domingo, 26 de agosto de 2007

OOIOO - UMO

Vi este vídeo (sin música) en la tele de un café, en París y me llamó la atención. Luego me he dado cuenta de que era de un grupo, OOIOO, que me habían recomendado recientemente, y cuyo nombre no sé cómo debe ser pronunciado. Sólo sé que está fundado por Yoshimi P-We, de los Boredoms de Osaka, una mítica banda del rock nipón, que es conocida entre otras cosas por su performance llamada 77BOADRUM (77 baterías tocando a la vez el 7 de Julio de este año, durante… 77 minutos).

El vídeo lo dirige un tal Shoji Goto. La canción es del año pasado, de su disco Taiga(2006), pero da igual. El vídeo me hipnotiza, me quedo mirándolo como un jelipollas. Mola.

sábado, 25 de agosto de 2007

Paris vaut bien une Messe

Bueno, ya he vuelto a este provinciano villorrio mediterráneo, al que últimamente le ha dado por creerse poco menos que cosmopolita. Y es que muchos de los que creen que este horror de ciudad -privilegiada en otros aspectos- podrá llegar a ser en breve una capital europea de primer orden deberían saber que eso no se consigue únicamente a base de desfalcos, obras faraónicas y talonarios… Aquí, por desgracia, hace falta un cambio algo más profundo, un cambio que tiene que ver más con mentalidades: ahora la que prima es la del detestable nuevo rico obsesionado por aparentar y endeudado hasta las cejas. Hasta la universidad es provinciana, contaminada por el nacionalismo pseudoizquierdoso de familietas de barraca (un viejo me dijo una vez que formaba parte del “pijerío desertor”). Por no decir que prácticamente ningún servicio público funciona como debería (la biblioteca municipal es una jodida vergüenza). Es una puta mierda de ciudad, y sin embargo, he de decir que aún la quiero un poco, aunque mi estima por ella disminuye a pasos agigantados. Francamente, esto ya da asco y me es preciso salir de aquí cuanto antes si no quiero volverme loco. Pero en fin, no es de eso de lo que vengo a escribir, sino de una de las –todavía- verdaderas capitales del mundo, pese a quien pese: París.

Mi visión está probablemente condicionada por una óptica más o menos “cómoda”, pero en cualquier caso, me la he pateado bastante y he acabado captando algunas de sus esencias. Captarla en su totalidad es una tarea imposible; es una metrópoli desbordante, llena de secretos ocultos en cada uno de sus rincones, de caras distintas y enfrentadas. Sí, es una ciudad triste, mortalmente triste y melancólica (dos tipos se tiraron a las vías del metro en tan sólo dos días mientras estuve allí), pero precisamente esa melancolía, ese silencio, esa discreción me hace sentirme más a gusto que entre los gritos y la grosería propios del carácter de aquello que llaman “pueblos latinos”. Yo no debería haber nacido español, pero ¿qué le vamos a hacer? Me gusta la fiesta, me gusta beber, me gustan las mujeres pero no España (las mujeres españolas sí). Las zonas más destartaladas son más o menos como en cualquier parte, pero esos grandes paseos, bulevares, jardines, bibliotecas, librerías, cafés...

Centro Pompidou

Me he hartado de pasearme por esos fascinantes cementerios del arte llamados museos… hay muchos para elegir, incluso demasiados; personalmente, de entre todos los que he visitado me ha entusiasmado el centro Georges Pompidou. El edificio, obra de Renzo Piano y Richard Rogers, me encanta. Toda la estructura del edificio está a la vista, con toda esa maraña de tubos metálicos como salidos de un manga de Otomo, coloreados en base a la función que desempeñan (azules para el aire acondicionado, verdes para el agua…) y las escaleras en tubos transparentes. Su frío, minimalista y pulcrísimo interior me regocijaron muy mucho. Por otra parte, la colección es muchísimo más vasta de lo que yo tenía en mente… prácticamente todos los artistas relevantes del pasado siglo XX están representados en ese museo: desde Chagall a Yves Klein, pasando por Lucio Fontana, Georges Rouault, Jean Dubuffet o Juan Gris. Además, por allí se paseaban (París está plagado de orientales) algunas japonesitas modernas y sofisticadas con vestiditos de colores, mirando las obras con sus encantadores luces oblicuas y cuya fragancia embriagadora y natural (nada de litros de perfume como hacen algunas francesas) me invitaba a seguirlas tras sus pasos, silenciosos y elegantes.

Museo de Orsay

Además del Pompidou, me gustó mucho el Museo de Orsay, una antigua estación reconvertida en 1986, y el Musée Cluny, colección de arte medieval contenida en unas termas galorromanas, bastante más descongestionado de visitantes que otros, y donde se expone el bellísimo tapiz de la Dama y el Unicornio. El Louvre, el museo más visitado del mundo, es una barbaridad, una auténtica casa de saqueo, con piezas de enorme valor diseminadas por los inmensos e inacabables pasillos, y por supuesto atiborrados hasta los topes de turistas. Por suerte, está bien organizado y la avalancha se reparte entre los diversos accesos. Entré tres veces, con el pase para museos, y sin colas de ningún tipo.

Merecen una mención también los cementerios, pero esta vez los de personas. Estos lugares deberían de ser frecuentados mucho más a menudo, pues nos recuerdan nuestro inevitable final, y por ello suponen un buen lugar para meditar, para estar en paz, para minimizar tragedias o también, por qué no, para revalorizar el presente (lo único que, hasta cierto punto, existe). Lo que pasa es que los cementerios españoles siempre me han dado un mal rollo considerable. Sin embargo, en los remansos de paz de Montparnasse, Montmartre o Père Lachaise, un halo romántico recorre las avenidas llenas de árboles y personajes ilustres (Serge Gainsbourg, Oscar Wilde, Jim Morrison, Joris-Karl Huysmans, Gérard de Nerval, E.M. Cioran, Charles Baudelaire…).

Cementerio de Montmartre

Todas esas lápidas cubiertas de moho contrastan enormemente con el circo que se desarrolla en el centro mismo de todo el meollo, la zona de Champs-Élysées, la de los ricos de verdad (nada de proletarios ahogados por el pago de su Audi A6). Aquí, las limusinas de los jeques petroleros pueden aparcar donde les salga de sus huevos dorados… ¡Qué puede importar a ellos una simple multa! Veo un Aston Martin Vanquish, un Ferrari, un grupo de esclavas árabes esperando con sus bolsos de Vuitton o Prada; más allá, dos jóvenes rubias y perfectas, cargan bolsas de Dior y otras tantas firmas de prestigio. Deben haberse gastado una pasta, probablemente varios miles de euros. Parece como si hubieran sufrido una lobotomía y ríen como idiotas mientras, supongo, comentan las mamadas que realizan diariamente a sus dueños. A pesar de su “perfección” me doy cuenta de que no me atraen lo más mínimo y de que apestan a perfume una barbaridad. La dulce y simpática gordita letona que está de recepcionista en el hotel, o cualquiera de las discretas y elegantes niponas que invaden la ciudad me inspiran cien millones de veces más que esas putescas concubinas sin morbo.

Las escaparates de las tiendas de superlujo a lo largo de la Avenue Montaigne (¡que un sabio como él dé su nombre a este lugar…!) están protegidos por una valla y un pequeño espacio cubierto de césped. En la puerta, tipos de negro con cara de muy malos amigos vigilan apoyados en la puerta, dispuestos a rechazar cualquier elemento extraño que ose meter la nariz por allí dentro. Todo esto me acaba repugnando y me largo de ahí con el deseo de que las masas negras del extrarradio provoquen una Jacquerie de padre y muy señor mío, que quemen todos esos escaparates inmundos, que arda toda esa basura sin sentido.

Pigalle...

No subí a la torre Eiffel, ni me atrae particularmente esa torre ni tenía intención alguna de esperar colas y precios tan exagerados. Preferí subir a la Galería de las Quimeras en Nôtre-Dame, donde las gárgolas de Viollet-le-Duc contemplan ensimismadas la enorme ciudad que se extiende ante ellas, hasta los límites donde se cuece el futuro de Europa.

Una vez aquí, pese a todo el dolor de mi corazón, me alegro de que esté lloviendo… una lluvia fea y grosera, sí, pero lluvia al fin y al cabo. Bastante mejor que los casi cuarenta grados de temperatura de hace dos semanas, en cualquier caso. Añoro París…

martes, 14 de agosto de 2007

À bientôt

Me piro a París unos diítas...


sábado, 11 de agosto de 2007

Tony Wilson ha muerto

Tony Wilson, el, entre otras cosas, co-fundador de Factory Records y manager de grupos sagrados -para el que suscribe- como Joy Division y New Order, falleció ayer de un ataque al corazón a los 57 años.

Hoy, toda esa música que gente como él hizo posible sonará en mi casa sin cesar. Es la única forma en que puedo rendirle un humilde homenaje.

En la foto, de izquierda a derecha, Peter Saville, Tony Wilson y Alan Erasmus.

martes, 7 de agosto de 2007

Krautrock Top 50

He encontrado este enlace en el que pueden servirse a su gusto. Amon Düül II, Harmonia, Can, Ash Ra Tempel, Cluster y Popol Vuh, you name it...

viernes, 3 de agosto de 2007

Krautrock Vol.2 - Ash Ra Tempel

Ash Ra Tempel – Ash Ra Tempel (1971)

Ash Ra Tempel - Ash Ra Tempel

Guitarra: Manuel Göttsching
Bajo: Hartmut Enke
Percusión: Klaus Schulze

Sello: OHR

  1. Amboss (19:52)
  2. Traummaschine (25:31)


¡Sí! Voy a seguir con el recuento de mis pajotes repolleros. ¿Cuál es el siguiente? Pues nada más y nada menos que el majestuoso debut de Ash Ra Tempel, uno de los discos que más me han gustado de todos los que he explorado durante estos últimos meses. Este grupo de nombre macanudo consiguió en él una de las cumbres de todo el space-rock (o, mejor aún, de todo el rock’n’roll). En esta obra se juntan dos vertientes fundamentales, grosso modo, del Krautrock: la cósmico-electrónica (a lo Tangerine Dream) y la más orgánica, con guitarras y ritmos tribales –aquí a cargo del célebre Klaus Schulze, que posteriormente derivaría hacia la electrónica más radical en sus discos en solitario. Si no creéis lo de radical, comprobadlo vosotros mismos con el primero, Irrlicht (luz errante, o fuego fatuo) de 1972. Escuchadlo, escuchadlo entero si podéis… yo me lo puse bastante alto una noche y me dormí… para después despertarme de sopetón en el clímax del primer corte. Hay Dios mio hesto ke es!!11! Es el dimonio!!1! :O

Pero bueno, a lo que voy. Lo que tenemos aquí son dos buenos filetes. El primero, Amboss (Yunque) comienza morosamente y de hecho durante los tres primeros minutos recuerda al Irrlicht con sus drones electrónicos, aunque acariciados por cascadas de platillos… y poco a poco, esta máquina bien engrasada va arrancando. ¡Sí, una puta máquina! Nadie destaca dentro del grupo. Todos tocan para lograr un objetivo común, no para ostentar su virtuosismo. En ocasiones no sabes qué es realmente lo que está sonando, no puedes separar los instrumentos, no sabes quién está haciendo qué… cuando ocurre eso, es lo mejor de todo. Todas las piezas del engranaje tienen la misma importancia. Eso es algo común a la mayoría de grupos metidos en el saco del Krautrock (aunque su sonido sea diferente) y el resultado de esa mentalidad (eran todos unos jodíos jipis) en muchos casos es pura magia. Como aquí.

Göttsching tiene un dominio muy notable del instrumento (hizo estudios de guitarra clásica) y se pueden escuchar los ecos de Hendrix en su forma de tocar. Pero Hendrix es más sexual; personalmente su música me da ganas de follar como un animal. Este no es el caso, es más bien cerebral: repite notas durante un buen rato con apenas variaciones, usa el feedback rítmicamente, qué se yo. Pero lo importante es que todo contribuye al tripi musical y la evolución constante y nada caprichosa de la pieza hace que se te pasen los 19 minutillos volando. El caótico final, con todo el bloque sonando como una unidad de destino, cada vez más intenso, es cojonudo. Parada en seco y…

Pasamos a la segunda cortada. Titulada Traummaschine (máquina del sueño) es menos agresiva que la anterior, algo más sutil, más larga, y si no estás realmente escuchando, también puede ser bastante más coñazo. Esta música tan introspectiva se desvirtúa en cantidades excesivas, su efecto se desvanece. Si te pasas, te lo pierdes. Aquí es interesante escuchar a Klaus (pasados alrededor de 10 minutos) tocando las congas como un jipi en la noche de San Juan (pero con sentido del ritmo). La intensidad sube, baja, we are in space, we are headbanging. Manolo masajea tu cerebro con sus sonidos ácidos y reverberantes. Makoto Kawabata hace una reverencia cada vez que escucha este disco y pone una vela a Ash Ra en su altar de Marshalls y pedales locos. Las congas de Schulze llegan a su máxima intensidad tribal; y entonces el efecto del tripi va bajando, poco a poco… hasta el silencio absoluto.

¿Veredicto? Meisterwerk! Imprescindible escucha. Si has de escuchar un disco de ART, recomiendo que sea éste. Yo he escuchado los tres elepés que le siguieron pero me he sentido algo decepcionado porque creo que ninguno alcanza su nivel, aunque Schwingungen y Join Inn son los que más se le acercan, a mi juicio. Después, por lo visto, Manuel comenzó otra fase como líder único de la banda, con la ayuda de la vocalista Rosi Müller, y que desprende un cierto tufillo New Age que dudo que pueda interesarme.

Guten Tag, meine Damen und Herren.