificio semejante, para cuya preservación y reutilización yo mismo he puesto mi granito de arena. Logramos que se declarara Bien de Interés Cultural... ¿y? Nada de nada. Sencillamente, se está cayendo a pedazos. Este ayuntamiento realiza expolios como quien se casca un pajote en su casa.
Es la muerte indigna de una ciudad; un auténtico despropósito. Por no hablar de otras cosas.
Bigotudo, narigudo y algo medianía -como se empeña en recordarle una y otra vez Luisa Lanas- Superlópez era uno de mis personajes favoritos del glorioso plantel de Bruguera. Al menos en los doce primeros álbumes, en los que se pueden encontrar gags de antología. A partir de “Al centro de la tierra”, el número 10, Jan optó por introducir cambios: el dibujo sin duda era mejor, más detallado y preciso, pero el tono general de las historias había cambiado… Jaime González Lidenbrock pasó de ser un repugnante y chivato pelotillero a ayudar al héroe en todas sus aventuras, y el paroxismo desenfrenado de los principios fue derivando hacia intrigas más o menos afortunadas, sin duda muy dignas y en la mayoría de casos salvadas por el muy buen hacer de Jan, pero en otros algo anodinas y simplonas (con cargantes mensajes antidroga y cosas por el estilo). El propio autor parecía ser consciente de ello; era corriente ver al principio de la historieta a algún personaje quejándose de que había comenzado “otra de las sosas y lamentables historietas de Jan”.
"Mueve multitudes, enciende pasiones, potencia la imaginación y distribuye dinero a patadas... ¿El cine?¡No, hombre! La vanidad". Pepe Moviola.
Es difícil elegir una, existiendo maravillas como “Los Cabecicubos”, “Los Alienígenas” o "La Caja de Pandora", pero mi favorita quizá sea “La Gran Superproducción”(1984) porque es una de esas cosas que, por mucho tiempo que pase, nunca te falla. He vuelto a releerla por enésima vez y, claro está, he vuelto a descojonarme con ganas. Y es que hay demasiados puntazos en esta joya como para no hacerlo.
El argumento viene a ser el siguiente: El misterioso Jefe sin nombre convierte su siniestra oficina en una productora de cine llamada Llauna Films y contrata a Cecilio Bemille (director de “El Último Mambo en Madriz”) para que dirija "Tronak El Kárbaro", un guión de López escogido entre todos por culpa de un error de la señora de la limpieza, que los desordena. Para interpretar los disparatados papeles se contrata a famosos actores: un terminal Brut Kanlaster hace de Gran Karkatak, Tetrarca de Karb; Valerie Astro, megaestrella de tintes putescos, interpreta a la bruja Tekla de Karb... Los demás actores ya están en otro nivel: un cachas con tupé llamado Miguelito Miguel Gómez (Mister Piernas 1984 de la Discoteca “Kalamitad”), que interpreta a Tronak adulto, mientras que el papel de Tronak niño corresponde a Marcelino Vinopán, un petardo de extrarradio cubierto de mugre que se pasa todo el tiempo pidiendo pitillos y que acaba de fugarse de la “prote”. Solía “zumbar tequis” (robar coches) antes de dedicarse al cine. Su frase antológica: “Lárgame un cilindrín, fotero”, dirigiéndose al cámara, que lo mira totalmente perplejo y con un interrogante sobre su testa.
Pero desde luego, la parte que debería pasar por derecho propio a los anales de historia es la final, donde se muestra el resultado del apresurado montaje que hace Superlópez. Una chapuza absoluta: fotogramas del revés, escenas equivocadas, todo un caos con el que los críticos quedan deslumbrados, calificándolo de “una denuncia del aplastamiento del hombre por la masificación de los medios de producción” o “una interrogación interdisciplinaria de unos personajes tipo que reaccionan contrariamente a lo que cabría esperar”. Así que finalmente la película, contra todo pronóstico, resulta ser el mayor éxito de la XVI Muestra Internacional de Cine de El Masnou.
Recomiendo esta historieta con todo mi corazón. Además la tienes en cualquier tienda de tebeos, dentro de la colección Olé! Superlópez, es el número 9. Creo que cuesta 3 ebros o asín, no lo sé; mi ejemplar está todavía en pesetas.
Llevo todo el bendito día obsesionado con esta canción, un hit de 1978 basado en una adaptación cinematográfica de Cumbres Borrascosas, la famosa novela de Emily Brontë (la Bush todavía no la había leído por entonces) ¡No puedo quitármela de la cabeza! Y ella es tan adorablemente bizarra. Canta y baila como una loca poseída. Me encanta. Y 19 añitos que tenía entonces, hoygan.
Out on the wiley, windy moors We’d roll and fall in green. You had a temper like my jealousy Too hot, too greedy. How could you leave me, When I needed to possess you? I hated you. I loved you, too.
Bad dreams in the night You told me I was going to lose the fight, Leave behind my wuthering, wuthering Wuthering Heights.
Heathcliff, it’s me, your Cathy, I’ve come home. I´m so cold, let me in-a-your window
Heathcliff, it’s me, your Cathy, I’ve come home. I´m so cold, let me in-a-your window.
Ooh, it gets dark! It gets lonely, On the other side from you. I pine a lot. I find the lot Falls through without you. I’m coming back, love, Cruel Heathcliff, my one dream, My only master.
Too long I roamed in the night. I’m coming back to his side, to put it right. I’m coming home to wuthering, wuthering, Wuthering Heights,
Heathcliff, it’s me, your Cathy, I’ve come home. I’m so cold, let me in-a-your window.
Heathcliff, it’s me, your Cathy, I’ve come home. I’m so cold, let me in-a-your window.
Ooh! Let me have it. Let me grab your soul away. Ooh! Let me have it. Let me grab your soul away. You know it’s me–Cathy!
Heathcliff, it’s me, your Cathy, I’ve come home. I´m so cold, let me in-a-your window Heathcliff, it’s me, Cathy, I’ve come home. I´m so cold, let me in-a-your window.
Heathcliff, it’s me, your Cathy, I’ve come home. I’m so cold.
He pasado este último puente en Milán, la capital lombarda, origen de los laureados equipos de fútbol, del arroz a la milanesa y de los diseñadores sarasas tan populares en el mundo de la escoria rosa, así como de aquellas deliciosas gomas de borrar cuyo sabor todos recordamos con una lagrimilla nostálgica. Alguien me preguntó que por qué había elegido Milán, una ciudad tan industrial, tan fea, tan cara (como si la ciudad en la que vivimos fuera el summum de los SPB… el euro nos ha esquilmado pero bien, amigos).
Le dije que la ciudad tiene más miga de lo que pueda parecer en un principio; posee un alma inaprensible, bastante escurridiza, pero ahí está, la cuna de la pulsión futurista y otras agitaciones similares. Además, existe una ventaja nada desdeñable: quizá fuera debido en parte a las fechas de mi (nuestra) visita, pero las hordas de turistas que uno se encuentra en Roma, Venecia o París no aparecen por allí, gracias a Dios. No me malinterpreten, me doy perfecta cuenta de que yo también soy uno de ellos. Hay formas quizá más y menos elegantes de acercarse a la "otredad", pero no dejo de ser, a fin de cuentas, un turista más. Los viajes se han “democratizado” inmensamente en occidente y hoy día casi todo el mundo puede montarse su viajecito por un módico precio. Y esta democratización no deja de tener cierta trampa; es producto de ella el espantoso ruido, siempre idéntico, que expande su eco entre las particularidades, luchando por borrarlas (aunque, en cualquier caso, como todos sabemos, Italia se parece muchísimo a España).
Pero bueno, pasemos a los tópicos; la famosa catedral milanesa es realmente digna de verse. Posiblemente uno de los edificios más hermosos que he visto nunca. No se parece a ninguna otra… Cuando se la contempla de lejos, recorriendo el intrincado bosque de arbotantes y pináculos, cree uno estar ante un organismo vivo a punto de crecer y expandirse hacia el cielo. Las miradas de los mártires y personajes bíblicos, revestidas de dignidad clásica, interactúan en un ritmo secreto que es un verdadero placer seguir con la mirada. Aunque hay que llevar cuidado, porque siempre puede aparecer un coche de Carabinieri a 300 kilómetros por hora en una calle peatonal. Como putas cabras, en serio.
En la pinacoteca de Brera tuve la ocasión de admirar uno de los cuadros que más me impresionaron cuando era pequeño -plantada ya la semilla del pajero futuro- y me extasiaba con las reproducciones de los libros; el Cristo Muerto de Andrea Mantegna. Ese escorzo tan violento me maravillaba, como también el detalle profundo de las heridas en manos y pies y esa gama de colores tan apagados y mortecinos. Lástima que tuviera un cristal por delante, ya que la luz se reflejaba en él e impedía apreciarlo bien… En cualquier caso mereció la pena. Junto a ese famoso Cristo de Grünewald (totalmente extremo, con sus manos-garras mutantes y esos clavos más grandes que las orejas de Ignacio Astarloa) y el de Velázquez, situado en las antípodas con su regusto clasicista (este realmente llegó a obsesionarme en más de una ocasión, como le ocurría a Víctor Ramos en Nova-2, un tebeo rarito de Luís García).
Los milaneses parecen algo más serios y taciturnos que los romanos (cosa lógica y normal, supongo, estando Milán tan cerca de la Suiza alegre y combativa) y por lo visto, por lo visto, suelen ir siempre abrigados hasta las trancas. Hacía una temperatura bastante normalita, alrededor de los 15 grados, pero todo el mundo portaba bufandas y forros polares como si estuvieran en Vladivostok. Mención especial para un hombre fascinante que merodeaba por allí, una réplica casi exacta del duce, con los calcetines por las rodillas y unas botas perfectamente relucientes, como también su cráneo afeitado a conciencia. La estación central de Milán es puro esplendor fascista también, a la par que carterista.
Por supuesto, no puede faltar la maravillosa comida italiana, una de mis debilidades. Disfruto como un cabrón cuando tengo la suerte de estar por allí, y me reafirmo en que la salsa carbonara no debería llevar nata, al menos no bajo ese nombre. Aunque es una receta romana, en Milán puede también degustarse en todo su esplendor (por ejemplo, y aunque las habrán mejores, comimos muy bien en la Trattoria 50 alle Geggio en la Via Torino) y por precios digamos aceptables. La auténtica salsa de los carboneros viene a ser tal que asín: Se cuecen los espaguetis, mientras en una sartén con un poco de aceite doramos trocitos de panceta al tamaño deseado. Cuando están al dente, se escurren, se ponen en un recipiente y entonces se les echa una o dos yemas de huevo -dependiendo de cantidad y gustos; también hay gente que echa los huevos enteros pero yo no veo que la clara aporte demasiado- y también el queso (pecorino o parmesano) y se remueven BIEN para que se hagan con el calor de la pasta. Se echa la panceta, algo más de queso si se desea y pimienta al gusto. Es para correrse, amigos. ¡Ni nata ni hostias! El risotto funghi porcini también está muy bueno, aunque prefiero els arrossos valencians que són de puta mare.
Manda huevos, que diría Trillo; me he pasado literalmente el día maldiciéndolo todo. Sí, vale, no es esa una forma demasiado inteligente de aprovecharlo; soy totalmente consciente de lo estéril de mis injurias. Pero a veces siento que necesito ese enfrentamiento tanto como respirar. Es mi manera idiota de (re)afirmarme (por la negación) y de sentir que todavía no me he diluido en un océano de sangre, pus y heces. Ah, necesito ponerme más metas, joder, joder, joder…
Mientras lo destruía todo (ilusoriamente, por supuesto), las canciones de los grandiosos Melvins sonaban en mi cabeza. Ah, muy apropiado: los Melvins, esa sublime banda de ceporros y vándalos (la predilecta de Kurt Cobain; este detalle es ya imposible omitirlo) y a pesar de ello, no demasiado conocida, sobre todo fuera de los USA. Y es que me encanta, me encanta cuando encuentro algo tan tenazmente, sublimemente, irreductiblemente idiota… No sé si me explico, pero para mí este océano de hachazos salvajes, este monumento de sonido espeso como el lodo (por algo se les considera sludge metal) constituye una respuesta adecuada tanto a la dictadura del “buen gusto” como a la de esa mediocridad opresiva y autosatisfecha.
Creo que una de las razones de que me resulten tan atractivos es el hecho de que apenas existe otra ambición en ellos que alcanzar la máxima pesadez posible, un sonido poderoso y brutal capaz de poseer tu cuerpo desde el pelo (quizá yo debiera decir “los pelos”) hasta las uñas de los pies. Los Melvins son un grupo tan “estúpido” como Motörhead, como los Ramones o como Black Sabbath. Ponlos a todo volumen, y tu caja torácica será sacudida como si tuvieras un martillo neumático en tus manos. ¡¡Byba Satán!!11! Cuernecitos y collares de pinchos opcionales, pero aviso de que esto no es heavy metal al uso.
Melvins - Honey Bucket
Más tarde, cuando estaba discutiendo con un carpintero acerca de timos telefónicos, mi pobre abuela ha tenido un pequeño percance. No ha sido nada serio pero se ha asustado. He ido a su casa para ayudarla, la he tranquilizado y después me he quedado escuchándola durante dos horas larguitas. De fondo, en un bucle infinito, la famosa patada del bobonazi escoriahumana en el tren. Se notaba que necesitaba hablar, aunque fuera de cosas mil veces contadas ya. La situación me ha sumido en una profundísima tristeza que todavía dura mientras escribo esto. Cuando pienso en el día en que ya no este aquí –es cosa rara que lo haga, pues tiene más energía que yo a sus casi noventa tacos- se me bañan los ojos en lágrimas. Lo que está meridianamente claro es que ella ya no quiere estar, que se siente triste, y aunque siempre trato de quitarle hierro a ese asunto -¿qué otra cosa puedo hacer?- la comprendo muy bien. Aunque, en fin, todos sabemos cuál es la meta final, no es preciso insistir en ello más de lo necesario. Si acaso para echarle un poco más de huevos a las cosas.
Hago carazas en el espejo y los Melvins vuelven a atronar en mi estéreo, y no he podido evitar pensar que son mucho más inteligentes de lo que parece en una primera escucha. Sus hachazos son impredecibles; además no van siempre directos a la caja torácica, de vez en cuando hacen saltar algún reloj en mil pedazos por el camino. Su música te cura la gonorrea de un hachazo, se te caen los huevos y te los sirven con patatas de guarnición. Así son de buenos…. Recomiendo: Gluey Porch Treatments, Bullhead, Lysol y Houdini.
Melvins - Hooch
Hail King Buzzo!
EDIT: Me acabo de dar cuenta de que me los perdí en el Primavera Sound de este año. Tocaban el jueves…¡¡Mecagüen la puta!!
He tenido un arrebato con este corto rarrro rrarrroo de Betty Boop. Todo él es un verdadero tripi animado… ¡pero un tripi de categoría! El final es glorioso, y el gato que sale en el minuto 2:50 es… no sé, casi que es más divertido que lo imaginen ustedes. Está claro que hoy día no se emitiría algo así en horario infantil; la obsesión pedagógico-sobreprotectora que arrastramos desde hace ya un par de décadas probablemente lo impediría.
Geinoh Yamashirogumi . Osorezan - Dou No Kenbai (1976)
(Invitation/RCA Victor)
1. Osorezan (18:51) 2. Dou No Kenbai (18:40)
Geinoh Yamashirogumi es un colectivo musical fundado en 1974 por Shoji Yamashiro (TsutomuÔhashi) que alberga en su seno a unos doscientos miembros provenientes de campos profesionales muy diversos: ingenieros, médicos, periodistas, antropólogos, etcétera. Su forma de trabajar, y su bizarría en general, recuerda a alguna de las comunas hippies formadas tras Segunda Guerra Mundial en países como Alemania o Japón. Su obra más conocida, sin lugar a dudas, es la estupendísima banda sonora de Akira, el anime post-apocalíptico par excellence, que realizaron ya en 1987. Los sonidos coloristas y percusivos del gamelan, los cantos budistas shohmyoh y voces de pesadilla, electrónicamente manipuladas, se unían a un trasfondo y una producción de sonido hightech, creando un potaje la mar de sabroso.
Este grupo se ha dedicado sobre todo, por lo visto, a la recopilación de músicas de diferentes lugares (Indonesia, China, Bali, Bulgaria…), todas ellas reelaboradas en su estudio, bien nutrido de aparataje diverso. El resultado consiste -al menos a mis oídos y en base a lo que llevo catado, que no es mucho- en marcianadas algo insípidas, que sólo en algunos casos consiguen captar mi interés. Y yo voy a hablar precisamente de uno de esos casos, aunque tampoco pienso extenderme demasiado, porque ¿qué se puede decir de cosas así? No mucho, la verdad. Se trata de Osorezan - Dou No Kenbai (1976), su primera grabación (que, hay que precisar, no incluye sonidos electrónicos de ningún tipo) incluida en el Top 50 del Japrocksampler, que ya comenté posts atrás.
Lo podéis descargar sin ningún tipo de mala conciencia, pues está descatalogado. Quizá lo reediten ahora que Cope lo ha difundido un poco, pero no contaría mucho con ello. De todas formas, yo si lo comprara lo preferiría muy mucho en vinilo, que mola un millón de veces más que los putos cedeses. Odio la maldita y típica jewel case de plásticucho barato (una de las peores aberraciones jamás cometidas en diseño). Y esas portaditas minúsculas… no sé, a mi, francamente, siempre me han parecido una caca. Aunque sí, tengo un buen puñado de cedeses tirados por ahí; qué remedio.
El Monte Osore(Osorezan), situado en la península Shimokita, al noroeste de la isla de Honshu, es referido en la tradición japonesa como la puerta del infierno (concepto este contenido en muchas otras tradiciones, como la islandesa, donde el pasaje al inframundo se encuentra en el Dimmuborgir). En ambos casos, se trata de paisajes volcánicos, devastados por la acción de un tiempo más allá de lo concebible, cuyo equivalente en España podríamos encontrarlo en las Islas Canarias, por ejemplo en los bellos parajes tinerfeños. En el Monte Osore, los vientos silban amenazadores y los fosos de azufre bullen junto a la paz de un templo zen. Una vez al año, en un festival que se celebra en Julio, las itako, unas mujeres ciegas con poderes mediúmnicos, canalizan a través de su cuerpo los espíritus de los muertos. Me encantaría ver eso, ¿a vosotros no?
Como comenté antes, poco puede decirse de este artefacto. Consta de dos piezas de alrededor de 19 minutos. La cosa empieza fuerte, con un grito primario, a pleno pulmón, de una mujer. Controla el volumen si no quieres llevarte un buen susto o partir algún cristal. Las voces de los muertos son evocadas con gran eficacia, gracias a la sofisticada producción sónica, muy pulida (pero sin llegar a estropear la intensidad). Parece uno encontrarse a los pies de la montaña, en plena noche, dando pie a las más terribles sugestiones. La percusión va entrando poco a poco, sin un patrón definido, y consigue desorientarte. ¡Dios… qué voces! Terroríficas. Va tomando forma una especie ritmo de jazz-rock progresivo, formado por bajo, batería, guitarra (con wah-wah tó setentero y hendrixiano) un saxo y esas voces infernales flotando constantemente alrededor; pero ya nos encontramos en un terreno algo más familiar. La pieza alcanza un clímax frenético y demencial y se sume en sus últimos cuatro minutos en el susurro de los vientos, acariciando todas esas rocas mutantes.
La segunda parte ya es bastante más tradicional, y por tanto menos sorprendente (aunque esto podría matizarse). Es una especie de representación teatral (desconozco qué tipo de teatro es, quizá sea Noh pero no estoy seguro de ello… si alguien lo sabe, que lo diga, per favore). Son interesantes las voces (prácticamente lo único que suena aquí), por lo extrañas y violentas que son: sucediéndose en un bucle, permutándose, parando en seco con la contundencia de una katana.
En el vídeo, Doll’s Polyphony, de la BSO de Akira, con las vocecillas raras En fin, que para mi gusto la primera cara es lo más curioso e interesante. Si quieres probar, descarga, y si no, pues no. La verdad es que me da un poco igual.
Clarisa, ciudad gloriosa, tiene una historia atormentada. Varias veces decayó y volvió a florecer, tomando siempre a la primera Clarisa como modelo inigualable de todo esplendor, por comparación con el cual el estado presente de la ciudad no deja de provocar nuevos suspiros a cada giro de las estrellas.
En los siglos de degradación de la ciudad, vaciada por las pestes, disminuida por los derrumbes de viguerías y cornisas y por los desmoronamientos de tierra, oxidada y obstruida por incuria o ausencia de los encargados de conservarla, se repoblaba lentamente al emerger de sótanos y madrigueras hordas de sobrevivientes que bullían como ratones movidos por la pasión de hurgar y roer y también de juntar restos y remendar, como pájaros haciendo sus nidos. Se aferraban a todo lo que se podía quitar de un lugar para ponerlo en otro, a fin de darle un uso diferente: los cortinajes de brocado terminaban en sábanas; en las urnas cinerarias de mármol plantaban albahaca; las verjas de hierro forjado arrancadas de las ventanas de los gineceos servían para asar carne de gato sobre fuegos de madera taraceada. Armada con los pedazos heterogéneos de la Clarisa inservible, tomaba forma una Clarisa de la sobrevivencia, hecha de chabolas y cuchitriles, charcos infectos y conejeras. Y sin embargo del antiguo esplendor de Clarisa no se había perdido casi nada, todo estaba allí, sólo que dispuesto en un orden diferente aunque adecuado no menos que antes a las exigencias de sus habitantes.
A los tiempos de indigencia sucedían épocas más alegres: una Clarisa mariposa suntuosa brotaba de la Clarisa crisálida menesterosa; la nueva abundancia hacía rebosar la ciudad de materiales, edificios, objetos nuevos; otras gentes afluían del exterior; nada ni nadie tenía que ver con la Clarisa o las Clarisas de antes; y cuanto más se asentaba triunfalmente la nueva ciudad en el lugar y en el nombre de la primera Clarisa, más comprendía que se alejaba de ella, que la destruía con no menos rapidez que los ratones y el moho; no obstante el orgullo de los nuevos fastos, en el fondo de su corazón se sentía extraña, incongruente, usurpadora.
Y entonces los fragmentos del primer esplendor que se habían salvado adaptándose a tareas más oscuras, eran nuevamente desplazados, custodiados bajo campanas de cristal, encerrados en vitrinas, posados sobre cojines de terciopelo, y ya no porque pudieran servir todavía para algo sino porque a través de ellos se quería recomponer una ciudad de la cual ya nadie sabía nada.
Otros deterioros, otras exuberancias se han sucedido en Clarisa. Las poblaciones y las costumbres han cambiado varias veces; quedan el nombre, la ubicación y los objetos más difíciles de romper. Cada nueva Clarisa, compacta como un cuerpo viviente, con sus olores y su respiración exhibe como una joya lo que queda de las antiguas Clarisas fragmentarias y muertas. No se sabe cuándo los capiteles corintios estuvieron en lo alto de sus columnas; sólo se recuerda uno de ellos que durante muchos años sostuvo en un gallinero la cesta donde las gallinas ponían los huevos y de allí pasó al Museo de los Capiteles, alineado con los otros ejemplares de la colección. El orden de sucesión de las eras se ha perdido; es creencia difundida que hubo una primera Clarisa, pero no hay pruebas que lo demuestren; los capiteles podrían haber estado antes en los gallineros que en los templos, en las urnas de mármol podía haberse sembrado antes albahaca que huesos de difuntos. Con seguridad sólo esto se sabe: cierto número de objetos se desplaza en un espacio determinado, tan pronto sumergidos en una cantidad de objetos nuevos, tan pronto destruyéndose sin ser sustituidos; la norma es mezclarlos cada vez y hacer la prueba nuevamente de juntarlos. Tal vez Clarisa ha sido siempre un revoltijo de trastos desportillados, heteróclitos, en desuso.
Italo Calvino, Las Ciudades Invisibles. Editorial Siruela
Es noche de sábado en una discoteca del centro de la ciudad. Es éste un local más bien malogrado, puesto que quiso ser la crème de la crème, lo más exclusivo de nuestra amplia oferta nocturna, pero por desgracia se quedó a mitad de camino en su ascenso hacia la élite. Vaya, es un verdadero quiero-y-no-puedo, como por ejemplo podría ser también un Hyundai Coupé. Aún así, no está tan mal, porque al menos ponen algún tema moloncete.
Durante la tarde, en casa de un amigo, nos hemos puesto hasta arriba de cerveza, con lo que casi han desaparecido mis inhibiciones naturales. El tiempo pasa de una forma extraña, no sé si se me está haciendo larga la noche o todo lo contrario. Miro y remiro de forma absolutamente descarada a mi alrededor: pijas, pijas y más pijas. Pijas Lamborghini, pijas Hyundai Coupé, pijas Smart, pijas Twingo; pero pijas al fin y al cabo. Mi cerebro parece desintegrado. Estoy fuera de mí, no soy yo quien se está moviendo, no soy yo quien está bebiendo, no soy yo quien está hablando. ¿Me arrepentiré mañana de las barbaridades que digo? Qué más da, qué más da, qué más da.
¿Dónde está mi timidez natural? ¿Dónde mi vergüenza? Veo a una chica solita, apoyada en una columna, contoneándose discretamente. Tiene cara de no haber roto un plato en su vida: justamente mi tipo. No es espectacular, pero sí es atractiva, y más si la comparo con la que está al lado, que se parece a Jabba the Hut, y no exagero. Me quedo mirándola un rato, mientras ella escudriña todos los rincones. Bah, supongo que estará buscando a su maromo… las chicas no suelen dejarse caer por estos lugares sin compañía… Míralo, ahí está el jodido cabrón que le da a cuatro patas mientras ella pone cara de sorpresa. Y por detrás viene una chica con otro chico. ¡Parejitas!
No puedo dejar de mirarla, cada vez me gusta más. Me gusta cómo se mueve, sus gestos, su cuerpo es agradable y armonioso, como su carita de niña buena. Me doy cuenta, después de un buen rato “investigando”, de que son amigos, no parecen estar liados. Pero ¿y si me equivoco? queda algo de temor a la cagada, ahogado sin duda por la cerveza, aunque persiste. De repente, vuelven a dejarla sola. La chica parece no saber muy bien qué hacer… y yo tampoco, pero ya es demasiado tarde: me he quedado completamente colgado. Abre los ojos, parece que los tiene algo resecos por culpa de las lentillas, como me ocurre a mí… no sé muy bien qué coño pasa, nos miramos, sonreímos, le pregunto acerca de las putas lentes… y, cuando normalmente tendría que haberse largado con sus amigos y mandarme a cascármela con un calculado gesto, seguimos hablando, pasados ya los lastimosos lugares comunes. No me vuelve loca esta discoteca, dice. A mí tampoco, blablabla, nos ponemos a hablar de películas porque me dice que le gusta más ir al cine, hablamos también de la vida, qué se yo.
Bah, ¿para qué dar más detalles? La cuestión es que conseguí su teléfono, quedamos en su casa y copulamos alegremente, lo que ha cambiado bastante mi humor general. Llevaba muchísimo tiempo de sequía y era insoportable.
Podría decir, de alguna manera, que me siento vacío, pero, francamente, es que estaba ya demasiado lleno.
Y no, no estamos enamorados. ¿Para qué? ¿Para sufrir? El amor es una gilipollez. L’amour physique est sans issue.
jueves, 13 de septiembre de 2007
Ya al final de la tarde, un pensamiento fortuito hirió su vanidad: Él, en efecto, era único...
Camino por la acera, junto a una fachada de una de esas casas de un solo piso, de las que pueden verse en mi barrio, a fin de cuentas un pueblo que terminó siendo absorbido por el crecimiento de la ciudad. Está muy deteriorada, llena de desconchones, y desde dentro pueden oírse unas voces que discuten.
En cuanto me acerco, la casa ha cambiado totalmente: tiene ahora dos pisos, está pintada de blanco inmaculado y presenta un aspecto mucho más próspero, algo parecido a las famosas casas de los indianos que hay en Asturias o Cantabria. Tengo de ella una perspectiva de conjunto, y como si fuera James Stewart en “La ventana indiscreta”,veo a una mujer bajando desde el segundo piso, a través de las ventanas. Parece poseída, en un estado de locura transitoria. Siguen oyéndose gritos, y empiezo a temer que pueda salir algo de esa casa para hacerme daño.
Me voy alejando rápidamente, y desde donde estoy ahora puedo ver un jardín pegado a la casa, lleno de balaustradas y cubierto de hiedra y arbustos. La mujer, vestida de blanco, se desploma en el centro del jardín, justo al lado de una fuente. Titubeo; no sé si acercarme para ver lo que realmente ha ocurrido, no sé si ha muerto o sólo está fingiendo. En ese momento, puedo discernir dos figuras vestidas de negro, idénticas entre sí, que se giran hacia mí con mirada inquisidora y me preguntan:
¿Dónde vas?
Este sueño se me ha repetido varias veces en los últimos cinco o seis meses. No pretendo analizarlo (aunque la mujer que aparece, bien es cierto, se corresponde muy bien con el ánima junguiana), tan sólo dejar constancia aquí, en este diario electrónico hinchado de pereza y absurda vanidad, supongo. Como la mayoría; sobre todo por lo de la vanidad.
En esta señalada efemérides, puedo al fin colar este absurdo vídeo. Sí, ya sé que es algo antiguo y que las chorradas de internet en cuatro días pasan de moda, pero es que este vídeo es muy fuerte, amigos. Muy fuerte.
Lo mejor es el principio, con esa frase introductoria, pronunciada por un programa de sintetización de voz (tipo TextAloud). Y esos gestos de sorpresa y desolación… ¿Qué puedo decir? XDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD
Y el hecho de que no rime ni un sólo verso en toda la canción a mi me parece tó vanguardista.
Llevo unos cuantos días de enganche (o mejor dicho re-enganche) a un videojuego de hace ocho años: el insuperablemente adictivo Heroes of Might and Magic III (en su versión completa, con todas las expansiones), de la serie homónima creada por un tal Jon Van Caneghem para la ya difunta New World Computing.
Una década y pico atrás, yo era un adicto irredento a los jueguecillos (¡Dios, una década!), pero con el tiempo dejaron de interesarme, principalmente por dos razones: 1) Una gran parte se empeña en el fotorrealismo a toda costa (desdeñando el factor de abstracción-mundo paralelo que dieron gloria a grandes clásicos) o en parecerse a las películas más idiotas de Hollywood, y 2) Son demasiado largos y complicados, hasta el punto de que progresar en ellos puede llegar a ser, más que una manera de divertirse, una especie de tarea.
Así es; puedo contar con los dedos de una mano los juegos que me han llegado a gustar en esta década (los ochenta, los noventa… ¿ésta cómo diablos se llama?). Es más, en los últimos tres años apenas he probado ninguno. A esas dos razones puede añadirse el hecho de que a uno siempre le parece mejor lo que él vivió de pequeño (o preadolescente) y, cegado por sus sesgadas idealizaciones, es incapaz de admitir que a las siguientes generaciones puedan gustarles cosas diferentes (yo, he de decirlo, compadezco a los que vienen. De verdad).
En nuestro arcádico clan de pajeros peceros intercambiábamos copias y originales constantemente. Es una de las muy pocas ocasiones en las que he sentido que compartía intereses con alguien. Juegos como Doom, Duke Nukem 3D, Civilization II o UFO: Enemy Unknown formaron parte del elenco de los más memorables… De fondo sonaban Chimo Bayo, Paco Pil o Quique Supermix, mientras mi vecino, con apenas dos neuronas en pie tras sus maratonianas ingestas de éxtasis pegaba puñetazos a las paredes hasta hundirse los nudillos. Después cogía su Casio y componía lo que podrían haber sido superhits en otra galaxia paralela del abadejo.
Ya en 1996, con Madlencia acabada y nosotros a punto de entrar en el instituto, llegó a nuestras manos el Heroes of Might and Magic II, todavía para MS-DOS. Fue una revelación: una mezcla perfecta, diabólica, de estrategia por turnos, gestión de recursos y una pizquita de rol. A pesar de que nuestros padres nos decían que no jugáramos al rol porque era muy peligroso para la personalidad, no podíamos dejarlo, presas todos del síndrome del “un turno más”. Ahí estábamos, como unos fans de Manowar o Mago de Oz, inmersos en luchas épicas de 150 titanes contra 130 dragones negros y la madre. Aunque bien es cierto que la estética del juego tenía su gracia, con un toque cartoon y colorista que lo hacía muy entrañable. Horas y horas de nuestra vida fueron invertidas en ese maldito juego.
En 1999 aparece la siguiente entrega de la saga, y aunque tiene un aspecto algo más serio, como de portada de metal neoclásico, está ampliamente mejorado. Tiene más de todo, y todo está perfectamente implementado. No hace falta que lo diga, también le dedicamos un buen número de horas; pero puesto que quemamos el anterior hasta que salieron hongos en el CD, pronto lo aborrecimos. Sin embargo, no se podía discutir: era el mejor de la serie.
Después de éste han aparecido otras dos secuelas, pero ambas me han parecido una cagada: la primera, porque cambia demasiado la mecánica del juego (y a mi modo de ver, para mal) y la segunda por los putos gráficos ortopédicos en 3D que sólo estorban.
De modo que heme aquí de nuevo, entre caballeros y nigromantes, golems y elementales, artefactos mágicos y hechizos brutales, mirando el modo de conquistar ese castillo que se resiste, o destruyendo los barcos para dejar al héroe de la cpu pringado en una isla. Ah, gloria bendita. Esto sí eran juegos, pinche pendejo wey ya…
Julian Cope ha publicado al fin su esperado volumen acerca del rock japonés de los 60 y los 70, Japrocksampler. De Bach al rock japonés de los 70 y tiro porque me toca. Va a ser cosa de pedirlo en el Amazon de la pérfida albión porque parece bastante interesante; tiene pinta de ser algo más extenso y más “serio” que su anterior libro -aunque esto hablando del amigo Cope hay que matizarlo siempre-, el cual ya mencioné por aquí: Krautrocksampler. En su página ya han publicado lo que todo el mundo esperaba: Su selección de los 50 mejores discos de la época, que adjunto aquí por si a alguien, por alguna razón, pudiera interesarle (hay de todo en este mundo):
Flower Travellin’ Band – Satori Speed, Glue & Shinki – Eve Les Rallizes Denudes – Heavier Than a Death In The Family Far East Family Band – Parallel World J.A. Caesar – Kokkyou Junreika Love Live Life + 1 – Love Will Make a Better You Masahiko Satoh & Soundbreakers – Amalgamation Geinoh Yamashirogumi – Osorezan Takehisa Kosugi – Catch-Wave J.A. Caesar – Jasumon Far Out – Nihonjin Les Rallizes Denudés – Baby Blind Has It’s Mothers Eyes Tokyo Kid Brothers – Throw Away The Books, We’re Going Out In The Streets Far East Family – Nipponjin Speed, Glue & Shinki – Speed, Glue & Shinki People – Ceremony – Buddha Meets Rock Blues Creation – Demon & Eleven Children Flower Travellin’ Band – Made In Japan Karuma Khyal – Alomoni 1985 Les Rallizes Denudés – Flightless Bird (yodo-go-a-go-go) Masahiko Satoh & New Herd Orchestra – Yamatai-Fu Magical Power Mako – Jump Kuni Kawachi & Friends - Kirikyogen Brast Burn - Debon Akira Ishikawa & Count Buffaloes - Uganda Flower Travellin’ Band - Anywhere J.A Caesar & Shirubu - Shin Toku Maru Gedo - Gedo Les Rallizes Denudes - December’s Black Children Datetenryu - Unto 1971 East Bionic Symphonia - East Bionic Symphonia Stomu Yumashita & Masahiko Satoh - Metempsychosis Taj Mahal Travellers - July 15, 1972 Toshi Ichiyanagi - Opera inspired by the works of Tadanori Yoko’o Taj Mahal Travellers - August 1974 Seishokki - Organs of Blue Eclipse (1975-77) Joji Yuasa- Music for Theatrical Drama Group Ongaku - Music of Group Ongaku Far East Family Band - The cave Down to Earth The Jacks - Vacant World 3/3 - Sanbun No San Blues Creation - Live Various Artists - Genya Concert Toshi Ichiyanagi/Michael Ranta/Takehisa Kosugi - Improvisation SeP.1975 Itsutsu no Akai Fusen - Flight 1&2 Maru Sankaku Shikaku - Complete Works (1970-73) Yonin Bayashi - Ishoku-Sokuhatsu The Helful Soul - 1st album
Conozco apenas cuatro o cinco de entre todo este revoltijo, mayormente setentero. Es muy posible que una parte de ellos sean horrores sólo soportables por cerebros muy “particulares” o Sydbarrettianos, como es el caso de Cope, o no pasen de esa fascinación extraña que ejercen las copias niponas de sus equivalentes anglosajones. El “Satori” de Flower Travellin’ Band (ya hablé de él), me parece muy bueno, como también el abrasador “Heavier Than a Death In The Family”, de los Rallizes Denudes, mítica banda relacionada con el Ejército Rojo Japonés y con el secuestro de un avión de pasajeros en 1970, y de los que no existen más que grabaciones en directo: a precio de oro. Bájenselas.
Les Rallizes Denudes tocando "Night of the Assassins" en directo en 1976
En momentos de aflicción, conozco pocos remedios mejores que la música de Bach. Cuando termino de escucharla, nunca pongo nada más, me parece imposible. Todo lo que venga después de su emocionante perfección queda disminuido.
Anoche puse una y otra vez el Italian Concerto, con Glenn Gould al piano. Me vuelve loco cómo interpreta el último movimiento (el que aparece en el vídeo); vertiginosa velocidad y sentido del ritmo, pero también, como siempre sucede con él, claridad contrapuntística cristalina. Y de regalo, sus extravagantes canturreos (era incapaz de tocar sin cantar las piezas), uno de sus muchos rasgos controvertidos.
He aquí otro de mis pedazos favoritos del legado bachiano, el Contrapunctus IV de El Arte de la Fuga.
Si tuviera la seguridad de que Bach no existe en un hipotético "más allá", no me importaría desaparecer para siempre.
Pero bueno, por el momento aquí estamos, lo cual tampoco está tan mal…
Vi este vídeo (sin música) en la tele de un café, en París y me llamó la atención. Luego me he dado cuenta de que era de un grupo, OOIOO, que me habían recomendado recientemente, y cuyo nombre no sé cómo debe ser pronunciado. Sólo sé que está fundado por Yoshimi P-We, de los Boredoms de Osaka, una mítica banda del rock nipón, que es conocida entre otras cosas por su performance llamada 77BOADRUM (77 baterías tocando a la vez el 7 de Julio de este año, durante… 77 minutos).
El vídeo lo dirige un tal Shoji Goto. La canción es del año pasado, de su disco Taiga(2006), pero da igual. El vídeo me hipnotiza, me quedo mirándolo como un jelipollas. Mola.
Bueno, ya he vuelto a este provinciano villorrio mediterráneo, al que últimamente le ha dado por creerse poco menos que cosmopolita. Y es que muchos de los que creen que este horror de ciudad -privilegiada en otros aspectos- podrá llegar a ser en breve una capital europea de primer orden deberían saber que eso no se consigue únicamente a base de desfalcos, obras faraónicas y talonarios… Aquí, por desgracia, hace falta un cambio algo más profundo, un cambio que tiene que ver más con mentalidades: ahora la que prima es la del detestable nuevo rico obsesionado por aparentar y endeudado hasta las cejas. Hasta la universidad es provinciana, contaminada por el nacionalismo pseudoizquierdoso de familietas de barraca (un viejo me dijo una vez que formaba parte del “pijerío desertor”). Por no decir que prácticamente ningún servicio público funciona como debería (la biblioteca municipal es una jodida vergüenza). Es una puta mierda de ciudad, y sin embargo, he de decir que aún la quiero un poco, aunque mi estima por ella disminuye a pasos agigantados. Francamente, esto ya da asco y me es preciso salir de aquí cuanto antes si no quiero volverme loco. Pero en fin, no es de eso de lo que vengo a escribir, sino de una de las –todavía- verdaderas capitales del mundo, pese a quien pese: París.
Mi visión está probablemente condicionada por una óptica más o menos “cómoda”, pero en cualquier caso, me la he pateado bastante y he acabado captando algunas de sus esencias. Captarla en su totalidad es una tarea imposible; es una metrópoli desbordante, llena de secretos ocultos en cada uno de sus rincones, de caras distintas y enfrentadas. Sí, es una ciudad triste, mortalmente triste y melancólica (dos tipos se tiraron a las vías del metro en tan sólo dos días mientras estuve allí), pero precisamente esa melancolía, ese silencio, esa discreción me hace sentirme más a gusto que entre los gritos y la grosería propios del carácter de aquello que llaman “pueblos latinos”. Yo no debería haber nacido español, pero ¿qué le vamos a hacer? Me gusta la fiesta, me gusta beber, me gustan las mujeres pero no España (las mujeres españolas sí). Las zonas más destartaladas son más o menos como en cualquier parte, pero esos grandes paseos, bulevares, jardines, bibliotecas, librerías, cafés...
Me he hartado de pasearme por esos fascinantes cementerios del arte llamados museos… hay muchos para elegir, incluso demasiados; personalmente, de entre todos los que he visitado me ha entusiasmado el centro Georges Pompidou. El edificio, obra de Renzo Piano y Richard Rogers, me encanta. Toda la estructura del edificio está a la vista, con toda esa maraña de tubos metálicos como salidos de un manga de Otomo, coloreados en base a la función que desempeñan (azules para el aire acondicionado, verdes para el agua…) y las escaleras en tubos transparentes. Su frío, minimalista y pulcrísimo interior me regocijaron muy mucho. Por otra parte, la colección es muchísimo más vasta de lo que yo tenía en mente… prácticamente todos los artistas relevantes del pasado siglo XX están representados en ese museo: desde Chagall a Yves Klein, pasando por Lucio Fontana, Georges Rouault, Jean Dubuffet o Juan Gris. Además, por allí se paseaban (París está plagado de orientales) algunas japonesitas modernas y sofisticadas con vestiditos de colores, mirando las obras con sus encantadores luces oblicuas y cuya fragancia embriagadora y natural (nada de litros de perfume como hacen algunas francesas) me invitaba a seguirlas tras sus pasos, silenciosos y elegantes.
Además del Pompidou, me gustó mucho el Museo de Orsay, una antigua estación reconvertida en 1986, y el Musée Cluny, colección de arte medieval contenida en unas termas galorromanas, bastante más descongestionado de visitantes que otros, y donde se expone el bellísimo tapiz de la Dama y el Unicornio. El Louvre, el museo más visitado del mundo, es una barbaridad, una auténtica casa de saqueo, con piezas de enorme valor diseminadas por los inmensos e inacabables pasillos, y por supuesto atiborrados hasta los topes de turistas. Por suerte, está bien organizado y la avalancha se reparte entre los diversos accesos. Entré tres veces, con el pase para museos, y sin colas de ningún tipo.
Merecen una mención también los cementerios, pero esta vez los de personas. Estos lugares deberían de ser frecuentados mucho más a menudo, pues nos recuerdan nuestro inevitable final, y por ello suponen un buen lugar para meditar, para estar en paz, para minimizar tragedias o también, por qué no, para revalorizar el presente (lo único que, hasta cierto punto, existe). Lo que pasa es que los cementerios españoles siempre me han dado un mal rollo considerable. Sin embargo, en los remansos de paz de Montparnasse, Montmartre o Père Lachaise, un halo romántico recorre las avenidas llenas de árboles y personajes ilustres (Serge Gainsbourg, Oscar Wilde, Jim Morrison, Joris-Karl Huysmans, Gérard de Nerval, E.M. Cioran, Charles Baudelaire…).
Todas esas lápidas cubiertas de moho contrastan enormemente con el circo que se desarrolla en el centro mismo de todo el meollo, la zona de Champs-Élysées, la de los ricos de verdad (nada de proletarios ahogados por el pago de su Audi A6). Aquí, las limusinas de los jeques petroleros pueden aparcar donde les salga de sus huevos dorados… ¡Qué puede importar a ellos una simple multa! Veo un Aston Martin Vanquish, un Ferrari, un grupo de esclavas árabes esperando con sus bolsos de Vuitton o Prada; más allá, dos jóvenes rubias y perfectas, cargan bolsas de Dior y otras tantas firmas de prestigio. Deben haberse gastado una pasta, probablemente varios miles de euros. Parece como si hubieran sufrido una lobotomía y ríen como idiotas mientras, supongo, comentan las mamadas que realizan diariamente a sus dueños. A pesar de su “perfección” me doy cuenta de que no me atraen lo más mínimo y de que apestan a perfume una barbaridad. La dulce y simpática gordita letona que está de recepcionista en el hotel, o cualquiera de las discretas y elegantes niponas que invaden la ciudad me inspiran cien millones de veces más que esas putescas concubinas sin morbo.
Las escaparates de las tiendas de superlujo a lo largo de la Avenue Montaigne (¡que un sabio como él dé su nombre a este lugar…!) están protegidos por una valla y un pequeño espacio cubierto de césped. En la puerta, tipos de negro con cara de muy malos amigos vigilan apoyados en la puerta, dispuestos a rechazar cualquier elemento extraño que ose meter la nariz por allí dentro. Todo esto me acaba repugnando y me largo de ahí con el deseo de que las masas negras del extrarradio provoquen una Jacquerie de padre y muy señor mío, que quemen todos esos escaparates inmundos, que arda toda esa basura sin sentido.
No subí a la torre Eiffel, ni me atrae particularmente esa torre ni tenía intención alguna de esperar colas y precios tan exagerados. Preferí subir a la Galería de las Quimeras en Nôtre-Dame, donde las gárgolas de Viollet-le-Duc contemplan ensimismadas la enorme ciudad que se extiende ante ellas, hasta los límites donde se cuece el futuro de Europa.
Una vez aquí, pese a todo el dolor de mi corazón, me alegro de que esté lloviendo… una lluvia fea y grosera, sí, pero lluvia al fin y al cabo. Bastante mejor que los casi cuarenta grados de temperatura de hace dos semanas, en cualquier caso. Añoro París…
Guitarra: Manuel Göttsching Bajo: Hartmut Enke Percusión: Klaus Schulze
Sello: OHR
Amboss (19:52)
Traummaschine (25:31)
¡Sí! Voy a seguir con el recuento de mis pajotes repolleros. ¿Cuál es el siguiente? Pues nada más y nada menos que el majestuoso debut de Ash Ra Tempel, uno de los discos que más me han gustado de todos los que he explorado durante estos últimos meses. Este grupo de nombre macanudo consiguió en él una de las cumbres de todo el space-rock (o, mejor aún, de todo el rock’n’roll). En esta obra se juntan dos vertientes fundamentales, grosso modo, del Krautrock: la cósmico-electrónica (a lo Tangerine Dream) y la más orgánica, con guitarras y ritmos tribales –aquí a cargo del célebre Klaus Schulze, que posteriormente derivaría hacia la electrónica más radical en sus discos en solitario. Si no creéis lo de radical, comprobadlo vosotros mismos con el primero, Irrlicht (luz errante, o fuego fatuo) de 1972. Escuchadlo, escuchadlo entero si podéis… yo me lo puse bastante alto una noche y me dormí… para después despertarme de sopetón en el clímax del primer corte. Hay Dios mio hesto ke es!!11! Es el dimonio!!1! :O
Pero bueno, a lo que voy. Lo que tenemos aquí son dos buenos filetes. El primero, Amboss (Yunque) comienza morosamente y de hecho durante los tres primeros minutos recuerda al Irrlicht con sus drones electrónicos, aunque acariciados por cascadas de platillos… y poco a poco, esta máquina bien engrasada va arrancando. ¡Sí, una puta máquina! Nadie destaca dentro del grupo. Todos tocan para lograr un objetivo común, no para ostentar su virtuosismo. En ocasiones no sabes qué es realmente lo que está sonando, no puedes separar los instrumentos, no sabes quién está haciendo qué… cuando ocurre eso, es lo mejor de todo. Todas las piezas del engranaje tienen la misma importancia. Eso es algo común a la mayoría de grupos metidos en el saco del Krautrock (aunque su sonido sea diferente) y el resultado de esa mentalidad (eran todos unos jodíos jipis) en muchos casos es pura magia. Como aquí.
Göttsching tiene un dominio muy notable del instrumento (hizo estudios de guitarra clásica) y se pueden escuchar los ecos de Hendrix en su forma de tocar. Pero Hendrix es más sexual; personalmente su música me da ganas de follar como un animal. Este no es el caso, es más bien cerebral: repite notas durante un buen rato con apenas variaciones, usa el feedback rítmicamente, qué se yo. Pero lo importante es que todo contribuye al tripi musical y la evolución constante y nada caprichosa de la pieza hace que se te pasen los 19 minutillos volando. El caótico final, con todo el bloque sonando como una unidad de destino, cada vez más intenso, es cojonudo. Parada en seco y…
Pasamos a la segunda cortada. Titulada Traummaschine (máquina del sueño) es menos agresiva que la anterior, algo más sutil, más larga, y si no estás realmente escuchando, también puede ser bastante más coñazo. Esta música tan introspectiva se desvirtúa en cantidades excesivas, su efecto se desvanece. Si te pasas, te lo pierdes. Aquí es interesante escuchar a Klaus (pasados alrededor de 10 minutos) tocando las congas como un jipi en la noche de San Juan (pero con sentido del ritmo). La intensidad sube, baja, we are in space, we are headbanging. Manolo masajea tu cerebro con sus sonidos ácidos y reverberantes. Makoto Kawabata hace una reverencia cada vez que escucha este disco y pone una vela a Ash Ra en su altar de Marshalls y pedales locos. Las congas de Schulze llegan a su máxima intensidad tribal; y entonces el efecto del tripi va bajando, poco a poco… hasta el silencio absoluto.
¿Veredicto? Meisterwerk! Imprescindible escucha. Si has de escuchar un disco de ART, recomiendo que sea éste. Yo he escuchado los tres elepés que le siguieron pero me he sentido algo decepcionado porque creo que ninguno alcanza su nivel, aunque Schwingungen y Join Inn son los que más se le acercan, a mi juicio. Después, por lo visto, Manuel comenzó otra fase como líder único de la banda, con la ayuda de la vocalista Rosi Müller, y que desprende un cierto tufillo New Age que dudo que pueda interesarme.
“La enfermedad llamada hereos es una angustia melancólica causada por el amor hacia una mujer. La causade esta afección reside en la corrupción de la facultad de la estima por una forma y una figura que ha permanecido impresa en ella de forma muy intensa. Cuando alguien se apasiona por una mujer, piensa desmedidamente en su forma, en su figura, en su comportamiento, puesto que cree que es la más bella, la más venerable, la más extraordinaria y la mejor hecha. Por esta razón, la desea con ardor, olvidando la moderación y el sentido común. El juicio de su razón está tan alterado que imagina constantemente la forma de la mujer y abandona todas sus actividades, de manera que, si alguien le habla, apenas le oye.
Los signos son la omisión del sueño, de la comida y de la bebida. Todo el cuerpo se debilita, salvo los ojos.
Si no es tratado, el hombre se convierte en un maniático, y se muere.
El tratamiento de la enfermedad puede ir de los medios suaves, como la persuasión, a los fuertes, como el látigo.
Únicamente si no queda otro remedio, se aconseja recurrir a los talentos de alguna vieja y horripilante arpía: La vieja tendrá que llevar bajo sus ropas un trapo mojado con sangre menstrual. En primer lugar, ante el paciente, deberá proferir las peores maledicencias acerca de la mujer que él ama y, si esto resulta inútil, tendrá que extraer el trapo de su seno, exhibirlo bajo la nariz del desafortunado y gritarle a la cara: “¡tu amiga es así, es así!”,sugiriendo que ella no es más que un mal de la naturaleza.
Si incluso después de esto no se decide a cambiar de opinión, entonces no es un hombre, sino el diablo desnudo.”
“De amore qui hereos dicitur” del Lilium Medicinale del doctor Bernard de Gordon, profesor en Montpellier (ca. 1258-1318)
Sada vagó alrededor de Tokyo durante cuatro días llevando en la mano la parte de Kichi que había cortado de su cuerpo. Quienes la detuvieron quedaron sorprendidos por la expresión de felicidad que irradiaba su rostro. El caso impresionó a todo el Japón y la compasión del pueblo hizo de ella una mujer extrañamente popular. Estos sucesos ocurrieron en 1936.
Siempre he tenido interés en todo aquello que camina por el lado oscuro del sexo. Las oscuras pulsiones que me dominaron durante mi despertar generador (y que todavía me visitan alguna que otra vez), unidas a la tramposa y pelmaza “liberación” sexual actual (que parece empeñada en convertir las relaciones sexuales en una especie de gimnasia y en convertir a los individuos en esclavos del mercado sin esperanza alguna) me han invitado a mirar hacia el fondo de ese terrible abismo, sin haber llegado nunca a lanzarme. Los libros de Sade, los manga de Maruo, los fríos y asépticos (quizá demasiado para mi gusto) tebeos de Miguel Ángel Martín, o películas como El imperio de los sentidos, como saben ustedes, exploran esos oscuros parajes.
El otro día me sumergí en su visionado por primera vez. Recuerdo que mis padres tenían entre sus estanterías una enciclopedia del cine en dos tomos, que dieron en Diario 16; en mi turbulenta sexualidad emergente, y puesto que sin Internet era mucho más difícil encontrar materiales sugerentes, las imágenes de Silvana Mangano, Corinne Cléry o Béatrice Dalle me envarillaban de lo lindo. Pero sobre todo, había una de Eiko Matsuda y Tatsuya Fuji en una escena cumbre de esta polémica película de Nagisa Oshima: ella montada sobre su miembro, con la boca entreabierta y los ojos cerrados, al tiempo que estrangula a su amado. Y además, con el chochito sin afeitar. Mano de santo, of course.
Eros y Tanatos, decía el pie de foto. El impulso tanático llevado a su consecuencia última: castración, muerte. La mantis religiosa devora la cabeza del macho durante el coito; Sada corta el pene de su amante porque está tan obsesionada con él que nunca podrá dejar de desearlo. Nunca podrá satisfacer su deseo devorador, y llevada por ese impulso de destrucción y anulación del cuerpo que late en el fuego sexual, ha de seccionarlo y hacerlo suyo de la manera más cruel y definitiva. Las Ménades y Orfeo, Edipo Rey, Erzsébet Báthory… muerte y sexo, terriblemente unidos desde milenios atrás, desde los primeros estertores.
¿Alguna vez sus amantes les pidieron un estrangulamiento? ¿O unos buenos azotes y bofetadas? Yo he llegado a la conclusión (por la reiteración de este tipo de situaciones) de que es de lo más común. Quizá me equivoque; en cualquier caso nadie sabe lo que pasa en alcobas y picaderos. Las encuestas sobre sexo son lo más absurdo que existe y pensar que eso puede acercarse a la verdad es de una ingenuidad extrema. ¿Nunca he dicho que odio las jodidas encuestas? ¡Qué asco!
Algo que no se comenta jamás dentro del discurso de la liberación sexual es el monstruo devorador en que puede llegar a convertirse el sexo si se convierte en el centro absoluto de una vida. Esto no tiene nada que ver con la represión, sino con un cierto dominio de uno mismo (nada fácil…). Mucho me temo que el género masculino tiene todas las de perder en este sentido y me basta cualquier noche para reafirmarme en ello.
En cuanto a El Imperio de los sentidos, es cine erótico (o pornográfico, me importa un bledo) con mayúsculas. Se ven tetas, coños, pollas y fluidos en todo su esplendor. En Japón estuvo prohibida hasta el año 2001, supongo que por lo explícito; allí todas las películas porno, por lo menos las legales, llevan “mosaico” y pixelan los genitales, no importa el grado de perversión alcanzado. En una ocasión vi una escena de una de ellas, que consistía en un concurso de vómitos. Una de las chicas intentaba potar los fideos sin éxito y reía todo el rato, mientras otra zoomórfica muchacha sacaba como toneladas de materia de su pequeño cuerpecillo. Sus coñitos estaban pixelados en todo momento.
Huelga decir que me pasé casi toda la película empalmado. Los hoyuelos de la Matsuda (Sada), su piel blanca, sus dientecillos de conejo… La escena en la que se pone en cuclillas como una gallinita para “poner” el huevo que Kichi-san le ha metido en el coño, la muy excitante mamada que le hace sin decir ni una palabra… todo ello consiguió mantener mi verga enhiesta durante la totalidad del metraje. La carne huele, suda, el calor se extiende por las habitaciones. Nada se oculta, y sin embargo se aleja muy mucho de la pornografía prostética, con sus primeros planos ginecológicos y su total y absoluta carencia de morbo.
Lo raro es que no me hiciera ni una paja, ¿será que empiezo a controlarme? Ja, ja, ja.
Ha traído cola la portadilla. El amigo Del Olmo ha conseguido con su disparatado secuestro judicial que se hable de ella en todo el mundo (además de encomendarle a la bofia una ardua tarea) cuando de otra forma habría pasado prácticamente desapercibida. Me ha hecho mucha gracia que vaya buscando “el molde de la caricatura” como si no hiciera lustros ya de que dejaron de utilizarse. Joder, yo si lo llego a saber habría pillado una buena remesa de ejemplares. Ahora podría vender cada uno por 100 eurillos de nada, como están haciendo en eBay.
La portada está en la línea habitual de El Jueves: humor chusco, zafio y tuno. No es la primera vez que se meten con la Familia Real; hace ya mucho que no leo la revista pero recuerdo bastantes viñetas que podrían haber pasado por “injuriosas” contra los soplapollas de sangre azul. Imagino que tendrá algo que ver el hecho de que haya salido en portada, como quizá también el “servicio secreto” de la apestosa corona. Pero ya es bien sabido que en España los jueces gustan muchísimo de armar jaleo de vez en cuando para que se hable de ellos. Son como una panda de estrellitas mediáticas, con una vanidad tan inmensa que se sale del medidor. Y mientras los sacerdotes emborrachando y sodomizando niños a placer.
En Periodistadigital, los muy Flanders han puesto una crucecita en el dibujito, no sea que a los lectores les de un infarto o algo.
Y hace un rato he visto en las noticias a Guillermo, el autor del dibujo. Temblando estaba el tío, supongo que más por la sorpresa que habrá sido para él estar en el foco de atención que por el miedo a que le caigan de 6 meses a 2 años de cárcel (ja, ja, ja).
En fin, un circo lamentable, como siempre. Además ¿Dónde han quedado los poderosos y melancólicos monarcas enviados por el cielo? ¿Los que echaban terribles maldiciones y rayos por los ojos?
1. Why Don’t You Eat Carrots (9:31) 2. Meadow Meal (8:02) 3. Miss Fortune (16:35)
Sello: Polydor
Puesto que últimamente estoy un poco aburrido de popismos, poperías y poperadas (aunque me temo que en el fondo siguen siendo lo que más me gusta), estos días estoy haciendo un recorrido más o menos intensivo por el rock alemán de los 70, al que la prensa inglesa le endosó un apelativo por el que, a partir de entonces, se conoce a esta música: krautrock (rock repollo). A la mayoría de los implicados en el asunto no les hace demasiada gracia ese nombre tan vago y perezoso. De todas formas, también hay que decirlo, a los alemanes no les hace gracia casi nada.
Ya conocía un poco a Neu!, también a Kraftwerk, por supuesto (sobre todo su etapa post-Autobahn, que no es propiamente krautrock, sino más bien pop electrónico). Incluso había oído alguna cosa de Can; en suma, tenía una muy somera noción de los grupos que más se conocen dentro del contexto anglosajón. Sin embargo, el descubrimiento de cosas como Amon Düül II, Faust, Ash Ra Tempel, Harmonia, y otros colgados como La Düsseldorf o Walter Wegmüller, me ha excitado sobremanera. El balance de mi paseo por todo este opíparo sauerkraut cósmico es altamente positivo. Hay momentos de verdadera magia en esta música, maravillosos cortocircuitos, aunque eso no quita para que me haya encontrado también auténticos plomazos, consecuencia inevitable del muy alto nivel de riesgo asumido en la aventura.
Hay una cosa que creo que es cierta, y es que fue Alemania (más concretamente, la RFA) el lugar de Europa donde el rock adquirió un carácter más original y extremo. En ningún otro país se llega a una reinvención de tamaño calado: en Francia, durante los años sesenta, encontramos una versión chic yeyé del rock americano de los 50 (con figuras mayores como Gainsbourg) en Italia y en España, la canción de autor goza de buena salud… pero el rock por entonces carecía prácticamente de tradición propia en tierras europeas. Con una excepción: en Alemania, escenario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, había bases americanas e inglesas, soldados conduciendo coches americanos, bebiendo Coca-Cola y vestidos con jeans… y todo ello sin duda debió dejar una notable impronta en la conciencia teutona. Por la época se forman comunas extremadamente bizarras de donde surgen grupos como Amon Düül. Ralf Hütter, en una entrevista con Lester Bangs, afirmaba lo siguiente:
“Tras la guerra, el entretenimiento alemán fue destruido. Los alemanes fueron despojados de su cultura y se colocó una cabeza Americana en su lugar. Creo que somos la primera generación nacida después de la guerra en sacudirse esto de encima, y en saber cuándo sentir la música americana y cuándo sentirnos a nosotros mismos. Somos el primer grupo alemán en grabar en su propia lengua, en utilizar nuestro contexto electrónico, y en crearnos una identidad centroeuropea”.
Los alemanes reaccionaron ante la avalancha americana, aprovechando todo lo que apreciaban de ella y subvirtiéndolo. Durante los setenta, en Francia ya existen cosas como Magma o Gong, en Italia Franco Battiato hace interesantes marcianadas antes de arrasar como cantante pop de éxito, junto con Premiata Forneria Marconi, Banco del Mutuo Soccorso y prog-rockers afines. En España tenemos a Triana, Companyia Elèctrica Dharma, Jaume Sisa, Pau Riba, etc…y probablemente un buen montón más que todavía están por explorar en profundidad. Pero de entre todas las europeas durante estos años, la escena alemana será la que va a ejercer una mayor influencia en la música popular. El caso de Kraftwerk es evidente, su huella es inmensa, desde la génesis del hip-hop hasta la última retro-petardada tecno-pop. Pero también otros importantes conjuntos como Can (el incombustible líder de The Fall, Mark E. Smith, insiste en denominarlos “la banda más influyente de la historia del rock”) o Faust (ecos en Throbbing Gristle, DAF, Mouse on Mars, Godspeed You Black Emperor! y decenas más) dejarán sus nombres escritos con letras de oro en la historia.
Así que usando como guía de viaje el Top 50 que Julian Cope incluyó al final de su apasionado Krautrocksampler (con ocasionales desvíos, pero por algún lado se ha de empezar) heme aquí perdiendo la cabeza entre laaaargos desarrollos instrumentales, burbujitas de sonido sideral, demenciales corta-y-pega y ritmos tribales y pre-industriales. Sehr gut!
Y empezaré hablando… del primer disco de Faust (conocido como Clear o simplemente, Faust). Quizá no sea el más adecuado para introducirse en el repollismo (su cuarto álbum, Faust IV, incorpora estructuras más convencionales) pero es que me ha parecido especialmente interesante. Sí, amigos, la primera en la frente; este es un disco capaz de desconcertar al más bregado pajero musical. Es el típico disco que pones a tus amigos esperando aprobación, pero que es rechazado a los dos minutos con el clásico “Eh tío, quita eso que me está rayando. Eso ni es música ni es nada”.
Todos sabemos que la gente, así en general, tiene un gusto de mierda y/o mediatizado al 100%. Eso es así y punto, pero tampoco es tan tan grave. A no ser que seas un pajero terminal que sólo es capaz de dar el “visto bueno” a alguien si escucha también tus pajeriles grupos, incluso puedes indicarlo con cierto tacto; yo siempre lo he hecho con mis amigos y nunca se han enfadado: “Tienes un gusto de mierda”. No va a pasar nada si son tus amigos de verdad. Si no tienes amigos no hace falta que te preocupes por eso.
Sin ánimo de parecer el típico enterado que ensalza discos simplemente porque no se venden (pues soy fan de superventas como Michael Jackson o incluso Kylie Minogue) es sin duda ese el caso que nos ocupa; se habla de menos de mil copias vendidas en los primeros meses tras su aparición. Pero no es de extrañar, porque lo que aquí tenemos es un artefacto bastante radical en su concepto. Si incluso hoy día resulta extraño y desafiante (aunque ojo, también sorprendentemente divertido) no puedo imaginar cómo debía resultar hace 36 años. La gente por aquel entonces quedó estupefacta ante estos guaches, no sabían por dónde cogerlos. La única forma de que vendieran algo, como quedó demostrado, fue mediante la maniobra de la recién nacida por aquel entonces Virgin Records, que en su deseo de difundir el rock alemán puso el Faust Tapes al increíble precio de 48 peniques. Resultado: de 50,000 a 60,000 copias vendidas (nada mal para un disco tan iconoclasta) y 2.000 libras en pérdidas para Virgin.
En la portada del álbum está impreso el puño (Faust en idioma teutón) de un tal Andy Hertel, amigo del grupo, visto a través de rayos X. En su edición original, de finales de 1971, tanto el vinilo como la funda y la hoja con las letras imprimidas eran transparentes: después se reeditó en vinilo corriente de color negro, y años más tarde en CD. La página oficial no es muy clara con respecto a las fechas de las reediciones. Me imagino que una copia de la edición original en vinilo debe costar un ojo de la cara. El mítico John Peel se sintió compelido a comprar el elepé sólo por la portada; cuando descubrió que la música era todavía mejor lo puso en la radio día sí día también.
Esta magna obra tan sólo consta de 3 cortes: el primero, Why don’t you eat carrots? comienza el recorrido con un sonido que es como una declaración de intenciones. No hay concesiones: un chirrido molestísimo capaz de desalentar a los oyentes menos pacientes; y al fondo sonando, como en una dimensión paralela, el “Satisfaction” de los Rolling Stones y el “All You Need Is Love” de los Bítels.
El periodista y productor musical Uwe Nettelbeck, mentor de la aventura fáustica -y fallecido el 17 de enero del presente año- dijo en 1973:
“La idea era no copiar nada de lo que ocurría en la escena rock anglosajona… y funcionó.”
“Siempre nos gustó la idea de publicar discos que no estuvieran del todo “acabados” en términos de producción. La música debería sonar como un “bootleg”, como si alguien grabara a un grupo ensayando y cortara y editara todo salvajemente”
Faust ensayando, en 1971
Me resulta difícil describir algo tan desestructurado. Es como un descampado lleno de alambres retorcidos y hierros oxidados, con un piano de juguete y el sonido de las factorías al fondo. Voy a hacer establecer una analogía un tanto idiota pero que puede servir. En “El Vientre de un Arquitecto” (cito de memoria, es posible que me equivoque) el protagonista Stourley Kracklite se encuentra frente al Mausoleo de Augusto y comenta cuánto mejor lucen los edificios de Roma como ruinas; son infinitamente más sugerentes, dice, dejan un vacío dispuesto a ser rellenado por la imaginación. Cuando estuve paseando por los Foros Imperiales en Roma, recordé esas palabras: estaba profundamente impresionado… Como ocurrió a muchos otros antes, el poder evocador de las ruinas me tenía hechizado.
Aunque no es el mismo caso, evidentemente, hay algo en esta música que me produce una sensación semejante. Aquí nada está terminado, la sorpresa es constante: al lado de una melodía de piano, después aparece un riff con guitarras y trompetas estúpido y adictivo como pocos (que reaparece en discos posteriores); más allá, burbujitas electrónicas, una conversación en alemán, un órgano tocando un vals ralentizado, bosquejos de melodías pop.
En directo en Lyon en 2006
Lo particularmente sorprendente es lo divertido que resulta escucharlo. La primera vez quizá resulte demasiado raro, pero a la segunda escucha comienza a revelar su caótico encanto. Como un paseo por un descampado, donde crecen flores entre moldes de cemento, como una carretera permanentemente en obras, como un edificio en ruinas, así es la música de Faust. En los siguientes discos comenzarán a adoptar, como dije, estructuras algo más convencionales… Pero en cuanto a experimentación abrasiva, destructora e inspiradora a partes iguales, en cuanto a dadaísmo rock, nada supera a su primer álbum.
Faust se reunieron en los noventa tras algunos años apartados de la creación y actualmente siguen en la brecha, dando conciertos con motosierras y metales, algo parecido a lo que hacía La Fura dels Baus en sus comienzos. No me importaría verlos en directo si se presentara la ocasión; por el momento, sigo con sus fascinantes elepés y quizá eche un vistazo al DVD que editaron hace poco. Recomiendo que hagan lo mismo, quizás les guste tanto como a mí.